Por Iván de J. Guzmán López 

Ivanguzman790@gmail.com

Poco a poco nos estamos dando cuenta de que la pandemia no sólo es una amenaza a la salud de los pueblos; también se está convirtiendo en una amenaza grave para las democracias del mundo. Las medidas autoritarias se dan (en el mundo), día tras día. En Colombia, noche a noche, se promulgan decretos como si de soplar botellas se tratara. Decretos mágicos que afectan la salud de los colombianos, modifican para mal las cargas tributarias, restringen (en vez de incentivar) el empleo, autorizan despidos, suprimen servicios, menguan las libertades ciudadanas, recortan presupuestos, dejan en situación moribunda servicios básicos como la educación, la salud misma, y restringen libertades democráticas aquí y allá, sin control alguno de las distintas instancias legislativas y democráticas.

En el ámbito patrio, el indicador empleo, uno de los índices básicos para medir el bienestar de una población, nos entrega una cifra escalofriante, que se constituye en una amenaza grave para cualquier democracia en el mundo. Según el DANE, para el mes de mayo de 2020, la tasa de desempleo del total nacional fue 21,4%; y en las 13 principales ciudades fue de 23,5 %. En el escenario latinoamericano, entre sistemas, economías y condiciones similares, el país conserva el peor récord de desempleo. Para ilustrar el aserto anterior, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, CEPAL, publicó una gráfica representativa del desempleo en los países latinoamericanos, contrastando entre el año 2019 y el mes de mayo de 2020:

Fuente: CEPAL-OIT. Publicado en Semana.

Vergonzoso y preocupante es este indicador, si se tiene en cuenta que Colombia pertenece a la OCDE (la liga de los países ricos), y estimo que su desempleo es verdaderamente alarmante, si se le compara con gobiernos populista como Brasil (11.2%) y México (4.1%9). Adicional, recordemos que Luis Eudoro Vallejo Zamudio, Director de la Revista Apuntes del Cenes (publicación semestral de la Escuela de Economía  perteneciente a la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia), hablando de las obligaciones de Colombia, al ingresar a la OCDE, planteaba, en diciembre de 2018: Es preciso señalar que los problemas más preocupantes (del país) tienen que ver con la desigualdad y la informalidad laboral. Con relación a la primera, Colombia es el tercer país más desigual del mundo, con un coeficiente de Gini en el sector urbano de 0.51, y en el sector rural de 0.90; es de esperar que las reformas en educación, salud e infraestructura, así como en el sistema financiero y en el campo, entre las más importantes, contribuyan a reducirla (Es de anotar, que estas reformas no se han dado. El apunte es mío).

Por otro lado, la informalidad laboral presenta cifras alarmantes, siendo más acentuada en el sector rural; pues mientras que en el sector urbano (23 áreas metropolitanas) en el 2017, fue del 50.8 %, en el sector rural fue del 82 %. Bien vale, entonces, preguntarnos: ¿habrá voluntad política de la nueva administración para resolver una situación como la descrita? o ¿nos quedamos con el diagnóstico y no con las soluciones? (Debemos aclarar que la “nueva” administración, es la del presidente Duque).Al panorama anterior, digamos que los ojos del mundo ya están puestos en Colombia, y que, el pasado domingo12 de julio de 2020, la primera página del periódico más importante del mundo (The New York Times), en un nota sobre Colombia, titulada en inglés “In Pandemic, for Colombia’s Poor, ‘Hope Is Over”, que en español significa: “En la pandemia, para los pobres de Colombia, la esperanza se acabó”, revela la pobreza en Colombia por causa de la pandemia y de las pocas medidas que ha tomado el presidente Duque para salvar a los más vulnerables de la hambruna. Sin duda, es una dolorosa publicación,presentada como “su informe especial de la semana”, que deja muchos interrogantes sobre las políticas sociales del presidente de Colombia, Iván Duque.

Para completar el oscuro panorama, digamos que Colombia toda hace parte del 40% de la población mundial que está confinada; es decir, de los más de 2.900 millones de personas en el mundo, encerradas por decreto, con mercado de salud equivocado o inexistente, con tensiones sociales en todos los estratos, conejercicio restringido o autocensurado de la prensa, con corrupción galopante, conparlamentos, asambleas, concejos y demás organismos de elección popular, prácticamente inoperantes o sin capacidad para controlar el poder omnímodo asumido por gobiernos que parecen derivar en dictaduras, declarando estados de excepción, sin que las medidas para proteger el empleo, la salud, la seguridad y el abastecimiento alimentario, sean palmarias y efectivas.

Estamos sintiendo como algunos gobiernos democráticos están sostenidos, ya no por las estadísticas; ahora parecen sostenerse en una aparente lucha denodadacontra la pandemia, dejando de lado las decenas de frentes de trabajo de cualquier gobierno, y permitiendo la caída libre de la economía, del empleo, de la calidad de vida y de la seguridad social. Así, tenemos que afirmar categóricamente que la pandemia, no sólo es una amenaza grave a la salud de los pueblos; también se está convirtiendo en una amenaza grave para las democracias del mundo.