Escrito por: Briseida Sánchez Castaño

Tengo diez años, vivo en el barrio Cervantes, es un barrio popular recién construido,  todas las casas están a medio terminar, en obra negra, algunas en ladrillo café y otras ya están revocadas con cemento gris, a todas se les ve las varillas de acero en sus terrazas, el sueño de todos es hacer alguna vez un segundo piso,  las puertas y las ventanas  de las casas aún no son de aluminio, la mayoría tiene puertas y ventanas  de madera provisionales, hoy  se están trasteando para la casa del frente inquilinos nuevos, llega un camión pequeño, comienzan a bajar los corotos, las tablas de las camas, las barandas metálicas, las colchonetas de rayas blancas y azules, algunas descocidas por las cuales se les sale algo del relleno que tienen adentro, la ropa está dentro de tulas hechas con las mismas sábanas, una mesa del comedor vieja que la entran entre el conductor del camioncito, el papá de la familia, la mamá  y un vecino que se arrima para ayudar, todos tratan de entrarla por la estrecha puerta, no logran entrar las patas, la suben, la bajan, la ladean, ensayan muchas formas, la mesa no cabe, la dejan en el andén,  una nevera vieja y corroída por el óxido a la que casi no logran pasar, mientras lo intentan, la señora de la casa grita a los hombres: ¡no la ladeen tanto que se le sale el gas y se daña mi nevera!, terminan de bajar del camión platos, chocolateras, ollas apachurradas y con la base negra, una pitadora, dos baldes, en medio del coroteo, el señor de la casa, baja a una  niña cargada en brazos que venía en medio de los corotos del camioncito,  tiene mi misma estatura, es flaquita, tiene un vestido verde y unos zapatos blancos, con un pequeño corbatín blanco, está muy bien vestida, la sientan en una silla mecedora azul que han acabado de bajar del camión y la tienen en el andén, la mecedora es tejida con plástico, aunque tiene varias partes donde se ha roto el tejido,  yo estoy mirando desde al frente donde está mi casa, sentada en el muro detrás de las rejas de hierro de mi ventana, mi hermano mayor que yo, por un año,  mira desde la otra ventana más grande y mi hermanito pequeño de ocho años trata de  mirar por la hendija que hay entre la puerta y el piso, estoy sola con mis hermanitos, mamá nos ha dejado con llave, la niña de la mecedora se balancea con los pies y se tira hacia atrás, tiene la mirada fija hacia el cielo, su cara tiene una apariencia extraña, ella nunca me mira, por fin terminan de entrar todos los corotos, entran a la niña, esta vez no es cargada, su padre la toma de la mano y la dirige hacia adentro, su papá cierra la puerta, me pongo triste porque se me ha acabado el entretenimiento, el espectáculo del coroteo me tuvo entretenida todo el día, al otro día, ya  es domingo y desde por la mañana el papá de la niña del frente la ha sacado para que tome el sol, y la ha sentado en la  mecedora, la niña se balancea con sus pies y se tira hacia atrás, dejan la puerta de su casa abierta y desde mi ventana puedo verlo todo, le digo a mis hermanitos que ya han sacado a la niña del frente, terminamos de comer el desayuno asomados a la ventana, otra vez estamos solos, papá ha estado por fuera una temporada y mamá se ha ido temprano después de dejarnos el desayuno preparado, la mamá de la niña le lleva una arepa puesta en un plato plástico y una botella de plástico  llena de lo que parece un chocolate oscuro, ella pone todo sobre sus piernas y come despacio, mientras desayuna su madre le peina el cabello recién bañado, termina de desayunar y la dejan toda la mañana en la mecedora, la niña a veces se balancea y otras veces se queda quietecita, después duerme y otra vez se despierta, así trascurre la mañana, ella nunca me mira, ni mira a nadie, solo mira hacia el cielo cuando se mece con sus pies, comienza  a llover y la madre de la niña la entra de inmediato dentro de la casa, no la vi más en esa tarde, en la mañana de lunes me levanto temprano cuando todavía está oscuro, me baño y me pongo el uniforme, estoy en quinto año de primaria, salgo hacia la escuela, veo a los otros niños de la cuadra salir también recién bañados con su morrales, la casa del frente aún no está abierta y a la niña no la veo, regreso al medio día de la escuela y veo la niña sentada en la mecedora, siempre está descalza, otros niños que vienen por ese lado de la calle esquivan su andén y se pasan al mío, se quedan mirándola y cuchichean entre ellos, llego a mi casa, toco la puerta, otra  vez mamá no  está en casa, no hay nadie, me pongo contenta porque así podré permanecer en la calle un rato hasta que mamá regrese, voy hacia el andén del frente y me siento allí cerca de la niña, ella no se percata de que estoy allí, me quedo mirando su cara, veo sus ojos, lo que en mis ojos está pintado de verde oscuro, en ella está pintado de un gris blancuzco, lucen como unos ojos que caminan perdidos entre la gente, me siento en el andén junto a la mecedora y me quedo un rato allí sin hablarle, solo la miro, la mamá de la niña sale de repente, me sonríe y me saluda y se dirige a la niña y le dice, mira Cruzana, tienes una nueva amiguita que ha venido hasta aquí para saludarte, la niña pregunta sin dirigir su mirada a ninguna parte y conservando su inclinación hacia el cielo, ¿quién mamá, quién es?, la mamá de Cruzana se dirige a mí y me pregunta, hola, en dónde vives, le señalo tímidamente con la mano mi casa de al frente, la mamá de Cruzana se inclina sobre ella y le dice, vive al frente, la niña me pregunta en voz alta pero con su mirada dirigida al cielo, ¿cómo te llamas?, yo le digo que soy Ana de la Cruz, ella me dice rápidamente, ¡de la Cruz!, es como comienza mi nombre, Cruz-ana, me sonrío en voz alta, la mamá nos deja solas, le pregunto qué porque no ha ido a la escuela, me dice que su mamá está buscando una escuela para ciegos por estos lugares para matricularme, en ese momento por fin entiendo lo que le pasa a los ojos de Cruzana, es ciega, con sorpresa le pregunto a Cruzana cómo ve ella sonríe y sin mirarme me dice, es que yo no veo, le digo que me explique cómo siente en los ojos, me responde que no siente nada, le pregunto que si es lo mismo que veo yo cuando cierro los ojos, me dice que no lo sabe  porque para ella cerrar los ojos o abrirlos es igual, me pide que le explique qué diferencia hay para mi entre abrir y cerrar los ojos, le digo que cuando los tengo cerrados es como cuando mamá me deja con llave las ventanas de madera de  la casa y no puedo abrirlas para ver la calle, y cuando me dejan salir, es como abrirlos, desde allí te veo siempre sentada en tu mecedora, le digo, me pide que le explique cómo se ve ella desde mi casa, le digo que ella no se parece a ninguna otra niña del barrio ni de la escuela, tiene muchas pestañas y muchas cejas y que su carita tiene pecas y su cabello es rojizo como el de ninguna, y que ese pelero se bate como un columpio cuando se mece en la mecedora, le digo que es la única niña del barrio que puede pasar tanto tiempo en el andén, que todas las niñas sueñan con estar afuera, ella se ríe y me dice que no sabía que era tan diferente a las otras niñas. En ese momento llega mamá y me encierra en casa.

