La educación colombiana sometida a infame degradación oficial

0
711

Por Iván de J. Guzmán López

Si algo estaba en la mira del gobierno Petro, era el sistema de salud colombiano. Siempre, desde esta columna, y desde el desaparecido periódico El Mundo, entre otros, este columnista fue implacable con la corrupción orquestada desde las EPS, por sujetos como Carlos Alberto Palacino, en su momento, presidente de Saludcoop. Pedíamos a gritos las reformas necesarias para proteger el sistema de salud de los colombianos, empezando por acabar con la intermediación, fuente expedita para la corrupción, y método empleado por algunas EPS, para asfixiar presupuestalmente a la red hospitalaria nacional.

Como el papel de la prensa no es maquillar la realidad y mucho menos esconderla (como ocurrió en la alcaldía de Daniel Quintero), advertimos sin desmayo que el sistema estaba cayendo en un foso maloliente y sin salida, citando, incluso, a Savia Salud, la misma que nació muerta por efectos de la corrupción.

Entre tanto, Medellín era cooptada por personajes como Daniel Quintero, y, posteriormente, toda Colombia caía en las garras de los llamados “Progres”, en cabeza de Gustavo Petro. El sistema de salud, señalado por los nuevos dueños de Colombia como la fuente de “enriquecimiento de los ricos”, poco a poco se fue convirtiendo en el blanco preferido del gobierno Petro, hasta terminar siendo apabullado y destruido sin misericordia, sin importar el daño consiguiente al ciudadano, que perdía un sistema, defectuoso, sí, como lo veníamos denunciando, pero que abarcaba un cubrimiento casi que universal y que, no obstante sus deficiencias, respondía a las demandas de salud de personas de muy escasos recursos, mediante la figura del Sisben.

Dinamitado el sistema, con bombos, platillos y plaza de Bolívar  llena (eso sí, sin demostrar la obligada destinación de recursos adecuados para su implementación), se procedió a una rimbombante reforma, para lo cual, sus magos, en cabeza de un oscuro Ministro de Salud, entendieron que el mejor sector para experimentarlo ¡y aplicarlo!, era el dócil magisterio, bajo la trompeta mandamás y apocalíptica de Fecode.

Obviamente, tal y como estaba concebida la tal reforma, falló: ganó la improvisación, la ausencia de planeación, y  la incapacidad para contratar, ejecutar e implementar: así, multitud de maestros se vieron lanzados a la calle, abandonados de Dios y del servicio de salud,  ante un Ministerio indolente que le echaba la culpa al primero que encontraba. Miles de maestros, muchos de ellos pensionados; otros cientos de edad avanzada, que venían gozando de atención médica puntual ante sus enfermedades profesionales, crónicas o de tratamiento continuo, no encontraron quien respondiera y menos quien los atendiera.

Al día de hoy (tal y como lo anuncia el cartel fijado en una de las sedes del Fomag, compartido por una maestra, y que agregamos a este artículo), encontramos a nuestros queridos maestros sin servicios de salud, burlados, sin medicinas, arrastrados a situaciones lastimeras, injustas e inverosímiles, a sabiendas que sus mandamases, burócratas atrincherados en la Fecode, los llevaron a las calles de manera vulgar, aportaron cuantiosos recursos económicos (se dice que entregaron 500 millones de pesos a la campaña Petro presidente) y, para completar la manipulación, los sometieron a votar por un régimen, hoy lleno de decenas de incapacitados moral, administrativa e intelectualmente.

Desde que se empezó a “implementar” el nuevo sistema de salud del Fondo Nacional de Prestaciones Sociales del Magisterio, Fomag, el pasado 1 de mayo de 2024, las denuncias de los profesores han sido constantes, dolorosas, y, creo yo, llenas de vergüenza para un gobierno que dice protegerlos.

