Por: Misael Cadavid MD
Apropósito de la declaratoria de la OMS que la Covid ya no es una emergencia sanitaria mundial y oficialmente ya es el fin de la pandemia, han pasado 3 años y 3 meses con un balance de 765 millones de infectados y casi 7 millones de muertes, según el recuento oficial.
Ahora que se ha vuelto a la vieja normalidad sentimos lejana en el tiempo aquella época de calles vacías y rostros cubiertos.
Sorprende recordar lo poco que hace que se declaró la pandemia, aquel azar de la naturaleza que acabó condenando a casi la totalidad de la población mundial a encerrarse en sus casas y a someterse a todo tipo de restricciones, imposiciones y limitaciones a la locomoción durante más de dos años.
¿Acaso las sociedades científicas y particularmente nosotros los Médicos tendremos la sensación o mejor la pesadilla de haber caído en un enorme ridículo y de haber sido cómplices de unos colosales disparates?
Me duele inmensamente hacer esta pregunta.
Significa cuestionar el dogma a la que nos sometimos de que los confinamientos, los tapabocas, los guantes, la prohibición de tocar superficies en lugares públicos, la obsesiva aplicación de geles desinfectantes, fumigaciones ridículas, lavado de llantas de los vehículos, tomar la temperatura con pistolas como si fuera un atraco, tapetes con cloro, dejar los zapatos en la entrada de las puertas, cabinas desinfectantes, llenar planillas con datos personales hasta para entrar a misa, señalizaciones ridículas que incluía pintar piecitos en el piso, poner vidrios separadores en la cabina de taxis y pico y cédula entre otros vejámenes; eran acciones de vida o muerte, y que dudar de su eficacia era una herejía.
Y qué decir del uso indiscriminado de medicamentos sin mencionar los menjurjes, pócimas y yerbas derivadas de la moda en que cayeron muchos de jugar a ser médicos, como la cloroquina, azitromicina, aspirina, ivermectima, nitaxozanida, antiinflamatorios, anticoagulantes etcétera, pero la ansiedad egocéntrica de muchos galenos de no sentirnos derrotados biológicamente por el microbio y socialmente por la presión de pacientes, medios de comunicación y hasta de políticos, nos llevó a practicar medicina basada no precisamente en la evidencia científica.
Bueno, lo que ahora, ya si se sabe, es que todo lo anterior generó inmensas riquezas para unos pocos y una pérdida de tiempo y dinero para los demás.
En cuanto al valor que tuvieron las dos medidas más populares, los confinamientos y los tapabocas hay muchas dudas, como lo demuestran muchos estudios a nivel mundial, pero lo que si hay, es una conclusión muy aburridora, y es que simplemente no existió evidencia de que los tapabocas hayan marcado diferencia alguna.
Por supuesto que hay muchas “eminencias” de la medicina que discrepan de esto. Y los gobiernos se basaron en estas eminencias y en “la ciencia” que transpiran, para tomar medidas bizantinas que la evidencia científica está cuestionando. Pero también los gobiernos se basaron en la exigencia del pueblo de demostrar que algo visible había que hacer.
Obligar a todo el mundo a cubrirse la cara y andar con un frasco de alcohol en la mano ofreció una manera fácil de responder a las lunáticas presiones de la ciudadanía.
El debate sobre los tapabocas y los confinamientos será algo de no acabar.
De lo que no hay duda es que los confinamientos condujeron a un incremento dramático de enfermedades mentales, a suicidios, a miles y miles de muertes por cáncer, por infartos, por fallas renales, por enfermedades neurologías, por hipertensión y diabetes mal controladas, a brotes de enfermedades prevenibles por falta de acceso a la vacunación en niños, a retrasos en el aprendizaje de niños y adolescentes en edad escolar y esto gracias a que no se pudieron diagnosticar a tiempo o simplemente porque se les coartó su derecho a acceder a los servicios de salud para sus controles y tratamientos oportunos, a las pérdidas económicas tremendas que conllevó a la quiebra de comerciantes y al dolor inconmensurable que sufrieron las familias que no pudieron despedirse de sus seres queridos o siquiera asistir a sus funerales.
¿Valió la pena la tortura a la que se sometió a la humanidad?
Las respuestas podrían ser variopintas, pero personalmente elijo optar por la corriente de opinión suscrita en the Great Barrington Declaration, un documento publicado en octubre de 2020, solo siete meses después del inicio de la pandemia, y firmado por más 10 mil científicos y 28 mil médicos en 44 países.
La declaración dijo que la política del confinamiento indiscriminado estaba produciendo “efectos devastadores en la salud pública a corto y largo plazo”, que la respuesta correcta la a pandemia era el confinamiento selectivo, enfocada al sector de la población más vulnerable a la Covid, principalmente adultos de más de 60 años con comorbilidades, otros científicos dijeron lo mismo, basándose en la irrefutable realidad de que la gente de 50 años para abajo corría más riego de morir en un accidente de tráfico que del virus.
Otros estudios demuestran que los confinamientos salvaron quizá 5.000 vidas en Europa y 2.000 en Estados Unidos, poca cosa comparada con los miles más que han muerto por otras causas como consecuencia de las restricciones al movimiento o que decidieron poner fin a su vida por una depresión derivada de las medidas absurdas a las cuales nos sometieron.
La conclusión de la inmensa mayoría de estudios es que: “Los confinamientos no fueron una vía efectiva para reducir la mortalidad durante la pandemia”.
Como ejemplo de ello tenemos a Suecia, país que desafió la ortodoxia mundial. El gobierno recomendó – no obligó – que los mayores se quedaran en casa, y que los jóvenes no los visitaran. Mientras, los bares, los restaurantes, los negocios, los colegios, los gimnasios, las peluquerías y hasta algunos cines siguieron abiertos. Hoy está más que demostrado que los índices de mortalidad del Covid fueron mucho más bajos en Suecia que en países que aplicaron confinamientos feroces.
Aquellos que insistieron en creer que confinarnos a todos fue un antídoto a la pandemia les haría una pregunta: ¿si la Covid reapareciera mañana y con las mismas características que hace tres años, exigirían a sus gobiernos que impusieran las mismas medidas una vez más?
Personalmente creería que repetir la política de arrestos domiciliarios masivos sería más que un disparate, una locura criminal.
¡Qué bobada!!
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Eselente comentario y apreciación mi Dr,usted siempre tan profesional al hablar y comentar !!
Buen comentario ilustrativo gracias felicidades
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