Por: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS

En todas las encuestas que se han realizado para evaluar gerentes, gobernantes, rectores y políticos, la honestidad es la característica del liderazgo que se selecciona con más frecuencia que cualquier otra.  En conjunto, se revela el factor más importante en la relación entre líderes sociales, servidores públicos y las partes implicadas en el éxito o el fracaso de la institucionalidad que representan.  Los porcentajes varían, pero el orden de clasificación final no.  Sobre todo, y ante todo, el pueblo colombiano reclama una clase dirigente y política que garantice un hondo sentido a la honestidad.

Queda claro que, para que alguien siga a otra persona de buen grado -sea en la lucha por un objetivo institucional o en la sala de juntas directivas, en una oficina de servicio público o en una empresa-, lo primero que va a querer saber es si es una persona digna de su confianza.  Querrá asegurarse de que es una persona honrada, ética y ejemplar.  Cuando hablamos con la gente sobre las cualidades que admiran en sus directivos, gobernantes, políticos y empresarios, a menudo utilizan las palabras integridad y auténtico como sinónimos de honestidad.  Sea cual sea el contexto, el pueblo quiere tener plena confianza en sus líderes inspiradores, dirigentes, empresarios, políticos y gobernantes, y para ello es necesario que crean y evidencien que tienen un carácter auténtico y firme integridad. 

En más del 90% de los que participan en una organización oficial o privada quieren que sus máximos representantes en las líneas de mando sean honestos por encima de todo; es un mensaje que cualquier ciudadano o líder social debe tomarse muy en serio.  Al fin y al cabo: ¿Para qué vas a seguir a alguien si sospechas que le está mintiendo al pueblo o intentando engañar?  La honestidad es el fundamento de la confianza y tienes que creer que lo que dice o sabe el gobernante, el directivo, el político, el líder social y el empresario es verdad.

De todas las cualidades que los ciudadanos de bien buscan y admiran en sus gobernantes, políticos, dirigentes, empresarios y líderes sociales, la honestidad es de lejos la más personal.  El pueblo quiere que sus gobernantes, fundamentalmente, sean honestos, porque la honestidad de un gobernante también se acaba reflejando en la suya propia.  Es la cualidad que más puede acrecentar o dañar la reputación de alguien en quien se ha confiado.  Si todo el pueblo sabe que la persona a la que seguimos tiene un carácter impecable y sólida integridad, lo más probable es que a nosotros también nos perciban del mismo modo.  Si seguimos de buen agrado a alguien que es considerado deshonesto y poco ético nuestra imagen se verá manchada.  Además, posiblemente exista otra razón, más sutil, que explique por qué la honestidad ocupa el primer lugar: Cuando seguimos a alguien a quien consideramos deshonesto, acabamos sintiendo que hemos renunciado a nuestra propia integridad.  Con el tiempo, no solo dejamos de respetar a nuestros gobernantes, dirigentes, empresarios y políticos, dejamos de respetarnos a nosotros mismos.  La falta de honestidad corrompe la institucionalidad, pudre la confianza entre las personas y mina la cohesión de trabajo en equipo.  Además, nadie quiere seguir a un gobernante, directivo, político, líder social y empresario que no sea honesto.

La honestidad está estrechamente relacionada con los valores y la ética.  Las organizaciones oficiales y privadas valoran a sus líderes inspiradores que defienden principios importantes.  La gente se niega rotundamente a seguir a aquellos que no confían en sus propias creencias.  Que la postura de los líderes políticos, gubernamentales, educativos, empresariales y sociales sea poco clara genera estrés e incertidumbre.  No conocer las creencias de nuestros dirigentes da lugar a conflictos, indecisiones y rivalidades políticas.  El pueblo, sencillamente, no confiará en un gobernante, directivo, político y empresario que no defienda o viva según un claro conjunto de valores, normas y principios éticos.  Cumplir nuestra palabra es lo que nos define a ojos de las personas que queremos liderar y por consiguiente gobernar.

Definitivamente, donde existe deshonestidad, la figura de imputados permanecerá vigente, el pueblo vivirá emputado y ante la justicia los deshonestos serán amputados de la libertad y de la dignidad ciudadana.

 

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS           –                   Medellín, diciembre 12 de 2020