Donde no hay libros y bibliotecas, al servicio de los estudiantes, se corre el riesgo de no entender la libertad, la democracia, la justicia, el progreso, el desarrollo, la paz y la verdad.

Por: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS 

Los libros son pequeñísimos trozos de lo infinito que como un vehículo fogoso nos elevan de la nada a la eternidad.  Brújulas que guían al caminante sin rumbo, artefactos (perdonando esa palabra tan mecánica) más importante que los cohetes interplanetarios, porque son los únicos  con los cuales -sabiéndolos escoger bien y a tiempo- los estudiantes que integran los pueblos pueden alcanzar sus grandes destinos.  Lo que hace grande a los pueblos, más que las variadas brigadas de servicio y el ejército, son los buenos libros.  Por ello decía Vasconcelos que el grado de libertad y democracia de un pueblo se mide por el número de sus lectores desde las instituciones educativas, en todos los niveles.  Y sin libertad y democracia no hay progreso, no hay desarrollo.

Por más que se haya hecho la exaltación, el panegírico del libro, todo es inane ante sus indescriptibles bondades.  Es enseñanza y ejemplo decía el gran Nicolás Avellaneda.  Fortalecen las esperanzas que ya se disipan; sostienen y dirigen las vocaciones nacientes que buscan su camino a través de las sombras del espíritu o las dificultades de la vida.  El progreso del mundo espiritual entero se apoya hoy día en el libro; y esta organización armoniosa de la vida que se lleva por encima de la materia y la cual nosotros llamamos civilización (que no se puede decir que no es cultura), sería imposible si el libro no existiera.  No se puede imaginar una vida interior plena en nuestros estudiantes sin el milagro del libro.

Mucho se oye decir que el libro va a pasar de moda sustituido por los nuevos medios audiovisuales y tecnológicos.  ¡Qué estrechez de visión! -afirma un gran humanista- ¡Qué miopía de pensamientos! ¿será capaz la tecnología de operar un milagro cuya importancia sobrepase o solamente iguale el milagro milenario del libro?  Ninguna planta atómica ha creado aún una luz igual a aquella que emana de algunos delgados volúmenes, ninguna corriente artificial es igual a aquella que sacude el alma al contacto de los libros.  ¿Cómo progresará y se perfeccionará la ciencia y la tecnología si no es por los libros?  En todas partes y no solamente en nuestra propia vida, el libro es el alfa y el omega de todo saber.

El libro es conductor de multitudes, destructor de tiranías y reconstructor de naciones.  En el libro está presente el pasado y el porvenir.  El libro, especialmente si responde a la difusión y exaltación de principios civilizadores; si se inspira en ideales, emociones o convicciones humanista; si palpita en sentimientos nobles o en ansias de perfección evolutiva a favor de personas o pueblos; el libro así animado, por reducida que sea su edición, por muchos ejemplares del mismo que se pierdan, no dejará sin embargo de cumplir segura y dignamente sus educadoras y trascendentales funciones; despertará, sin duda, nuevas ansias de mejoramiento, nuevas enseñanzas estimulantes, nuevas fórmulas de positiva y salvadora convivencia civilizada, que tanta falta hace hoy, entre las actuales y futuras generaciones.

Y así un libro, el libro, siempre que responda a fines elevados, siempre que se inspire en la pureza de ideales redentores, no en excitar bajas pasiones, merece entusiastas elogios.  ¡Cuánto más digna de respetuosa admiración y devoción será una “biblioteca”!  Porque una biblioteca no equivale a un simple almacenamiento de libros, ni tampoco a un museo, a un museo de curiosas ediciones.  Una biblioteca de hecho, si se compone de fondos escogidos, es una convención de almas vivientes, un congreso de individualidades selectas despojadas de toda vanidad, en fervor latente al servicio de los más altos propósitos de nuestros estudiantes y comunidad en general; encendida cada una, en profundas ansias civilizadoras.  Una biblioteca, a la vez una buena biblioteca, equivale a la mejor universidad, pues el estudioso tiene en ella a su alcance todas las cátedras y puede escoger las más eminentes, a la hora que le convenga, para dialogar y hasta para polemizar dignamente con cada uno de sus educadores; para conciliar opiniones o para establecer reparos entre las ideas de los tratadistas y las propias.

Como claramente lo apunta la Unión Panamericana, en la lucha constante por el progreso económico, cultural y social de nuestros pueblos, las bibliotecas deben ocupar un destacadísimo lugar.  El mundo moderno no acepta ya la enseñanza verbalista tan común en épocas pretéritas.  La biblioteca es más importante aún que el aula.  Son los únicos sitios en donde se proyecta real e intensamente la cultura.  Son el gran centro de información, el más completo taller en donde se pueden adquirir, y esto es insistencia, los conocimientos sobre los temas que diariamente necesita un profesional, el universitario, el estudiante de cualquier nivel o el obrero de cualquier oficio.  Es claro que la biblioteca no reemplaza el templo de nuestra sabiduría cuya función es sagrada e ineludible, sí es un recinto sagrado y necesario para los ejercicios que exige salud mental.  Nunca es un lujo, esto se debe subrayar, en una comunidad como lo puede ser una piscina olímpica o una cancha de Base-Ball.

Visto de una manera somera lo importante que es para una sociedad una biblioteca, la creación de tales instituciones de carácter público y bien organizadas, es un servicio de urgencia que reclama la comunidad, máxime en estos momentos cuando el precio de los libros sólo está al alcance de los bolsillos de los que generalmente se niegan a leer.  Los amantes verdaderos de libros, los que a diario los necesitan por múltiples razones, no tienen con que comprarlos.

Finalmente, pueblo que no lee está condenado a la miseria y a la manipulación de quienes sin escrúpulo alguno solo buscan mentirle, engañarlo y menospreciarlo.  La ignorancia de un pueblo es atrevida.

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                                  Medellín, junio 24 de 2022