María Pérez Vallejo | Médica General | @mariaperezvallejo

En la última semana de enero de 2021 recibí varios mensajes de una persona muy importante para mí, quien tiene dos chiquitas: una de ellas en bachillerato y la menor en primaria. Junto con sus chiquitas y su esposo, conforman una familia que, sin ser de escasos recursos, no pueden darse lujos y deben vivir, como comúnmente decimos los colombianos, “apretados”. Esta mujer en sus mensajes, con desespero y, a la vez, con esperanza, pedía un computador -ya fuera prestado, regalado, vendido a un precio favorable, del tamaño o marca que fuera, portátil o de escritorio-. No pedía nada distinto a un computador que pudiera conectarse a internet. ¿Por qué pedía esto? Porque sus niñas ya habían iniciado clases (virtuales) y el único computador que había en la casa se dañó (sin posibilidad de arreglo) y, por lo tanto, no podían tener acceso a las clases, los talleres, las evaluaciones, etc., y se iban a atrasar en el plan académico.

Si no leyeron bien o si leyeron sin comprender, se los cuento en otras palabras: en una casa donde viven dos adultos (que trabajan) y dos niñas (que estudian) se dañó el ÚNICO computador que los acercaba al teletrabajo y al estudio en modalidad virtual, y no tenían posibilidad económica alguna de adquirir uno nuevo.

En la primera semana de septiembre de 2020 me llegó una noticia vía e-mail relatando que, a la fecha, eran 7 los países que ya habían reabierto sus colegios en modalidad presencial: China, España, Francia, Israel, Jordania, Rusia, Serbia. Fíjense bien: en su mayoría, países fuertemente afectados por la pandemia, sin “solución” de ésta para la fecha.

Simultáneamente, en esa misma semana, todos los medios de Colombia se enfocaban en las condiciones de reapertura de bares y discotecas en el país. Y solo una o dos semanas antes, ya los dirigentes de las grandes ciudades del país habían decretado que el año escolar 2020 se terminaría de forma virtual, que no había lugar al regreso a clases presenciales.

¿Por qué les cuento la historia del primer párrafo? Porque es la situación que cientos de familias viven día a día en nuestro país en medio de la pandemia y, tristemente, no todas las casas se encuentran en las cabeceras municipales ni son habitadas por una familia nuclear (padres e hijos).

Si bien, según el Censo Nacional de Población y Vivienda del 2018, realizado por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), en Colombia habita un promedio de 3,1 personas por vivienda, la realidad es que este promedio -como cualquier otro- incluye en sus extremos a las personas que viven solas (18,5 %) y los hogares donde viven 5 o más personas (16,8 %), que, en realidad, son hogares donde pueden vivir 10, 12 y hasta 20 personas (en mi gestión como médica general en teleconsulta confirmé que estas alarmantes cifras de hacinamiento son tan comunes como el arroz). Hogares de 30 – 50 metros cuadrados donde se albergan familias completas, muchas de ellas víctimas del desplazamiento forzado o migrantes de otros países (factores casi ligados a la pobreza).

Pero continuemos con las cifras del Censo en cuestión (DANE, 2018). El 77,1 % de la población colombiana vive en cabeceras municipales; el 15,8 %, en zona rural dispersa; el 7,1 %, en centros poblados. En Colombia el 22,6 % de habitantes tiene hasta 14 años y el 68,2 % de habitantes tiene entre 15 y 64 años. Solo el 43,4 % de la población tiene acceso a internet fijo o móvil.

Con estos datos podemos entender un poco mejor el panorama: cerca del 80 % de la población colombiana trabaja o estudia, aproximadamente el 25 % está en edad escolar (ya sea primaria o bachillerato) y menos de la mitad tiene acceso a internet en casa. ¿Cómo hacen entonces para hacer teletrabajo o estudiar virtualmente? Si solo hay un computador, ¿cómo se turnan? ¿los papás o las mamás trabajan y los niños dejan de estudiar? ¿los niños estudian y los padres dejan de producir? En las veredas donde no hay luz y, mucho menos, internet, ¿cómo estudian los niños en pandemia? En los hogares donde no tienen con qué comer y, por ende, no tienen dispositivos electrónicos con acceso a internet ¿simplemente no estudian? O ¿cómo funciona esto?

Para ninguna de esas preguntas tengo una respuesta certera. Lo que sí tengo claro es que en un futuro pasaremos a la historia del mundo como el país con un gobierno que prefirió abrir los bares y las discotecas, y cerrar los colegios y, para nadie es un secreto -basta con ver a quiénes elige la democracia y las decisiones de nuestros dirigentes-, lo que sucede con los países que sacrifican la educación por el ocio.