Por Iván de J. Guzmán López

Aunque el alcalde Daniel Quintero se apresuró a desmentir (cosa nada nueva en él) robo alguno en el cinematográfico asalto de una banda (que se calcula de 60 hombres) a una fundición de Medellín el viernes 5 de octubre, “el fiscal General de la Nación, Francisco Barbosa Delgado, reveló que los ladrones sí alcanzaron a hurtar una cantidad de oro valorada en 550 millones de pesos”.

Afortunadamente, la reacción casi que inmediata de la policía, impidió un pillaje de inmensas proporciones. Recordemos que “once de los delincuentes participantes en el ilícito, fueron capturados tras protagonizar una balacera en el sector, con el apoyo de las cámaras de vigilancia de esta zona, en ese momento se dispuso de un plan candado con varios uniformados y un dispositivo de cámaras de vigilancia, lo que facilitó la captura de estos 11 integrantes de esta banda criminal”, según expresó el comandante de la policía Metropolitana, el general Javier Josué Martín Gámez. 

Este accionar es reiterativo en la ciudad. Recordemos que “como César Augusto Giraldo Quintero, fue identificado el presunto responsable del millonario hurto ocurrido el pasado 26 de julio en el Edificio Forum de Medellín, donde varios sujetos se hicieron pasar como policías y se llevaron 12 kilos de oro y 400 millones de pesos en efectivo”.

Ante la rápida reacción de la Fuerza Pública, aprovechamos para felicitar a la Policía Nacional, en sus 130 años de trabajo por los colombianos, porque han demostrado profesionalismo y entrega a la sociedad y, salvo contadas excepciones, le están cumpliendo al país y a las instituciones.

Continuando, digamos que, aparte del actuar de este tipo de bandas organizadas, con armamento pesado e inteligencia en su actuar, son demasiadas las historias de inseguridad en la ciudad; se escuchan (con incredulidad) en la oficina, en la calle, en la casa, ¡hasta en la iglesia! Hace poco, un compañero relataba, aún con taquicardia, rabia e impotencia, que dos motorizados ¡lo siguieron 6 cuadras!, hostigándolo,  hasta llegar a un semáforo donde le exigieron abrir la ventanilla del carro, para robarle una cadena (que apenas sí se le asomaba por el cuello), bajo amenaza de muerte. Hace poco, un grupo de motociclistas se dedicaron a atracar a cuanto ciudadano encontraron en uno de los tacos citadinos, ahora pan de cada día.  Hace poco, un taxista amigo me alertó de revisar el asiento trasero, antes de tomar uno, porque la modalidad de atraco incluye al caco mimetizado atrás; otro, me advirtió exigirle al taxista el  cerrar  con seguro las puertas traseras, pues los atracadores aprovechan los semáforos para subirse al taxi o carro particular y cometer el delito con una frialdad y altanería insoportables. Hace poco, leí que los delincuentes están atracando hasta con pistolas y armas de juguete. Hace poco… Hace poco…Hace poco…

Esto último es horroroso. Si la delincuencia se atreve a intimidar y atracar al ciudadano de Medellín y el Área Metropolitana con armas de juguete, no es porque la acción sea un juego (no conozco el primer caso en el cual el atraco termine con el delincuente “muerto de la risa”, diciéndole al ciudad que era sólo una broma; que no se preocupe, que en la ciudad del hijo del Tricentenario, no pasa nada).

La delincuencia en Medellín está convencida de que está atracando, robando y matando a un ciudadano inerme, desarmado. Por eso actúa con semejante desparpajo y despiadada saña.  Es porque sabe que está atracando, robando y matando a una ciudadanía desprotegida, y si aparece un sacrificado policía y los captura, hasta en un lío se mete (el policía), porque el juez (invocando la norma) no aplica justicia efectiva que los ponga en cintura y los mande al lugar donde deben estar.

Da la sensación, si nos atenemos a la cantidad y frecuencia de atracos, robos, asesinatos, paseos millonarios y toda laya de acciones delincuenciales, de que esa delincuencia actúa a sus anchas (hasta con pistolas de juguete) en las vías públicas de El Poblado, Laureles, Los Colores, Las Palmas y El Centro. De los barrios populares, mejor ni hablemos, porque todo el mundo sabe quien “manda”.

La percepción de que estamos en manos de los delincuentes es inocultable, y es claro que el pie de fuerza policial no alcanza para tanto. Lo lamentable es que mientras el caco hace de las suyas, la pelea entre el alcalde y los revocadores se renueva día y noche, sin cuartel, mostrando a las instituciones y al ciudadano, un espectáculo lamentable que acaba con la poca credibilidad que se les tiene entre la ciudadanía. Cómo añoramos a los jueces imparciales, a los alcaldes transparentes, a los concejales y diputados guardianes del control político, a los gobernadores sin mácula, académicos y con un aire intachable de señores. ¡Cómo los añoramos!