            La tarde de sábado mamá se va temprano, me asomo a la ventana y veo a Cruzana afuera en su andén, su madre viene hasta mí y me pide que me quede con la niña hasta que ella regrese, le digo que si con la cabeza, pasa la mecedora para mi andén  y luego pasa a la niña. Cruzana me pide que le explique qué se ve desde mi andén, le cuento que hay unas montañas gigantes que rodean nuestro barrio,  me pide que le explique cómo unos ojos que son tan pequeños y que los puede frotar con sus dedos cuando los toca, pueden ver cosas tan grandes como unas montañas, le digo que todo lo que ven los ojos siempre son cosas más grandes que los ojos, los ojos son pequeños pero una vez abiertos es como si se hicieran tan grandes como el tamaño que tienen las cosas, ella exclama sorprendida ¡¿ Cómo puede ser que los ojos se ponen tan grandes como las cosas que vemos !? Sí, le respondo, se aumentan sin aumentar, ella dice sorprendida: ¡Es magia! Me pregunta que cómo distingo que una montaña es una montaña y no es el cielo por ejemplo, le explico que donde está el cielo no hay montañas y donde están las montañas no está el cielo, que el cielo comienza justo donde termina la montaña y que además la montaña tiene un color y el cielo tiene otro, me pide que le explique qué es el color, le digo que existe un color negro que probablemente es el único color que ella conoce, que es el que siempre ve, que hay uno que es completamente contrario al negro, que se llama blanco, y que luego hay muchos colores, unos están más cerca al blanco y  otros están más cerca al negro, se sonríe y me dice que no logra imaginar algo contrario al color que  ella percibe en sus ojos. Ya casi es de noche, en ese momento llega su mamá, y antes de entrarla le digo a Cruzana que justo se está haciendo de noche, que el color de todo se vuelve parecido a lo que ella ve con sus ojos cerrados, me pregunta con sorpresa ¿quieres decir que por la noche todos ven como yo? Le digo que sí. Me despido y paso corriendo la calle y llego a mi portón, mamá todavía no ha regresado, me siento en el andén y ensayo a cerrar los ojos un rato para ver cómo se siente, no pasa mucho tiempo y llega mamá apresurada, se queja de que la diligencia que tenía que hacer se extendió más de lo que debía, me da un beso. Esa semana no vi más a la niña.

