Los hijos no se pueden superproteger, pero tampoco abandonar, educarlos integralmente conservando el equilibrio físico, mental y espiritual.

POR: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS

Los hijos sobreprotegidos se vuelven débiles y timoratos y, cuando adultos carecen por lo general de la agresividad mínima para abrirse camino en la vida y hacerse respetar.  Es frecuente también que, ya mayores, busquen la protección de un Estado paternalista como sustituto de sus progenitores.

Son personas con insuficiente desarrollo de sus personalidades y, en los casos extremos, emocionalmente impedidas, que encuentran muy difícil adaptarse a condiciones normales.  El exceso de protección de sus padres o de la familia no les dejó suficiente espacio personal para desarrollarse normalmente.  De seguro que algún familiar se hacía cargo habitualmente de solucionar todos los problemas durante su niñez, sin darle espacio o tiempo para intentarlo por sí mismo.

Cuando un joven sobreprotegido ingresa al colegio, suele tener grandes problemas con sus compañeros y educadores, llegando hasta el fracaso escolar.

Es difícil, sin embargo, fijar parámetros para determinar cuándo la protección pasa a excederse en su propósito.  Es probable que en algunos países latinoamericanos se proteja más a la juventud que en Estados Unidos, por ejemplo, especialmente en el caso de la mujer.

Lo importante es considerar que este mismo mecanismo impide un desarrollo armonioso del carácter y la voluntad, creando una tendencia a tratar de conseguir cosas en la vida manipulando emocionalmente a otras personas, en vez de seguir la vía del mérito y esfuerzo personal.

Con frecuencia, estos sujetos se sienten víctimas y caen fácilmente en la autoindulgencia y la compasión por sus propias personas.

Todo esto los hace eludir el esfuerzo penoso, impidiéndoles desarrollar el hábito de luchar por lo que desean.  Con esta problemática, no les queda energía para luchas éticas y morales, ni tienen la fuerza necesaria para rechazar las tentaciones o postergar el placer inmediato para conseguir un bien distante de mayor valor.

Esta languidez moral los vuelve ambiguos y poco definidos en la elección de sus valores éticos, ya que no poseen convicciones profundas ni saben defenderlas con firmeza.

Huyen de los desafíos importantes, por el temor que éstos les inspiran.  Es menester reparar en que la debilidad de carácter del sujeto sobreprotegido lo conduce directamente a la permisividad, ya que el atenerse a reglas y principios sólidos requiere disciplina y voluntad.

Darse permiso a sí mismo significa, en su acepción negativa, aumentar gradualmente las cuotas normales de placer, diversión y consumismo, dificultando cada vez más la formación de buenos hábitos morales.

Los placeres de la buena mesa, la afición a las golosinas, el consumo de alcohol son formas de acariciarse a sí mismo que pueden conducir a la adicción y a trastornos tales como la drogadicción y la baja autoestima.

Permisividad es una diferente expresión para referirse a la “autoindulgencia”, costumbre que provoca un muy bajo nivel de autoexigencia, con el deterioro moral y ético que esto implica.

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                             Medellín, mayo 26 de 2023