Por: IVÁN  ECHEVERRI   VALENCIA

A la mayoría de los colombianos nos ha gustado debatir  y  participar  en la actividad política; siempre estamos prestos a opinar,  tanto a los que nos gusta como a los que reniegan de ella.

En los últimos años la política se ha convertido en el deporte nacional de los colombianos,  generando unos apasionamientos que, a veces, se tornan tan peligrosos que nos vemos a punto de repetir la triste historia de la violencia política, ya no entre militantes de los partidos Conservador y Liberal, sino entre los partidarios de la izquierda colombiana con los de la extrema derecha.

Se ha dicho que la política es la ciencia como se gobierna un Estado o Nación. También se ha entendido como la forma como un gobierno conoce y enfrenta las políticas sociales, económicas, de seguridad, de educación, de salud, de empleo, de vivienda y de medio ambiente,  en la búsqueda del bien común. Loable propósito que los gobiernos de turno y clase política con frecuencia olvidan. 

Actualmente vivimos en un mundo globalizado, de políticas neoliberales y de tecnología, en el que nuestro país se encuentra inmerso de manera desventajosa frente a otros que nos llevan años de  ventaja en su desarrollo. Lo que ha permitido que la brecha sea más profunda entre ricos y pobres, dando lugar al resurgimiento de un malestar de una importante franja de la nación que no se encuentra identificado con el modelo económico ni representado por la actual clase dirigente.

El movimiento social que se manifestó desde fines del año pasado, que no es de izquierda ni de derecha,  que nadie puede asignarse su paternidad, está constituido por miles de personas de todos los estratos sociales, de la cultura y del deporte que quieren hacerse sentir en la búsqueda de participación  y de soluciones al cúmulo de inconformidades, desigualdades e injusticias sociales, que el actual sistema, las elites y la clase política siempre han subestimado.

El descontento social, se halla en pausa por causa de la pandemia que está en boga en nuestro país, pero una vez la superemos y se conozcan sus resultados nefastos de pobreza, desempleo y deserción estudiantil, muy seguramente revivirá y se tomará nuevamente las calles de las principales ciudades hasta que se les escuche y resuelva positivamente todas sus exigencias.

En nuestro medio los dirigentes políticos  siempre son elegidos, por el voto de la gente más pobre, que por sus carencias, muchas veces, lo venden para suplir por un solo día sus necesidades básicas y, después estos mercaderes de la política, terminan sin ningún recato ignorándolos y dedicados a servir única y exclusivamente a unas clases privilegiadas y a los aportantes de sus campañas.

Los colombianos no hemos sido afectos a los partidos de izquierda que terminan en la mayoría de los casos en autoritarismos con experiencias no gratas  en nuestro entorno latinoamericano, por la manera como someten y degradan a su pueblo, por las pérdida de todas sus libertades y las nulas  posibilidades de crecimiento que se les otorga, tanto de manera individual como a la misma sociedad.

La tendencia para futuros debates políticos, dado el desgaste, desprestigio y la falta de credibilidad de los actuales dirigentes y partidos políticos, hará que los nuevos aspirantes a las corporaciones públicas y a la Presidencia de la República, establezcan diferencias, desprendiéndose de las malhadadas costumbres de corrupción, de clientelismo, de nepotismo y de otras “jugaditas” que han envilecido a los partidos tradicionales  hasta el punto de tenerlos en vía de extinción.

El desespero que cunde por falta de un liderazgo serio y honesto,  no nos puede llevar a los ciudadanos, ni a los movimientos sociales a cometer más errores eligiendo a personajes con antecedentes sospechosos y mucho menos a populistas tanto de derecha como de izquierda, que ofrecen el “oro y el moro” sin ninguna responsabilidad; votar por cualquiera de  ellos sería una insensatez, un suicidio porque  estaríamos  comprando un boleto  para viajar en un avión que está fallando, con unas consecuencias inimaginables e irreversibles  para la democracia y el futuro de la patria; las experiencias en países cercanos han sido demasiado funestas.

Tenemos dos años para prepararnos política e ideológicamente para hacer una purga total a la actual clase dirigente que desdice mucho por sus ”jugaditas”, vicios,  mañas y conductas inmorales que infortunadamente se encuentran empotradas en todos los niveles del Estado, desde hace bastantes años. Ante la falta de  liderazgo y de políticos honestos, nuestra obligación es elegir bien para tener  a los mejores y más diáfanos dentro del Estado.

Estos tiempos de anormalidad nos ha permitido reafirmar fehacientemente la incompetencia e ineptitud de la actual clase política en la búsqueda de soluciones efectivas a los graves problemas que aquejan al pueblo colombiano. Vale la pena recordar la enseñanza del ex presidente Mujica: “La política no es un pasatiempo, no es una profesión para vivir de ella, es una pasión con el sueño de intentar construir un futuro social mejor; a los que le gusta la plata, bien lejos debieran estar de la política”.

Estamos hastiados de la politiquería que se funda solo en miedos, odios, mentiras,  broncas  y métodos corruptos, por lo que tenemos el deber como ciudadanos de renovar y ampliar la democracia; necesitamos un gobierno y una clase política nueva, capaz, amante  de la paz, solidaria y transparente.

NAPA: Estamos en un excelente momento para renovar urbanísticamente el Parque Lleras y poderlo regresar a la comunidad como espacio cultural, recreacional, ambiental y libre de vicio y prostitución.