Por: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS    

 Los niños y los jóvenes sobreprotegidos se vuelven débiles y timoratos y, cuando adultos, carecen por lo general de la agresividad mínima para abrirse camino en la vida y hacerse respetar.  Es frecuente también que, ya mayores, busquen la protección de un Estado paternalista como sustituto de sus progenitores.

Son personas con insuficiente desarrollo de sus personalidades y, en los casos extremos, emocionalmente impedidas, que encuentran muy difícil adaptarse a condiciones normales.  El exceso de protección de sus padres o de la familia no les dejó suficiente espacio personal para desarrollarse integralmente.  De seguro que algún familiar se hacía cargo habitualmente de solucionar todos los problemas durante su niñez o juventud, y sin darle espacio o tiempo para intentarlo por sí mismo.

Cuando un niño o joven sobreprotegido ingresa al colegio o universidad, suele tener grandes problemas con los compañeros y educadores, llegando hasta el fracaso escolar.  Lo importante es considerar que este mecanismo impide un desarrollo armonioso del carácter y la voluntad, creando una tendencia a tratar de conseguir cosas en la vida manipulando emocionalmente a otras personas, en vez de seguir la vía del mérito y esfuerzo personal, e incluso sentir el sacrificio.

Con frecuencia, estos hombres y mujeres se sienten víctimas y caen fácilmente en la autoindulgencia y la compasión por sus propias personas.  Todo esto los hace eludir el esfuerzo penoso, impidiéndoles desarrollar el hábito de luchar por lo que desean.  Con esta problemática, no les queda energía para luchas éticas y morales, ni tienen la fuerza necesaria para rechazar las tentaciones o postergar el placer inmediato para conseguir un bien distante de mayor valor.

Esta languidez moral y ética los vuelve ambiguos y poco definidos en la elección de sus valores éticos, ya que no poseen convicciones profundas ni saben defenderlas con firmeza.  Huyen de los desafíos importantes, por el temor que estos les inspiran.  Es menester reparar en que la debilidad de carácter del sujeto sobreprotegido lo conduce directamente a la permisividad, ya que el atenerse a reglas y principios sólidos requiere disciplina y voluntad.

“Darse permiso a sí mismo” significa, en su acepción negativa, aumentar gradualmente las cuotas normales de placer, diversión y consumismo, dificultando cada vez más la formación de buenos hábitos morales.  Los placeres de la buena mesa, la afición a las golosinas, el consumo de alcohol y drogas alucinógenas son formas de acariciarse a sí mismo que pueden conducir a la adicción y a trastornos mentales y la baja autoestima.  Permisividad es una diferente expresión para referirse “a la autoindulgencia”, costumbre que provoca un muy bajo nivel de autoexigencia, con el deterioro moral y ético que esto implica.

La búsqueda compulsiva del placer también es causa del debilitamiento del carácter y la voluntad.  El hedonismo es quizás el rasgo más destacado del ser humano actual.  La entronización del placer como el más elevado de los dioses.  La búsqueda compulsiva del goce sensorial por encima de cualquiera otra consideración, sin importar el precio que haya que pagar por ello.  Es tal el nivel de alienación de la masa que concibe el mundo como un supermercado de diversión y agrado, como si hubiéramos venido a la vida solamente para gozar en forma ilimitada, y no para perfeccionarnos moral y espiritualmente.

El placer no satisface nunca el hambre de sensaciones, por lo que debe ser renovado continuamente para combatir el vacío y la angustia que, hoy, azota a la nueva generación que se levanta.

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                                              Medellín, diciembre 26 de 2020