“Los colombianos debemos – es la gran oportunidad- de emprender acciones reales y concretas, para solucionar las falencias y dificultades de inmensos grupos poblacionales y extensos territorios, hoy en poder del crimen, la economía ilegal y la violencia generalizada”.

Autor: Héctor Jaime Guerra León*

Nunca antes, por las especiales peculiaridades y polarizaciones que han tenido estas elecciones, se había visto el país en una confrontación tan profunda y difícil, para la escogencia de su presidente, como la que se está viviendo actualmente en Colombia. Las redes sociales, por la facilidad de “comunicar”, pero también de poder introducir elementos que falsean y facilitan la manipulación, dificultando los procesos por medio de los cuales se trasmite la verdad, permitiendo que ésta se vea como una gran mentira o que lo falso parezca verdadero, han sido las mayores protagonistas en este debate, en el que infortunadamente –como por arte de magia- abundan el engaño, la intriga, las ofensas e inclusive la injuria, la calumnia y hasta la violencia.

Para hacer política en Colombia, decía un experto en estos temas, se requiere tener “sangre de sapo”, aludiendo a la frialdad, paciencia y tolerancia que hay que tener para poder soportar todo el alud de difamaciones y los incontables atropellos, incluso a la dignidad humana de los candidatos y de las mismas instituciones democráticas, que se lanzan o se orquestan desde varias orillas o escenarios políticos en donde no es aceptado o admitida la personalidad o el liderazgo del aspirante. Y, digo que la persona del candidato, porque desafortunadamente, los colombianos no hemos podido poner en práctica el gran principio social y constitucional que hemos establecido en nuestra Carta Política, cuando se ha demandado por el constituyente que, a partir de ese orden constitucional y social, ya no se votará exclusivamente por una persona, sino por los programas que Ella, su movimiento y/o el partido político que la representa ofrece a la comunidad. Pero en nuestro amado país aún no es así y, aunque el voto programático sea solo aplicable, sí es que se aplica, a alcaldes y gobernadores, su inspiración filosófica, política y constitucional es que el elector, en términos generales, tenga más en cuenta los idearios, las propuestas y programas, que a los candidatos o personas que los exponen. Ello permitiría, como es el deber ser, que el proceso electoral, como es en las democracias y colectividades realmente modernas y civilizadas, esté caracterizado fundamentalmente en el ideal de sociedad y de Estado que el pueblo y/o la comunidad reclaman y se proponen desarrollar hacia el futuro; pero aquí seguimos con las más degradantes y anquilosadas prácticas coloniales en esa materia y no buscamos elegir de esa manera, sino a través de los más insulsos y, a veces, hasta peligrosos sectarismos, dejando de practicar una gran fiesta que debe ser la democracia (en paz y armonía social y política) e incurriendo en las más deplorables expresiones de intolerancia y mesianismo (practica con la que equivocadamente creemos que nuestro líder más que un candidato es un ser supremo que –por dicha condición- está limpio y libre de todo dificultad terrenal que le impida concretar el propósito de ganar las elecciones).

Así las cosas y muchas veces, sin saber o sin tener claridad de cuáles son los programas y propuestas y, en especial, cuál es el futuro que debe trazársele al país, la viabilidad y capacidad de cumplimiento a lo expuesto por esos “caudillos”, muchos de los ciudadanos se lanzan, en ingenua y loca competencia, sin la suficiente conciencia y/o conocimiento de lo que hacen, a “participar” en los debates y, más que a participar, a “ayudar” a su favorito, promoviendo e incurriendo en prácticas poco transparentes, prestándose para ser usados en las manipulaciones, tergiversaciones y malsanos propósitos que se promueven desde ciertos programas y estrategias de las campañas.

Con todo ello, lo que queda claro es que el país está y seguirá muy dividido y que los únicos que pierden en este tipo de situaciones y enfrentamientos, son no solo el pueblo –manipulado y burlado de esa forma, si no también, y de manera muy lamentable, las instituciones democráticas, sociales y políticas, por falta de un proceso electoral y de campañas, donde brille la verdad y la decencia, la imparcialidad, la objetividad y transparencia, que sea –todo ello- producto -como debiera ser- de un voto ciudadano sensato, ilustrado e inteligente que elija por su futuro y el progreso social y no por el de algunos intereses malsanos y perversos que suelen esconderse detrás de algunos de esos grandilocuentes y atractivos mensajes y estrategias electorales.

La conclusión es que Colombia, con todo lo que se diga, debe aprovechar esta oportunidad –eligiendo la mejor opción– para enfocarse de una vez y para siempre a resolver los graves y crecientes males que la vienen azotando desde muchas décadas atrás, tales como la corrupción desbordada que agobia por igual a la institucionalidad y la sociedad; la deficiente presencia del Estado en muchos de sus territorios y, especialmente, en la ruralidad, que a decir verdad está muy desamparada y muchos de sus territorios en manos de la multicriminalidad que crece sin control a lo largo y ancho de toda la Nación.

Los colombianos debemos – es la gran oportunidad- de emprender acciones reales y concretas, para solucionar las falencias y dificultades de inmensos grupos poblacionales y extensos territorios, hoy en poder del crimen, la economía ilegal, la violencia generalizada, entre ella la política, y múltiples expresiones delincuenciales que cada vez asumen mayor sofisticación y capacidad de evadir la justicia, quedando muchas de sus actuaciones en la total impunidad, ante el asombro y desengaño de propios y extraños; pues a pesar de los esfuerzos que se hayan podido realizar, nada ha podido evitar tan nefastos flagelos.

Nuestro país tiene también serios desafíos en materia internacional, asuntos como el cambio climático, la atención que debe darse a temas tan cruciales como el medio ambiente, la tierra, los recursos naturales -renovables y no renovables, los derechos humanos, el DIH, etc., son cuestiones que nos dejan en la gran encrucijada electoral de escoger con cuál de las propuestas que se presentan podemos afrontar de la mejor manera éstos y otros tantos desafíos que el siglo 21 ha traído a nuestra sociedad y a las nuevas generaciones de hombres y mujeres que deben asumir inteligente, consciente y frontalmente todos éstos retos y temáticas; pues de ello depende no solo el futuro de nuestra Nación, sino también la superación de las grandes brechas de inequidad, desigualdad e injusticia que nos impiden hacer parte del mundo libre, moderno, justo y civilizado que los colombianos nos hemos propuesto construir, pero que a pesar de las grandes luchas y esfuerzos que hasta el momento hemos librado, no hemos podido lograr.

*Abogado. Especialista en Planeación de la Participación y de Desarrollo Comunitario; en Derecho Constitucional y Normatividad Penal. Magíster en Gobierno.