Cuanto más brillante y excelente se es, más sólo se está.  En cambio, muchas veces se alaba entusiásticamente a los mediocres, e incluso a los más insignificantes de la sociedad.

POR: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS

Mediocre significa, “de poco mérito, tirando a malo”.  Nada más desgraciado hay que ser calificado como “mediocre”, sujeto ambiguo, ni bueno ni malo, que no posee más ni menos defectos o virtudes que el resto de los ciudadanos.  A pesar de que a nadie le gusta ser mediocre lo cierto es que la sociedad de algún modo privilegia o premia esta condición, exaltando su conveniencia, repudiando por otra parte de manera encubierta a los que se apartan de la medianía y son diferentes, sin reparar si este alejamiento deriva hacia una cota de valor inferior o superior al común de los mortales, hecho decisivo a lo hora de calificar conductas y desempeños profesionales.

Pareciera que la sociedad le teme al individuo como tal y desearía unificar a todas las personas en una masa indivisiblemente cohesionada, con una identidad común y manejable.  Todos los días se exalta de diversas maneras el sacrificio del individuo en aras de la colectividad, sin especificar, por cierto, de qué colectivo se trata ni de qué calibre es el individuo que se pretende inmolar, puesto que tratándose de “personas”, se suponen todas iguales.  Nada se dice de cuan limpio o depravado puede estar aquel grupo o lo transparentemente sanas y buenas que podrían ser las posibles víctimas de su maldad.  Caso éste último en el que se están “arrojando ángeles a los cerdos”, diabólica costumbre que se ha hecho popular desde tiempos inmemoriales.

Se nos dice continuamente que “la mayoría manda”; se nos previene contra peligros del “egoísmo”, usando invariablemente esta expresión en forma peyorativa, sin que nadie reconozca alguna clase de egoísmo superior, individualismo ético trascendental que tenga por destino la evolución espiritual del individuo y no el lucro o la rapiña personal.  Se nos conmina a proceder en forma altruista, para “esmerarnos y complacernos en el bien ajeno”, sin advertirnos que esto requiere de una discriminación cognitiva, ya que la palabra “ajeno” incluye también a toda suerte de bellacos y malandrines, para los que su propio bien es el delito exitoso, de quienes nos convertiríamos en cómplices si los ayudáramos, puesto que estaríamos con ello favoreciendo a sus perversos designios, y seriamos casi coautores de los delitos, atropellos o ilegalidades que cometieran después de recibir el apoyo de hombres y mujeres de excelencia.

Se nos quiere convencer de que es preciso “hacer el bien sin mirar a quién”, lo que desde el punto de vista–utópico suena muy bonito.  Se trata de justificar la bondad de esta máxima atribuyéndosela de alguna forma a Jesucristo, pero en mi fuero interno confieso mis dudas de que “Él” haya dicho exactamente esto.  Me parece más justa la expresión: “Haz el bien, pero mira muy bien a quién”, aunque seguramente no sonará gratamente en los oídos enviciados en peroratas demagógicas de diversa índole.  Las frases “caramelo” suelen producir adicción en la gente, que de algún modo se siente purificada, elevada o perdonada en sus pecados capitales al hacerse participe, aunque sea en forma pasiva, de cualquier campaña humanitaria.  Lo cierto es que estas personas no suelen distinguir la distancia que existe entre los excelentes bien intencionados y los que realizan efectivamente aquello que se proponen.

Es únicamente en el proceso de la materialización de los buenos deseos donde el sujeto logra dimensionar la magnitud del esfuerzo necesario y es allí donde el eslogan “caramelo” se dulcifica y aparece en toda su crudeza aquella expresión popular que dice que “todo lo valioso cuesta”, que mientras más valioso sea algo, mayor esfuerzo o dinero requiere el obtenerlo, y mientras más vulgar o desvalorizada sea una cosa, mayor será la abundancia de su disponibilidad, llegando al caso de la basura, que posee un valor negativo, ya que es preciso pagar para desprenderse de ella.

El mediocre cree en la ganancia fácil y suele ser adicto a la mentira, el engaño, la trampa, a los juegos de azar, al oportunismo, la trapisonda, esperando que un golpe de suerte lo favorezca, y las deslealtades lo lleven al poder, si fuera necesario.  El mediocre carece de individualidad, veracidad, carácter, firmeza y voluntad, por lo cual estará siempre a favor de las mayorías, convencido de que éstas poseen la verdad.  Será incapaz de genuino esfuerzo, tesón, sacrificio, soñando en cambio en manipular de alguna forma a quien tenga algo que él desea, para poder quedarse con sus méritos y sus propios intereses.

PD: La mediocridad, erróneamente, se ha dicho corresponderá a la sencillez y pobreza de espíritu, por lo cual sería grata al Creador.  (“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos será el reino de los cielos”).  ¡Craso error! 

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                                 Medellín, abril 21 de 2023