No se puede avanzar si no hay cambios y las transformaciones más significativas y verdaderas no siempre son pacíficas, tranquilas, ni llegan de la nada, se requiere mucha fuerza de voluntad, sacrificios y muchos esfuerzos”.

Autor: Héctor Jaime Guerra León*

Es natural que como seres humanos e inclusive como sociedad- aspiremos hacer cambios en nuestras vidas, a nuestro Estado, a nuestro pacto social y para nosotros mismos individualmente considerados. Los procesos de supervivencia de las distintas civilizaciones humanas se han dado a lo largo de toda su historia, mediante arduos y complejos procesos de cambio y de transformación.

No de otra manera la humanidad se ha sostenido y ha superado todo tipo de etapas, manteniéndose en un espiral de crecimiento y de progreso. Es innegable, no se puede avanzar si no hay cambios y las transformaciones más significativas y verdaderas no siempre son pacíficas, tranquilas, ni llegan de la nada, se requiere mucha fuerza de voluntad, sacrificios y muchos esfuerzos para que individual o colectivamente podamos alcanzar cambios sustantivos y consigamos llegar a estados o niveles reales de superación. Y lo mismo ocurre al interior del conglomerado social y político, si realmente se desea hacer transformaciones en el pensar y en el actuar colectivo, habrá que estar dispuestos, como sociedad, a trabajar y luchar juntos hasta el cansancio, para poder lograrlo. Varias generaciones pueden pasar, muchas violencias pueden darse sin que los objetivos propuestos se hagan realidad.

Cuántas tormentas, odios, muertes, desplazamiento, vicios y desengaños tuvo que padecer, por ejemplo, la naciente civilización del Cristianismo, desde cuando allá en el antiguo Egipto, sus antecesores decidieron que –pasara lo que pasara- su modus vivendi -como pueblo y como sociedad empobrecida y esclavizada por el imperio de esa poderosa nación, tendría que cambiar- mejorar. Desde allí –como ha sucedido con casi todas las demás organizaciones sociales del mundo entero, empezaron las imparables luchas, penurias y odiseas para poder – muy lentamente- pero con consistencia y sin tregua- lograr alcanzar los niveles de crecimiento, repercusión y desarrollo que dichas posturas políticas, económicas y religiosas han tenido a lo largo y ancho de toda la tierra.

Es incuestionable que su valeroso esfuerzo y el inquebrantable ánimo para superar las dificultades y avanzar en la búsqueda de soluciones a todos sus problemas han sido, y seguirán siendo, fuente vital de consulta y ejemplo a seguir por las nuevas y futuras civilizaciones. Tal vez sea por eso que – a pesar de su gran disposición para resistir ante la adversidad y la formidable resiliencia y capacidad de adaptación a los distintos y hostiles acontecimientos que les ha tocado afrontar, sean también la razón del odio (xenofobias) y las persecuciones que en su contra han despertado por los fuertes enemigos y obstáculos que en su devenir histórico han tenido que superar, para poder seguir avanzando.

Por ello, no deberá ser extraño que el pueblo de Colombia, nuestro país, se haya propuesto cambiar –como en efecto trata de hacer- después de haber padecido tantas y tan similares sufrimientos a los largo y ancho de toda su historia republicana, bajo el imperio de unas ideologías ( y unas autoridades) que –con muy pocas excepciones- se han mantenido al frente de la orientación del pueblo y de sus más destacadas instituciones (económicas, políticas, religiosas, etc.), las cuales datan de tiempos ya superados y, pareciera, que desde su creación se hubiesen instituido para la protección y permanencia de ciertos privilegios e intereses particulares y no para el fomento del buen servicio público y el bienestar general.

Después de tantas décadas de corrupción y malos manejos que se han dado al interior de nuestra democracia e institucionalidad, en donde ya muchas de esas malas prácticas se han vuelto normales y hasta “necesarias”, será muy difícil y, tal vez hasta imposible en un corto tiempo, la implementación de medidas que propendan por introducir cambios efectivos a la mentalidad de las comunidades y al actuar y filosofía de las mismas instituciones, las cuales tratarán, como es apenas entendible, de resistirse a dichos cambios, pues por más de un siglo se han mantenido así y cambiarlas de la noche a la mañana seguirá siendo solo un noble sueño de un pueblo que –como el nuestro, por tradición ha estado padeciendo todo tipo de sometimientos e inequidades.

Ha sido tanto el daño, el abuso y la manera como estas formas de corrupción se han insertado en lo más profundo de la opinión y en la mentalidad ciudadana, que a algunas de esas prerrogativas (inmunidades – exenciones) las protege el mismo pueblo, como si se tratara de un derecho adquirido, hasta el punto de que con todo tipo de artimañas se trata de hacer ver–por esos actores de poder, como un sacrilegio o un desafuero tratar de cambiar o, por lo menos, morigerar los nocivos efectos de tan lamentables y perjudiciales vicios.

Traigo aquí, para ilustrar este asunto, solo uno de los muchos ejemplos con los que desde algunas trincheras se ha manipulado al pueblo y a algunas instituciones, como el peligroso cuento de la “paraestatalidad”, (que luego degenera en delincuencia, con cierta aquiescencia en amplios sectores de opinión y la complicidad de algunas esferas gubernamentales y políticas) que se ha creado para el “tratamiento” que se le han dado a ciertos problemas, cuando el Estado no ha podido estar a la altura o en capacidad de brindar soluciones adecuadas, lo difícil y traumático que ha sido cuando se ha querido introducir controles o extirparse de la vida nacional tan delicados asuntos, siendo -en ocasiones, las mismas comunidades las que han puesto el grito en el cielo, saliendo a proteger al pavoroso Leviatán o la peligrosa Manticora (monstruos devoradores de hombres en la mitología) en que se han constituido estos fenómenos en algunos territorios o sectores de opinión, en los que han alcanzado –pese a su malignidad, inexplicable apoyo y altos índices de aceptación ciudadana.

Recuerdo, cuando estudio estas situaciones históricas, lo que aconteció cuando se quiso implementar la abolición de la esclavitud, que muchas de las primeras voces en contra de esta humanitaria medida, provinieron nada más y nada menos que de los mismos esclavos, pues movidos –como ocurre ahora con ciertas medidas del nuevo gobierno, por los más claros y mezquinos intereses, les hicieron creen que la abolición de tan execrable abominación, solo a ellos perjudicaría.

Así pues, que lo que se espera en nuestro país, a pesar de las muy buenas intenciones que se tengan, frente a los inmensos desafíos gubernamentales y cambios sociales que se están necesitando, es que será mucha la oposición e inmensas las dificultades para ponerlos en marcha; pues aún es muy considerable el poder de disuasión que tienen algunos sectores (los beneficiados con todo tipo de privilegios), para hacer subsistir la falsa creencia de que estamos muy bien y si estamos bien, para que tendríamos que cambiar el statu quo. Como quienes, bajo esas manipulaciones, asumen la equívoca creencia y la inducida convicción de que en materia de cambios “Más vale malo conocido que bueno por conocer.”

Fue este el criterio que casi se impone en el pasado proceso electoral colombiano y que sigue teniendo, infortunadamente, gran auge en la opinión pública nacional, precisamente, de mantener el innoble y parcializado interés de permitir los cambios siempre que estos no toquen y ni afecten esos privilegios, los cuales se empeñan en mantener a toda costa.

*Abogado especialista en Planeación de la Participación Ciudadana y el Desarrollo Comunitario; en Derecho Constitucional y Normatividad Penal. Magíster en Gobierno.