Por Iván de J. Guzmán López
Ofrezco excusas al maestro español Gonzalo Martín Vivaldi, si le ofendo al pasar un poco por alto sus claras y sabias lecciones en materia de Coherencia y cohesión, pero, auxiliado por un hilo conductor algo delgado, debo tratar varios temas en este mismo artículo.
Y es el caso que (como gustaba escribir al gran cronista y periodista peruano Ciro Alegría), volví a leer el maravilloso libro titulado Historias detrás de la historia de Colombia, del abogado, columnista e historiador cartagenero Eduardo Lemaitre, y en él encuentro, en un lenguaje castizo, sencillo y sumamente placentero, que argumenta:
… “Meditando yo sobre esta materia (la reelección) me he puesto a repasar la historia colombiana y me he encontrado con que casi podría formularse un axioma político, según el cual entre nosotros reelección es igual a trastorno.
Reelegimos a Bolívar, el Libertador, en 1826; y dos años después sobrevino la conspiración del 25 de septiembre, con todas sus perniciosas secuelas. Después de una “paloma” en 1832, el general Obando aspiró de nuevo en 1836, pero fue derrotado, y se desencadenó la guerra de “Los Supremos”. Finalmente logró hacerse reelegir en 1853, pero lo tumbó o se dejó tumbar por Melo un año después, y hubo luego que hacer una guerra para tumbar a su vez al propio Melo.
Mosquera aspiró por segunda vez en 1857 y fue derrotado por don Mariano Ospina Rodríguez. Inconforme con este resultado, el gran general desató apenas pudo los caballos de la guerra civil de 1860, y ensangrentó al país. Luego se hizo reelegir para un tercer período y terminó amarrado en el Observatorio, el 23 de mayo de 1867, con gran traumatismo para la nación.
Viene Núñez. Su reelección en 1884 le cuesta al país no una, sino dos guerras: la del 85, feroz, y la del 95, estúpida, ¡cuando ya el enemigo había muerto! Aspira de nuevo Caro a la presidencia en 1898, pese a la prohibición constitucional de ser electo para un período inmediato. No lo consigue, y saca entonces de su sacristía política el esperpento Sanclemente-Marroquín. Resultado: una nueva guerra civil que dura tres años y un golpe de estado, el 31 de julo de 1900. Luego viene un largo interregno de paz, hasta que se presenta la reelección de Alfonso López: se cae el partido liberal.
Finalmente se le ocurre a Ospina Pérez repetir presidencia. Se opone “El Monstruo” Laureano Gómez, se atraviesa Rojas Pinilla, y estamos ya en el trece de junio de 1953, cuyas violentas repercusiones vivimos y sufrimos todavía”.
Aparte de quedar demostrado el “trastorno” de la reelección, en estos cuatro párrafos queda en evidencia que en 127 años de vida republicana (1826 a 1953), vivimos todo el tiempo en guerra (luego, en otra columna, hacemos la cuenta de los siguientes 68, hasta llegar a nuestros días), para demostrar que la guerra ha perturbado nuestro bienestar, nuestra soberanía y nuestra crecimiento como nación.
Esta historia de guerra, que la conoce bastante bien nuestro Alto Comisionado para la Paz, el doctor Juan Camilo Restrepo Gómez, es la vitamina (¿un oxímoron?) que le hace levantar muy temprano y ponerse en posición de descanso muy tarde, tras recorrer con devoción y soluciones, buena parte de Colombia. La historia, que “es el vendaval que impulsa al mundo”, según el sociólogo, filósofo y ensayista polaco-británico de origen judío Zygmunt Bauman (quien acuñó el término de modernidad líquida a los tiempos actuales, basándose en los conceptos de fluidez, cambio, flexibilidad, y adaptación, y trata con rigor asuntos como la hermenéutica, la modernidad, la posmodernidad, el consumismo, la globalización y la nueva pobreza), ha enseñado al Alto Comisionado para la Paz, que no podemos seguir andando el panorama que describe el maestro Eduardo Lemaitre, y por eso, su lema Del escritorio al territorio”, da cuenta de que esa esa historia no puede seguir repitiéndose siglo a siglo, año a año. Y que es trabajando por las regiones y con las regiones, como se aclimata la paz con legalidad.
Aprovecho el ir de la mano de la dolorosa pero aleccionadora historia colombiana, para contar que el pasado 7 de septiembre de 2021, en el marco de nuestra Asamblea general ordinaria, elegimos la nueva Junta Directiva de nuestra Academia Antioqueña de Historia para los siguientes dos años, misma que quedó en cabeza del Académico don Alonso Palacios Botero, como presidente, con irrefutables méritos académicos y personales, quien le recibe a la junta que presidió don Orestes Zuluaga Salazar, con un balance bastante positivo en términos de la creación de nuevos Centros de historia, presencia permanente en los municipios antioqueños con conferencias, acompañamiento, exposiciones itinerantes y actividades conmemorativas a la Campaña libertadora, la Batalla de Boyacá y el definitivo Combate de Chorros Blancos; adicional, nos deja un alto reconocimiento nacional de parte de la Academia Colombiana Historia, las publicaciones impresas de los repertorios de la Academia (que ya llegan al número 200) y la digitalización de estos (subidos completos a la web del 1 al 200) como una gran apuesta para la consulta de todos sus artículos por parte de académicos, público en general, y muy especialmente de los jóvenes para quienes la historia se ha convertido en asunto relevante y de interés.
Maestro Gonzalo Martín Vivaldi, usted sabrá disculparme, si he pecado contra la coherencia, norma de oro de la elocuencia.