LA CIUDAD DE DIOS

Usar lo terreno, gozar lo divino

Por: Arturo Tabares Mora

Leyendo la historia de los principales filósofos, teólogos y pensadores de la iglesia, me pongo en las circunstancias por la que atraviesa la humanidad, viniéndome a la mente, el mensaje de una de las obras más inspiradoras de ese gran pensador y padre de la iglesia cristiana como lo fue; San Agustín, La Ciudad de Dios; escrita para defender la iglesia; y que cobra más valor, por la edad que tenía, cuando la escribió (72 años), en el pleno de su vejez y de su sabiduría, así como el momento histórico, que se vivía; la reciente caída del invencible imperio Romano, a manos de los visigodos, y las críticas que los paganos y los cristianos cultos hacían contra el cristianismo, diciendo que Roma, había caído por la conversión al cristianismo y el abandono de los dioses al Imperio, que en castigo habían dejado a Roma desamparada en manos de los bárbaros: Roma la Ciudad Eterna, donde residía el Papa y yacían los mártires apóstoles, referente del Cristianismo desde Constantino I y especialmente desde Teodosio I, se había derrumbado. Así nuevamente le puede pasar al mundo hoy y al imperio de sus poderosas potencias, si no entendemos las señales que nos da la vida. Viviendo en dos mundos el mundo de Dios y el mundo de los hombres.

San Agustín, controvirtió esas críticas, en 22 libros, escritos en trece años, donde hace una síntesis de la historia universal y divina, para demostrar realmente que Roma había caído por el despotismo, el egoísmo, la avaricia y la inmoralidad de su pueblo y de sus gobernantes, Vivian una vida licenciosa y desenfrenada. Además, para demostrar que ni el politeísmo popular ni la filosofía antigua fueron capaces de preservar el Imperio y dar la felicidad a sus habitantes. Léase el libertinaje, la corrupción, la trampa, el engaño la mentira, la injusticia.

Los Romanos, que junto con los griegos, habían creado el derecho y el estado, siempre basaron su poder en la fuerza y el sometimiento, y a pesar de las leyes consuetudinarias y los códigos que crearon-ley de las XII Tablas- de tipo arcaico y sacramental en un principio, buscaron separar el derecho de la religión, sacando el registro y formulación de la ley, del ámbito religioso, para situarlo en el civil del estado, desvincularon los colegios sacerdotales de la aplicación de la norma, que habían creado los emperadores, más para favorecer los intereses de los nobles y aristócratas de linaje (jus civile), que de impartir justicia y mucho menos en las provincias y territorios conquistados sometidos a las decisiones y caprichos de un gobernador o un pontífice; apoyado en la interpretación del derecho de gentes( jus gestión), que prácticamente era para los que no tenían derecho, por no ser nobles, y si esclavos y prisioneros de las guerras de conquista. Así es como llegan al oriente medio, galilea, belén, Jerusalén y se apropian de la doctrina de la iglesia y las enseñanzas de Jesús para su conveniencia y sometimiento al pueblo cristiano. En lo que se conoce como el edicto de tesalónica, que es la conversión de la antigua religión romana politeísta, al cristianismo, en el gobierno de Teodosio el grande. En La Ciudad de Dios, San Agustín, narra y recuenta la historia de libertinaje, avaricia y lujuria del pueblo romano y sus gobernantes, para defender la fe y la doctrina de Cristo, queriendo resaltar dos tipos de hombres o de sociedades, la ciudad de Dios y la ciudad de los hombres, léase la sociedad de Dios, la sociedad Romana y la sociedad de los hombres, donde expresa una especie de dicotomía o contraposición entre dos tipos de hombres o sociedades; diciendo: “Dos amores distintos fundaron dos ciudades: el amor propio hasta el menosprecio de Dios, fundó la ciudad terrena, y el amor a Dios hasta el menosprecio de si mismo fundó la ciudad de Dios”, que narra el largo conflicto, que desde el siglo I al siglo VI, colocó frente a frente al mundo antiguo agonizante con el cristianismo naciente. Buscando hacer, una propuesta, sobre una nueva forma de sociedad civil, que pretende impulsar los valores de la humanidad en virtud de vivir conforme a la doctrina cristiana. Describe hasta cierto punto la utopía de una sociedad celestial que se debe empezar a vivir ya en la tierra y cuyos principios están en contra de la sociedad pagana, de algunos hombres que habiéndose dejado llevar por la perversión de su voluntad, gozan para sí mismos de los bienes terrenales, que la divinidad les ha otorgado libremente, convirtiéndose en egoístas déspotas y en viciosos del placer mundano. Pero estas dos ciudades no las identifica con el Estado y la Iglesia, respectivamente. Sus teorías no pretenden el poder, son filosóficas y racionales, basadas en la naturaleza de la humanidad, la sociedad, la ley y la relación entre la vida y la ética.

