Ante el debilitamiento de la democracia, lo que se impondrá como solución a los problemas humanos, políticos y sociales es el desorden, el miedo, la agresividad, el descrédito y los egoísmos que privilegian los totalitarismos.

Autor: Héctor Jaime Guerra León*

La democracia es tal vez universalmente el sistema político de mayor aceptación (por algo nació en la antigua Grecia – Atenas- 5 siglos antes de Cristo), siendo introducida y/o practicada –inclusive- hasta en sistemas gubernamentales y políticos preferentemente monárquicos, como es el caso por ejemplo del régimen español, en donde se confunde (armonizan) una cúpula (dirigencia política) de carácter monárquico y, otra, el ejecutivo, de origen popular, pues es elegido por el congreso, quien a su vez es escogido por el voto directo de los ciudadanos. Ambos sistemas, al parecer, coexisten sin que haya mayores problemas a pesar de los desafíos de la democracia, impulsada por el poder de las mayorías de un pueblo que -como en este caso- reconoce la prominencia de la monarquía, frente a cual de alguna manera se doblega la voluntad popular, por mayoritaria que esta sea.

Es decir, el poder del Estado- nación, lo orienta un gobernante de carácter vitalicio (casi siempre una familia que tiene –por herencia- el derecho al poder) y un gobernante seleccionado indirectamente por las mayorías ciudadanas, para que complemente la gobernanza, según las leyes que lo regulan (leyes éstas que en todo caso se originan en un parlamento que a su vez es de origen popular o democrático, pero con tintes marcadamente aristocráticos. Las extremas (de izquierda o derecha) suelen caer en este tipo de comportamientos gubernativos, en los que se puede afectar la democracia con manifestaciones de regímenes totalitarios, cuyas características fundamentales son el debilitamiento de la división de poderes y la restricción de las libertades.

Así las cosas, retomando el interrogante en cuestión, ¿la democracia pudiera llegar a ser dictadura? o, dicho de otra manera, ¿pueden las democracias avalar o aceptar posturas de carácter dictatorial? ¿Apoya la democracia realmente lo que beneficia al pueblo, mayoritariamente considerado o; por el contrario, puede aprovecharse a las mayorías para la legitimación de privilegios y/o status quo de sectores u opiniones (costumbres, culturas) dictámenes minoritarios? Digo costumbres o culturas porque, en efecto las civilizaciones occidentales, de donde proviene en buena parte nuestro conocimiento (desarrollo) político, admitieron, y fue para Ellos costumbres muy arraigadas popular y culturalmente aceptables, que existieran esclavos o que los negros fueran discriminados socialmente, por ser diferentes a los blancos. En su momento, eso era bueno para el pueblo y era democrático porque los valores y principios políticos, sociales y filosóficos que imperaban culturalmente habían implantado, como buenos para los hombres y para la humanidad misma, este tipo de prácticas: la esclavitud y la discriminación social, el machismo, entre otras aberraciones sociales y/o políticas.

Alexis de Tocqueville, historiador y político francés (1805-1859), que fue uno de los tratadistas que más ha estudiado la democracia y, en especial, la de los Estados Unidos, que se ha considerado una de las más perfectas del mundo, ha hecho algunas claridades al respecto y ha señalado de manera concreta cuales son los mayores problemas– riesgos, que suelen tener estos sistemas o mejor aún, los gobiernos fundados en dichos valores (lo que a mi respetuoso juicio podríamos denominar “el Imperio de la Democracia”), pues una vez se degeneran y corrompen, será muy difícil restaurarlos plenamente (tal y como ocurre con todo lo que es tocado o viciado por la corrupción), pudiendo conllevar a un Estado de Naturaleza (de este tipo de organización social también nos hablaron con mucha propiedad Hobbes y Rousseau), en donde –como es característico de este tipo de organizaciones sociales (Estados primitivos); ante el debilitamiento de la democracia, lo que se impondrá como solución a los problemas humanos y sociales es el desorden, el miedo, la agresividad, el descrédito y los egoísmos que privilegian los totalitarismos, abandonando cada vez más la política y las soluciones sociales integrales- colectivas, concertadas, cuyo fundamento básico debe ser el diálogo civilizado, la igualdad, la equidad y la justicia, resaltando el interés general sobre el particular, que son el fundamente de los sistemas democráticos auténticos.

En este tipo de organización, las soluciones no serán políticas, atienden más al llamado del instinto de supervivencia, de “sálvese quien pueda como fórmula clásica en una situación de pánico, para que cada uno ponga a salvo su vida” (sus intereses), proyectando, casi que incitando, al ciudadano a que se olvide de su Deber Ser como persona, como ser humano miembro de una colectividad (de una ciudad, decían los griegos), con la cual se tienen derechos, pero también deberes cívicos y altruistas –solidaridad y compromiso social e institucional y, en su defecto, proceder a ocuparse de sus propios asuntos e intereses individuales, haciendo, con ello, que lo general y/o lo público pasen a un segundo plano.

¿Por qué en los sistemas democráticos, suelen darse estas manifestaciones (excesos) y aparentemente son aceptadas por las mayorías?

Esta ha sido, desde épocas remotas, una constante preocupación de las ciencias sociales y, en especial, de la filosofía política y de quienes –como el autor aludido, han liderado el estudio del devenir histórico, social y político de la civilización humana y fundamentalmente, de las sociedades que han asumido -en la conformación de sus gobiernos- las expresiones y comportamientos democráticos, para enfatizar en sus fortalezas y debilidades.

Friedrich Nietzsche decía que “Todas las cosas están sujetas a interpretación, la interpretación que prevalezca en un momento dado es una función del poder y no de la verdad”.

Como se dice en el argot popular, “nada es eterno en esta vida” y por muy benéficos y productivos que sean los procesos (como todo en la vida), estos tienden a deteriorarse, a reinventarse y hasta a malograrse, no en sí mismos, sino por la acción o las omisiones que con el paso del tiempo empiezan a producirse, afectando su integridad, en virtud de la voluntad humana, que es en última instancia la que los crea y gobierna, diciendo cual es el horizonte y el sentido que quiere imprimirles.

En conclusión, también en la democracia como dice Hugh-mackayNada es perfecto. La vida es desordenada. Las relaciones son complejas. Los resultados son inciertos. Las personas son irracionales” y por perfecto que sea el sistema, serán los seres humanos que lo integran los que deciden que orientación u utilidad quieren darle, unos aprovecharán para tomar decisiones producto de democracia plena – lo que a mi juicio es casi imposible- otros querrán imprimirle el sello de una cualquiera de las múltiples desviaciones (vicios) que pueden asumirse cuando el pueblo se reúne, consciente o inconscientemente –irresponsablemente- a tomar decisiones, aprobando alternativas- asuntos que en muchas ocasiones no le benefician. Es decir, las mayorías suelen aprobar, en no pocas ocasiones, privilegios para unos pocos o lo que Tocqueville y otros autores han denominado “la dictadura de las mayorías” o “tiranía de las masas” o, inclusive para otros, «dominio de la mafia».

El mismo Alexis de Tocqueville llegó a afirmar que el ciudadano solo es verdaderamente libre cuando es llamado a ejercer su voto, el resto del tiempo seguirá siendo un súbdito del interés político y gubernamental imperante.

*Abogado. Especialista en Planeación de la Participación Comunitaria; en Derecho Constitucional y Normatividad Penal. Magíster en Gobierno.