Es lunes y de regreso del colegio veo a la niña sentada en la mecedora, antes de tocar la puerta de mi casa, paso por su andén, la saludo y le pregunto que en qué piensa todo el día cuando la sientan en la mecedora, me dice que no piensa nada, solo se bate en la mecedora y siente el viento soplar sobre su cara mientras se mece. Me pide que le explique cómo se ve el barrio, en ese momento sale mamá y me llama para que me entre, me despido de la niña y le digo que pensaré en su pregunta.

Comienzo a hacer el barrio con plastilina, hago a la niña sentada en la mecedora, hago mi casa frente a la suya, hago las calles, las casas, el parque, las montañas. Llega domingo le pido a mamá que me deje llevarle a Cruzana el trabajo que he hecho, me dice que sí pero que no me demore porque pronto llegará papá. Voy a su andén, le explico la maqueta y a qué corresponde cada muñeco, ella lo toca con delicadeza, mamá me grita desde la casa que me entre. Me voy a casa y desde mi ventana veo como la niña se queda toda la tarde tocando lo que he hecho.

Es sábado, papá está por fuera de la ciudad, mamá se prepara para irse a una fiesta, me quejo de la soledad, le reclamo a mamá para que me deje traer a Cruzana a amanecer esta noche en la casa, ante me insistencia me dice que sí pero me advierte que me puedo encartar, voy a la casa de la niña, le pido a su madre que la deje quedar en mi casa, ella acepta, me traigo a Cruzana de la mano, su madre me entrega su piyama y su cepillo de dientes, esta noche mamá nos deja preparado unas arepas rellenas de queso con chocolate, mamá se marcha, Cruzana me dice que por el olor a perfume que deja el paso de mamá adivina que es hermosa, me sonrío y le digo que sí, que todas sus amigas dicen que es la más pispa del grupo, me dice que se nota por  su voz fresca, afanada y descomplicada, el olor a flores que queda cuando pasa y el ritmo de unos tacones que pisan la baldosa, el beso con olor a fresa que le ha dado en la mejilla al despedirse y el cabello húmedo que tocó su cara cuando la besó, me sonrío y le digo que ya yo estoy acostumbrada a mamá siempre oliendo a perfume y muy arreglada cuando se va papá. Invito a la niña a ver televisión, ella ríe, me recuerda que no ve, yo río, le digo que podrá escuchar y que pondré mi programa favorito: La niña de las Montañas, Heidi,  me dice que en su casa no hay televisor, lo enciendo, está comenzando, suena la canción de Heidi cantada por ella:

“Abuelito, dime tu:
¿Qué sonidos son los que oigo yo?
Abuelito, dime tú:
¿Por qué yo en la nube voy?
Dime ¿por qué huele el aire así?
Dime ¿por qué yo soy tan feliz?
Abuelito,
nunca yo de ti me alejaré.

Abuelito, dime tú:
lo que dice el viento en su canción.
Abuelito, dime tú:
¿por qué llovió, por qué nevó?
Dime ¿por qué todo es blanco?
Dime ¿por qué yo soy tan feliz?
Abuelito,
nunca yo de ti me alejaré.

