Por: Iván de J. Guzmán López – Periodista – Escritor

Este tiempo de pandemia, tiempo de encierro obligado, es, a no dudarlo, el tiempo más propicio para ejercer el delicioso ejercicio de la lectura, y con ella, ejercitar el supremo placer de la relectura. La relectura, a mi juicio, es más productiva y edificante que la lectura misma, en la medida que ella se convierte en oportunidad para encontrar otro texto más enriquecido, dado que lo que releemos tiene la lente de “otro lector” más fogueado, más preparado, más competente, más crítico y más degustador. Sin duda, una fuente expedita para la relectura, en este tiempo de pandemia, es la internet misma, al encontrar allí, “a la mano”, textos bellísimos, poemas, novelas, artículos y vehementes provocaciones a la lectura de autores nuevos y otros no tan nuevos (los clásicos por ejemplo), verdaderos paradigmas de lo mejor del pensamiento humano.

Ya lo había dicho Borges: “Lo mejor de la lectura, es la relectura”. Esta sentencia se hizo famosa en una de esas conferencias magistrales que conforman su bellísimo libro Siete noches (el libro que recoge siete conferencias cuidadosamente corregidas, que dictó en un teatro de Buenos Aires, en 1977). En la conferencia citada, el Borges mítico, el Borges profundo, el Borges amante de las paradojas, había dicho: “He tratado más de releer que de leer. Creo que releer es más importante que leer, salvo que para releer se necesita haber leído”. La frase es, sin duda, una suerte de acertijo de una profundidad y un desafío rotundo. Si nos detenemos a pensar en ella -mediados por nuestro oficio de lectores, más que de escritores-, encontramos que Borges (haciendo aparente oposición al viejo Heráclito, su filósofo de cabecera, para quien “nadie se baña dos veces en el mismo río”), dice claramente que esa misteriosa alquimia obedece a que ¡ningún libro es leído dos veces por los mismos ojos! He aquí el placer y la importancia capital de la relectura.

Yo diría con Cristian Vázquez (1978), ese extraordinario escritor y periodista argentino, que el enigma de la relectura habría que encontrarlo, entonces, en el propio lector. Es decir, “el cambio más significativo no se produce en el texto, sino en la manera de leer. Y esto último se produce porque inevitablemente el hombre cambia, y con él su mirada. Releer también es dejar que los libros nos lean a nosotros y nos cuenten cómo hemos cambiado. Algo que vale incluso para los libros que uno mismo ha escrito: Quiero insistir en la conveniencia de que todo escritor debe releerse a sí mismo, pues sólo entonces descubres muchas cosas de tus libros y de ti mismo”. Esto último, planteado claramente por Vázquez, está plenamente documentado en la visión filosófica personal del Nobel portugués José Saramago, cuando, en Cuadernos de Lanzarote, escribió: “Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir”.

Por su parte Alberto Manguel, en un texto brillante, erudito, necesario, El elogio de la lectura  (Buenos Aires, 1978), dice a propósito: “El placer de la lectura, que es fundamento de toda nuestra historia literaria, se muestra variado y múltiple. Quienes descubrimos que somos lectores, descubrimos que lo somos cada uno de manera individual y distinta”. Subrayo al maestro Manguel: “individual y distinta”, en cada lectura. Sin duda, la relectura es lo mejor de la lectura, tal y como nos lo advirtió Borges, entregándonos así la clave para una vida (como sujetos lectores, como sujetos escritores, como sujetos sociales, como sujetos de aprendizaje) feliz y productiva.

El idioma español es el primero en belleza (¡no me pidan que lo justifique!) y el tercero en prestancia e impacto después del inglés y el mandarín; goza de excelente salud y cuenta con 500 millones de usuarios en todo el mundo. En España dicen que los colombianos somos quienes mejor lo hablamos. No obstante la generosidad de los españoles y teniendo en cuenta que a las autoridades educativas de este país no parece importarles mucho el cultivo del idioma, es necesario que muchos agentes (en un país como Colombia que no lee, en un país sin memoria, en un país donde el sistema educativo todavía certifica y premia al estudiante “comedor” de datos y sataniza al crítico), promuevan la lectura desde el vientre materno, desde el hogar, desde la escuela y desde la sociedad, pues es urgente la construcción de un buen lector y, mejor todavía, de un lector enamorado de la relectura.

La educación colombiana actual es una educación que aún no ha podido abandonar la Concepción bancaria que tanto denunciaba en Brasil el pedagogo Paulo Freire, en la década de 1950. Es una educación adocenada, repetitiva, pobre, incapaz de producir conocimiento, en buena parte porque no cuenta con programas de lectura bien estructurados, que formen estudiantes para la lectura y la relectura; estudiantes para la participación crítica, estudiantes para producir conocimiento y para construir comunidad y nación.