Con las consecuentes reflexiones sobre aciertos y desaciertos, logros y dificultades, en este contexto interactivo el problema principal de esta columna gira alrededor del problema de la educación para la convivencia familiar que viene atropellando seriamente la dignidad humana de la sociedad.

Por LUIS FERNADO PÉREZ ROJAS

La experiencia nos permite vislumbrar el enorme reto educativo y el posible camino a recorrer para llegar a reconocer los problemas propios de la convivencia en Colombia.  El planteamiento sobre la experiencia personal tanto de los educadores como de los promotores comunitarios, el trabajo con representantes de numerosas familias de diversos contextos de la antioqueñidad, y el  trabajo con actores institucionales comprometidos con la construcción de estrategias educativas para la convivencia y la participación en los trabajos interinstitucionales propios de las redes del buen trato o del trabajo intersectorial, ha permitido a los educadores dimensionar la magnitud del reto al que nos vemos enfrentados cuando pretendemos comprender la problemática de la violencia y promover nuevas formas de convivencia en las familias de nuestra cultura.

Los educadores para la convivencia deben desarrollar la capacidad de crear situaciones pedagógicas, de carácter vivencial, donde se viva el ejercicio efectivo de los valores, se implementen los procesos psicosociales básicos de tal manera que se pongan en evidencia y se puedan estudiar participativamente con los estudiantes las relaciones de convivencia y los ciclos de vida cotidiana de donde emergen los principales determinantes a modificar en la construcción de nuevas formas de vivir.

El reto para los educadores colombianos, y en especial los antioqueños, dispuestos a asumir el trabajo sobre la convivencia implica varias cosas:

  • En primer lugar, es necesario que el educador se interese por comprender el fenómeno psicosocial de formación de nuevas familias y desarrolle la capacidad de reconocer la manera cómo en este proceso se reproducen o transforman las relaciones de convivencia. Si bien es cierto que en Colombia y en Antioquia no se ha consolidado un claro proceso de constitución de familias nucleares, es necesario apelar a la intervención de los educadores para que promuevan la participación de la comunidad escolar en la dirección de que no se reproduzca el ciclo de violencia inherente a esta formación psicosocial.
  • En segundo lugar, es necesario que el educador, como principal protagonista después de la familia en los procesos de socialización primaria y secundaria, reconozca el lugar estratégico que ocupa en el ofrecimiento de modelos y valores de identificación que son interiorizados en estos procesos. Por tal motivo tiene una gran responsabilidad en la selección y oferta de los valores y los contenidos de la educación.  En especial, es necesario resaltar que más que enseñar valores y contenidos educativos, el educador se constituye en un modelo de identificación que interiorizan los educandos.  Por tal motivo, lo que estos aprenden es a ser como sus maestros.

En este punto es cuando cobra sentido la afirmación de que los valores se aprenden cuando son vividos.  Es decir, que el estudiante aprende a amar si su maestro es amoroso, a respetar si es respetado, aceptarse si es aceptado y a agredir si es agredido.

  • En tercer lugar, el educador, tiene en sus manos la posibilidad de diseñar los programas educativos que reproducen o mantienen una cultura patriarcal que induce a valores y relaciones inequitativas entre los hombres y las mujeres. En este caso el educador o educadora tiene el reto de transformarse a sí mismo(a), aceptando y valorando sus propias potencialidades tanto masculinas como femeninas, para poder orientar un proceso educativo y de socialización que no reproduzca los valores patriarcales, machistas, sexistas y homofóbicos.

Igualmente, en el diseño de los programas educativos debe enfrentar la cultura tecnocrática del mercado y el consumo ofreciendo estrategias de satisfacción de necesidades que superen el individualismo y la competitividad y desarrollen relaciones de solidaridad y ayuda mutua en el contexto afectivo de la convivencia.

Otro tanto debe hacer frente a la cultura política de la corrupción, el clientelismo y la intolerancia democrática que alimentan la discriminación y eliminación de las diferencias políticas, étnicas, religiosas, de sexo, género y orientación sexual, así como el manejo transparente de los asuntos públicos.

Finalmente, construir modelos diferentes de identificación y de relación entre hombres y mujeres requiere todo un proceso de transformación personal del educador o educadora, quien debe decodificar y desmontar en su experiencia personal la cultura patriarcal, la mercantil y la política, para generar, conjuntamente con sus educandos una nueva humanidad basada en nuevas y refrescantes relaciones de convivencia.

En la falsa convivencia hemos normalizado la mentira, los ataques, el desprestigio, la violencia, la justicia y la corrupción: ¡Qué miserables somos!

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                        Medellín, octubre 20 de 2022