Además era el debate que se vivía en la época, en la que se inmiscuyen más adelante; Platón, Aristóteles, Santo Tomas; acerca de la naturaleza, de la sociedad y el estado. Al respeto, piensa como ellos, que el hombre es sociable por naturaleza; fue el momento, del Surgimiento del jus naturalismo, y en economía de la fisiocracia. Dice San Agustín, que la autoridad de los que tienen poder en la sociedad debe estar en función de los demás, porque “no mandan por deseo de dominio, sino por deber de caridad; no por orgullo de reinar, sino por la bondad de ayudar”, para él. La autoridad comprende tres funciones: mandato, previsión y consejo, de ahí, que los que controlan la sociedad busquen la justicia dando a cada uno los deberes y derechos que le competen, para que así los ciudadanos se sometan a sus autoridades y a las leyes mortales, mientras están de viajeros en la vida temporal. Para él la justicia, trae paz y la paz, felicidad; la paz es la tranquilidad del orden (las leyes). San Agustín decía que la ley natural se encuentra en el corazón humano (sujeto al libre albedrio), y que es la ley divina entregada al hombre. Por lo tanto, la ley positiva (ley de los hombres) debe inspirarse en la ley natural. Y el estado es la historia del hombre.

La obra es clave, porque mientras defiende a la iglesia define el punto de vista cristiano respecto a las relaciones entre el Estado y la Iglesia; dejando claro, que esta no debe participar de él; además establece nociones importantes como sociedad, pueblo, paz, esta última para garantizar la gobernabilidad.

Considero que esta obra, nos deja lecciones, porque posee renovada vigencia, por las circunstancias actuales nuestras y la encrucijada en que está el mundo: desesperanza, desesperación, incertidumbre, inconformismo, desilusión, egoísmo e indiferencia; parecidas a las condiciones bajo las cuales fue escrita en su momento, correspondiendo al clamor de los católicos de ese tiempo, cuando le decían: “El cuerpo de Pedro está en Roma, el cuerpo de Pablo está en Roma, el cuerpo de Lorenzo está en Roma, los cuerpos de otros muchos mártires están en Roma, y, sin embargo, Roma está en la miseria, Roma está devastada, Roma está en la desolación, ¿dónde están las memorias de los apóstoles?”, al argumento de San Agustín “Allí están ciertamente, pero no en ti, ¡ojala estuvieran en ti las memorias de los apóstoles! Entonces verías si se les ha prometido dicha temporal o eterna. Porque si la memoria del apóstol es realmente viva en ti, oye lo que dice: la ligera carga de la tribulación temporal nos depara un peso grande sobre toda ponderación de gloria eterna, porque lo que vemos es temporal, y lo que no vemos es eterno” 

Sin fe no puede haber sabiduría porque la sola razón es limitada, débil e imperfecta

Bibliografía

San Agustín, “La Ciudad de Dios”, en Fernández, Clemente, Los Filósofos Medievales Selección de Textos, t. I, BAC, Madrid, 1979, pp. 454-490. Fortin, L, Ernest, “San Agustín” en Cropsey, Joseph, Leo Strauss, Historia de la Filosofía Política, FCE, México, 2004, pp. 195-198.