Abuelito, dime tú:
si el abeto a mí me puede hablar.
Abuelito, dime tú:
¿por qué la luna ya se va?
Dime ¿por qué hasta aquí subí?
Dime ¿por qué yo soy tan feliz?
Abuelito,
nunca yo de ti me alejaré

Cuando termina de escucharse la canción Cruzana comienza a llorar sin parar, le pregunto asustada por qué llora, no me responde y sigue llorando, llora sin parar, me preocupo mucho, apago el televisor, voy corriendo a la cocina, le traigo un bocadillo beleño, se lo abro y se lo pongo en la mano, le digo que no llore más, ella toma el bocadillo, lo empieza a comer pero sigue llorando, estoy muy asustada y me pongo también a llorar, cuando comienzo a hacerlo ella para, yo también paro y le preguntó por qué ha llorado así, me dice que esa canción la ha hecho llorar porque no pensó nunca que una niña pudiera llegar a sentir tanta felicidad, que no sabía que existía eso de estar tan contento, tanto así para inventar una canción y poder decirle a todo el mundo como se siente, me comenta que ella nunca se ha sentido de esa manera, que no ha llegado a estar en esa punta de la alegría y que por eso llora. Se calma y me pide que encienda otra vez el televisor, terminamos de ver el capítulo y nos vamos a la cama, estando las dos acostadas le digo que a mi esa canción también me produce una emoción muy grande y unas ganas inmensas de ser Heidi. Nos dormimos.

Al despertar en la mañana Cruzana me dice que por primera vez ha pensado mientras duerme, que nunca le había ocurrido antes, me río y le digo que eso se llama soñar, que no es pensar, me pregunta que qué diferencia hay entre pensar y soñar, le digo que pensar se hace en el día y soñar se hace en la noche cuando se está dormido, se ríe y me dice que ha soñado, y yo salto de la cama y le digo,  ¡Cruzana! ¡¿Entonces has podido ver en el sueño?! Me dice que todo el sueño estuvo oscuro, que se metió dentro del televisor en el programa de Heidi, que ha sentido la textura de las montañas de hierba que le acariciaban los pies descalzos mientras corría, el cosquilleo en la piel de los pies, la sensación de correr por primera vez, el viento frío que sopla en la carita, el olor del campo a frutas, estoy atenta sin parpadear escuchando con fascinación cómo sueña una niña que nunca ha visto nada en su vida. Continúa su relato y me dice que ha escuchado el sonido del viento golpear las hojas de los árboles y la lluvia caer sobre el tejado como en la casa de la montaña donde vive Heidi. Quiero soñar todos los días me dice. ¿Cómo puedo lograrlo? En ese momento tocan la puerta, su madre ha venido por ella, se marcha.

Pasa un mes sin ver a Cruzana, no la han vuelto a sacar al andén, una tarde de regreso de la escuela toco la puerta de su casa, su madre sale, me dice que Cruzana lleva un mes sin querer levantarse de la cama, me deja entrar, voy a su cama, le pregunto por qué no ha querido volver a salir al andén, me dice que no quiere pararse de la cama porque quiere soñar otra vez y le da miedo que el sueño venga y la visite y no entre por estar despierta.

Me dice que quiere soñar pero no con el color oscuro, sino con el color blanco, me pide que le explique cómo se ve el color blanco,  como llevo la plastilina conmigo en el bolsillo, hago una bola redonda maciza la pongo en su mano derecha y hago una esfera plana, la pongo en su mano izquierda, le explico que el color negro es como la bola redonda y el blanco es como la esfera plana, le digo que ella podría imaginar esos colores como quiera, le cuento que entre nosotros los que vemos, tampoco hay certeza de que el amarillo que yo veo sea igual al amarillo que ve mamá, que no es necesario saber las cosas con la certeza con la que la ven los otros, que uno puede crear sus propios colores, le cuento que eso mismo me pasa a mí con las clases en la escuela, cuando la profesora me explica la geografía de Colombia, yo no sé bien como imaginarme una cordillera atravesando todo el país de arriba abajo, o cuando ella explica la vida de los primitivos, yo tampoco puedo imaginármelos, o cuando estoy en clase de religión no puedo imaginarme el espíritu santo, algo que mi profesora parece comprender muy bien.