La formación integral en las instituciones educativas colombianas tendrá un alcance limitado mientras no cuenten con el firme compromiso de la ciudad o municipio.

Por: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS

El pésimo estado en que se encuentran hoy, numerosas ciudades y municipios de Colombia nos lleva a demandar la mutación positiva de los espacios urbanos.  Aunque un cambio en la dirección apuntada no es realizable en corto lapso de tiempo es absolutamente necesario trabajar duro para conseguirlo.  Esta columna no pretende constituir un desiderátum romántico sino una invitación a realizar una transformación paulatina del entorno urbano.

Pese a la heterogeneidad existente entre nuestras ciudades y municipios, cabe afirmar con carácter general que el medio urbano presenta numerosas contradicciones.  La senda adoptada por el progreso está llena de luces y sombras.  No es extraño que los adelantos técnicos se acompañen de retrocesos en el plano humano.  Los niños y jóvenes son a menudo los mayores sufridores.  La insensibilidad hacia la infancia y la juventud se patentiza y condensa en la escasez de zonas apropiadas para el juego, el deporte, la recreación y la relación interpersonal.  Los pequeños urbanitas tienen que hacer frente a numerosos peligros: tráfico, inseguridad, corrupción, hacinamiento callejero, etc.

La ciudad o el municipio es para los niños y los jóvenes una especie de laberinto hostil en el que siempre hay posibilidad de sufrir un accidente.  La personalidad infantil y juvenil es muy vulnerable a los perjuicios ambientales -contaminación atmosférica, acústica y visual-, al igual que a las restricciones que el diseño urbano le impone.  Aunque los problemas son más intensos en las comunas y suburbios, se extienden de una forma u otra a la gran ciudad o municipio en su conjunto.  El resultado es la expansión de zonas prohibidas y la mengua de lugares para los menores.

La toma de conciencia de las pésimas condiciones en que hoy se hallan numerosos espacios urbanos explica en gran medida el creciente interés despertado en círculos pedagógicos por la idea de “ciudad educadora” que, si bien admite interpretaciones y matizaciones, contiene siempre la noble aspiración a humanizar la ciudad o el municipio.  La expresión “ciudad educadora” equivale a apostar por una vida urbana y rural presidida por el encuentro, el acompañamiento y el aprendizaje compartido.  La construcción de una ciudad educadora así requiere la participación de todos, por supuesto también de los niños y los jóvenes, y supone abrirse a los sueños, a la esperanza, a la armonía con la naturaleza, el arte, la cultura, la poesía, la convivencia y la genuina cultura intelectual y cordial de la ciudad o municipio.

Una ciudad es verdaderamente educadora si, además de cumplir con sus funciones tradicionales, promueve el desarrollo de sus moradores.  Hay que recordar que la educación no corresponde únicamente a la familia y a la escuela, colegio o universidad, sino a todos.  En esta visión amplia de la educación es donde se ubica el concepto que nos ocupa.  Ya han transcurrido algunas décadas desde que se comenzó a hablar de “ciudad educadora” y la expresión, a pesar de que el compromiso aún es insuficiente, sigue albergando un sentido positivo.  Se requiere, eso sí, un programa que favorezca su construcción al servicio de cuantos en ella se alojan.  Un medio urbano formativo es un entorno de convivencia, cultura y libertad.  Con rapidez se advierte que un lugar así es fuente de aprendizaje cívico, cultural y convivencial, pues brinda consistencia psicosocial a los ciudadanos y los mueve a actuar solidaria y responsablemente.  Como notas ambientales que contribuyen a este despliegue cívico y cultural se encuentran las siguientes: el funcionamiento humanizado de las instituciones y servicios, la fortaleza de la urdimbre sociocultural, el equilibrio estimulativo, la presencia de suficientes espacios naturales, la existencia de cauces para la participación y la regulación nacional de la vida comunitaria.

Tantos son los factores que entran en juego que la pretensión de transformar positivamente nuestras ciudades y municipios de Colombia apelando exclusivamente a las orientaciones pedagógicas está condenada al fracaso.  El enfoque más acertado en la búsqueda de una vida ciudadana sana y formativa pasa también por considerar los aspectos políticos, sicológicos, sociales, arquitectónicos, médicos, económicos, etc.

No cabe duda de que la ciudad educativa constituye una referencia áurea para el despliegue cívico y cultural de las personas, cualesquiera que sean sus características.  Más no resulta suficiente con ese bello horizonte urbano.  La pretensión de favorecer el civismo y la cultura concierne a toda la sociedad, lo que en rigor nos ha de permitir avanzar hacia una genuina “sociedad educadora”.

En el curso de la Historia los pueblos que han alcanzado mayor desarrollo cívico y cultural se han comprometido desde todos los sectores en la construcción del humanismo a partir del fortalecimiento de la justicia, la libertad, la razón, el orden, el derecho y la convivencia.  Así pues, si la educación cívica y cultural impulsada en las instituciones educativas no cuenta con el respaldo ciudadano y social, en el mejor de los casos surgirán “islas de civismo” permanentemente expuestas a sumergirse en un océano tenebroso.

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                                Medellín julio 1 de 2022