TONO CONTINUO

La teoría de la ventana rota y el deterioro de la ciudad

Por: Carlos Mauricio Jaramillo Galvis

Philip George Zimbardo, psicólogo de la Universidad de Stanford, se especializó en lo que se conoce como piscología social y concibió teorías y experimentos de gran impacto como el de La cárcel de Stanford y el de Las Ventanas Rotas.

En 1969 Zimbardo abandonó un auto en el barrio Bronx de la ciudad de New York con notorios síntomas de abandono: la placa desprendida, una que otra abolladura, una ventana rota y sus puertas abiertas. El objetivo que busca el profesor era observar la conducta incívica de los ciudadanos y cómo estas mismas se replicaban en otros. Pasaron muy pocas horas para que el auto quedara completamente desvalijado y destrozado.

Zimbardo aparcó otro auto en otro barrio de características diferentes al Bronx: un barrio considerado de personas pudientes ubicado en California y llamado Palo Alto. Al coche se le dieron varios martillazos en su carrocería y pasó exactamente lo mismo que con el auto del Bronx: fue desvalijado y destrozado.

Las señales fueron inequívocas: los ciudadanos, tanto del barrio rico como del barrio pobre solo requirieron de una señal de abandono para actuar de igual forma. En otras palabras, un síntoma de abandono, de despreocupación por las cosas, el rompimiento de las normas de convivencia, la no aplicación correcta de la Ley y la lenta respuesta de las autoridades competentes desestimula la convivencia, elimina el respeto por el otro, conduce a la destrucción de mobiliario urbano y pauperiza las ciudades. Eso mismo que sucede con los grafitis, si en un muro blanco aparece una porción de este pintado, no tardará en ser rayado en su totalidad.

La situación anteriormente ilustrada se podría aplicar a otras esferas como lo son el orden público, la delincuencia en todas sus formas de expresión, el uso de psicoactivos, el perifoneo urbano, la conexiones eléctricas fraudulentas, la tala del arbolado urbano y el maltrato animal.

Mantener las ciudades limpias, las calles ordenadas, demarcadas y bien asfaltadas, los jardines podados y aseados, las señales de tránsito bien ubicadas, las paredes de las casas y los establecimientos comerciales pintadas son algunas de las acciones que impiden que el orden de una comunidad se deteriore, que las conductas incivilizadas nos contagien y que las personas que cumplen a cabalidad con las normas sociales y de convivencia pacífica, no se retraigan y se vean obligadas a dejar de usar las calles, evitar el contacto con sus semejantes, no participar de las actividades de su barrio y perder confianza en las autoridades. Es la forma más fácil de que la inseguridad se apodere de las ciudades.

Medellín ha sido, a través de sus diferentes administraciones, una ciudad que ha sido bien gestionada en casi en todos sus aspectos, pero en los últimos años evidencia un retroceso en cuanto al manejo de sus residuos y, no propiamente porque sus entidades ambientales y el operador encargado de su recolección y disposición final no realicen correctamente su tarea, sino porque sus ciudadanos han caído estrepitosamente en el fenómeno de la ventana rota. No hay separadores de vías, esquinas, parques, bajos de puentes, placas deportivas entre otros espacios físicos que no se vean afectados por las actitudes incívicas de muchos de nuestros conciudadanos. Llantas, escombros, colchones, sillas, camas, sofás, residuos de alimentos, bolsas y botellas plásticas por cantidades alarmantes “decoran” estos espacios como una muestra de insolidaridad, de irrespeto por los demás. Es una ausencia de normas y de la aplicación misma de la ley.

¿Ante situaciones de esta índole, cómo se debe proceder? ¿Habrá que aplicar la Ley con todo su rigor? ¿Será necesario seguir insistiendo en la educación de la ciudadanía con todos los costos que esta implica? ¿Se debe incrementar el número de “escobitas” y carros recolectores? La respuesta es un rotundo NO. La solución corresponde a los ciudadanos mismos. No hay que destrozar ningún auto abandonado. Se requiere de personas comprometidas con su ciudad, con valores cívicos y morales, con padres que ilustren a sus hijos y los formen en el cuidado de las calles, de los parques, de las placas deportivas. Se requiere de buenos docentes en colegios, escuelas y universidades, sin importar la asignatura que dicten ni de sus afinidades políticas, que enseñen y exijan a sus educandos comportamientos compasivos con la flora, con la fauna; que los integren a la sociedad y contribuyan con la protección del espacio público como muestra de respeto por sus semejantes, sus autoridades y por sí mismos. ¿Y qué tal si esas mismas exigencias se practican en las empresas privadas, en los clubes deportivos, en el barrio, en la comuna?

Uno de los grandes pensadores de la Ilustración fue el filósofo alemán Immanuel Kant quien, para un evento como el que nos atañe, una vez señalo: “Actúa siempre de modo que tu conducta pueda ser considerada una regla universal”