Por: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS

Para tener educación y familia, tenemos que aprenderla con estudio, disciplina y esfuerzo. Si se pretende hacer bien a los hijos y nietos, hay que ser primero un buen educador para ellos. Los padres de familia, debemos poner un granito de arena, cuidando la educación de nuestros hijos. Porque traer criaturas al mundo no basta: ¡eso lo hacen también los animales. ¡Nosotros tenemos la ilusión de darles nuestra vida personal, íntima, el alma entera, nuestros ideales, principios y valores superiores como referentes significativos de vida! ¡Hacerlo, es imperativo! En estas pocas palabras quiero expresar muy bien toda la hondura y dignidad del papel de los padres de familia en la educación de los hijos. En la proyección social de la mujer en relación con su dedicación al hogar de una familia no sólo es en sí misma una función social, sino que puede ser fácilmente la mayor función social de mayor proyección. Un educador consigue, a lo largo quizá de toda una vida, formar más o menos bien a unos cuantos niños o niñas. Una madre puede formar a sus hijos en profundidad, en los aspectos más básicos, y puede hacer de ellos, a su vez, otros formadores, de modo que se cree una cadena ininterrumpida de responsabilidad y de virtudes trascendentes. Una madre tiene a su cuidado tres, cinco, diez o más hijos; y puede hacer de ellos una verdadera obra de arte, una maravilla de educación, de equilibrio, de comprensión, de sentido cristiano de la vida, de modo que sean felices y lleguen a ser realmente útiles a la sociedad. La explicación del panorama educativo familiar lo podemos plantear así:

Los padres somos los principales educadores de nuestros hijos, tanto en lo humano como en lo sobrenatural y hemos de sentir la responsabilidad de esa misión, que exige de nosotros comprensión, prudencia, saber enseñar y, sobre todo, saber querer; y poner empeño en dar buen ejemplo de vida. No es camino acertado, para la educación, la imposición autoritaria y violenta. El ideal de los padres se concreta más bien en llegar a ser amigos , sin perder la esencia de ser papá y mamá, a los que se confían las inquietudes, con quienes se consultan los problemas, de los que se espera una ayuda eficaz , empática y amable. Es necesario que los padres encontremos tiempo para estar con nuestros hijos, nietos y hablar con ellos. Los hijos son lo más importante: más importante que los negocios, que el trabajo, que el descanso. En esas conversaciones conviene escucharles con atención, esforzarse por comprenderlos, saber reconocer la parte de la verdad -o la verdad entera- que pueda haber en algunas de sus rebeldías. Y, al mismo tiempo, ayudarles a encauzar rectamente sus afanes e ilusiones, enseñarles a considerar las cosas y a razonar; ni imponerles una conducta, sino mostrarles los motivos, sobrenaturales y humanos que la aconsejan. En una palabra, respetar su libertad ya que no hay verdadera educación sin responsabilidad personal, ni responsabilidad sin libertad. Los padres educamos fundamentalmente con nuestra conducta. Lo que los hijos y las hijas buscan en su padre o en su madre no son unos conocimientos más amplios que los suyos o unos consejos más o menos acertados, sino algo de mayor categoría: un testimonio del valor y del sentido de la vida encarnado en una existencia concreta, confirmado en las diversas circunstancias y situaciones que se suceden a lo largo de los años. Si tuviera que dar una conferencia a los padres de familia les diría sobre todo esto: Que nuestros hijos vean – lo ven todo desde niños y lo juzgan: no se hagan ilusiones- que procuren vivir de acuerdo con su fe, que Dios no está sólo en nuestros labios, que está en nuestras obras; que nos esforcemos por ser sinceros y leales, que los amemos con respeto y dignidad. Es así como mejor contribuiremos a hacer de ellos ciudadanos verdaderos, hombres y mujeres íntegros, capaces de afrontar con espíritu abierto las situaciones que la vida les depare, de servir a sus conocimientos y de contribuir a la solución de los grandes problemas de la humanidad, de llevar el testimonio de Cristo donde se encuentren más tarde , en la sociedad. Finalmente, en la educación de los hijos deben estar armónicamente presentes un conjunto de cualidades : libertad consciente, autoridad, responsabilidad, confianza, amistad, amor, paciencia, acogida, ternura, afecto, destierro de la violencia intrafamiliar, sinceridad, lealtad, justicia, verdad , comprensión. Ama la libertad de tus hijos, nietos y enséñales a administrar bien su propia responsabilidad y a reconocer en sus padres la verdadera autoridad.

Cordialmente, Luis Fernando Perez Rojas