A este panorama, que hoy muestra al magisterio colombiano como un sector lastimero y manoseado por el gobierno, debemos añadirle la toma hostil, orquestada por el propio presidente Petro, de la rectoría de la Universidad Nacional, el primer claustro de Colombia, violando groseramente la autonomía universitaria (un logro de tantos años de lucha de las universidades públicas), desconociendo vulgarmente a un rector de las calidades de José Ismael Peña, elegido legalmente, cosa reconocida por la propia ministra Vergara (una de las razones por las que le costó el puesto, asumimos todos), para entronizar a un pelele como el profesor Leopoldo Múnera, quien llega con la orden de implementar una “constituyente estudiantil” que permita instrumentalizar a los universitarios, unos estudiantes, otros no tanto. Como consecuencia de este golpe blando petrista, ayer 15 de julio de 2024, en un oficio enviado al magistrado Omar Joaquín Barreto, la Procuraduría General de la Nación le pidió al Consejo de Estado que anule la elección de Múnera como rector de la Universidad Nacional.

Para dar el golpe final al sector educativo colombiano, Petro acaba de nombrar como Ministro de Educación Nacional, a un individuo cuyo papel en la primera línea es conocido, y reconocido a nivel  nacional e internacional por usar un lenguaje rastrero, vulgar e incitador a la violencia.

Su “apostura” es recordada por periódicos nacionales como El Espectador, El Tiempo o El Colombiano, cuando reseñan: Una vez el presidente Petro publicó el nombre del nuevo ministro las redes sociales explotaron con trinos de los últimos años en los que Rojas utiliza palabras vulgares e insultos para referirse a todo tipo de personas. “Será que podemos decir tombos hijos de puta o el kínder moralista del centroballenismo nos hace un juicio por irrespetar la autoridad”, escribía Rojas en Twiter, en 2019. Y otro día, el 17 de octubre, repetía: “Tombos hijos de puta. Tres días después: “Hijos de puta”. El 23 de abril del 2020 dice: los de BluRadio son unos hijos de puta. Fin del comunicado. Y así, a lo largo de su cuenta en X se pueden leer infinidad de variaciones de esa expresión: “mucho hijueputa”, “bobo hijueputa”. Hay que reconocer que a veces cambia esa grosería por otra, a menudo también usa la palabra “gonorrea” y “malparido”.

José Daniel Rojas Medellín, el nuevo Ministro de Educación de Colombia, una de las naciones donde mejor se habla la lengua de Cervantes, es una afrenta a la educación pública, a los jóvenes, a los padres de familia que con su esfuerzo llevan a sus hijos a colegios y universidades; es una bofetada a nuestros rectores y maestros, en un porcentaje muy alto, personas educadas, cultas y comprometidas con la educación de este país. Si este es el Ministro… Si la sal se corrompe…  

El cielo no se puede ocultar con un dedo, diría el director de cine español nacionalizado mexicano Luis Buñuel Portolés, o mi cultivada madre: La educación colombiana está sometida a la más infame degradación oficial. Esto se colige de la botada de la Ministra de Educación (una mujer culta como Aurora Vergara Figueroa, Socióloga de la Universidad del Valle y PhD en Sociología de la Universidad de Massachussetts- Amherst., a la que muchas veces vi sumisa, pero jamás en posiciones vulgares o usando lenguaje de alcantarilla), para entronizar a un advenedizo, sin un centímetro de saber educativo, y, eso sí, peón incondicional del Petro (como el mismo no se cansa de autoseñarase; al contrario, se ufana de ello). Rojas es vergüenza para cualquier gobierno, para nación cualquiera, y más para el sector educativo colombiano. El historial del personaje, denuncia que su objetivo y mandato es uno solo:

Instrumentalizar al sector educativo (mediante la mal llamada constituyente educativa), empezando por los estudiantes, para sacarlos a la calle, llegado el momento del caos, alegando defender al “gobierno del pueblo”, de los jóvenes, de los maestros, de los viejos y de los pobres.