Por Iván de J. Guzmán López

El pasado 29 de abril de 2023, asistimos a la misa de sepelio del doctor Javier del Rio Maya, a mi juicio, un héroe de la educación y de la vida.  Y es que los heroísmo en este país (donde la institucionalidad no llega a nuestros municipios; y si llega, aparecen los enchufados, los contratistas listos a ofrecer el 20%, o los políticos de turno que la emprenden para apropiarse de los dineros públicos y se enriquecen disfrazados de benefactores de las comunidades, y para colmo, de las más empobrecidas y olvidadas), no son muy difíciles. Difícil es reconocer a esos héroes y lograr hacer de ellos, verdaderos paradigmas sociales.

Puedo decir (con la razón y la sensibilidad que me da el haber conocido de cerca y durante tantos años a este hombre ejemplar), que su vida se resume en una palabra: servir. Servir con desvelo a la comunidad sin esperar votos, sin esperar dinero, sin esperar reconocimientos, sin esperar nada a cambio. Esta vocación de servir, convierte a cualquier hombre en héroe.

Toda una vida exitosa, dedicada a la  formación académica en su  Universidad Eafit, le templó el carácter y el alma para sentir que “servir” era la tarea; más aún, en un área de la vida y de la formación humana, como la educación. Él, bien sabía que la educación es la herramienta más antigua y poderosa para transformar personas, mejorar núcleos familiares e intentar introducir la ética, la moral y el bien dentro de la sociedad.

El doctor Javier -como solíamos llamarle con cariño sus paisanos-, falleció en su ley: servir a la comunidad. Así lo sorprendió la muerte, que lo único que consiguió con su desaparición terrena, fue hacerlo un héroe de la educación, un héroe de la vida, que ofreció oportunidades de formación profesional a más de 70 personas de Liborina, y en general de nuestro querido Occidente, con un amor inefable por las personas, por las comunidades, y, claro, por Colombia, a la que sabía su patria, su pobre patria, porque entendía que la inmoralidad, la corrupción, la falta de ética, la ausencia de rumbo, tenía- y tiene, claro está- una explicación clara: la educación como mercancia o una educación deforme, que ha llegado incluso a convertir a algunas universidades en vitrinas para vender títulos. Y lo más horroroso: hacer de esos compradores, aspirantes a gobernaciones, alcaldía, concejos, cargos públicos y toda la parafernalia de representaciones públicas del orden local o nacional.

En el doctor Javier, se hacen vivas las palabras de muchos pensadores:

Dice Eduardo Galeano: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. El doctor Javier del Rio Maya, en su sensibilidad profunda y su sencillez natural, jamás se sintió un hombre grande, nunca tuvo ínfulas y mucho menos caminaba con fotógrafo o comité de aplausos. Sin pretender grandeza, cambió el mundo de muchas personas y de varias instituciones educativas, al subirles el nivel académico y el reconocimiento institucional y social.  

Su saber y su vida, fue la sentencia del sabio Albert Einstein: “Aquellos que tienen el privilegio de saber tienen la obligación de actuar”.

Su vocación de servicio se explica fácilmente, leyendo una magnífica expresión oriental: “Casi todas las cosas buenas nacen de una actitud de aprecio por lo demás”.

Como ya dijimos, su herramienta predilecta para servir a sus paisanos, a los más humildes, por supuesto, fue la educación. Para ello, logró el concurso de facultades de educación del orden departamental y nacional en varios municipios del Occidente antioqueño; llegaba hasta las instituciones de Formación para el Trabajo, en Medellín, a proponer apertura de programas en municipios, armado de estadísticas,  de listafo de potenciales estudiantes, de propuestas locativas (especialmente en Liborina), logrando así posibilidades de estudio en centros educativos de prestigio como la Universidad Católica del Norte, Universidad de Antioquia, Tecnológico de Antioquia, Politécnico Colombiano, y  el logro de becas para estudiantes de la región en prestigiosa universidades como la Universidad Eafit, nuestra UPB o la Autónoma Latinoamericana.

El doctor Javier, sabía muy bien que la educación (caballo de Troya para muchos desalmados, rebuscadores de votos), en su acepción más sencilla, “es el procedimiento teórico-práctico por el cual una persona adquiere hábitos, métodos, saberes, habilidades, creencias y principios éticos en relación a unos conocimientos determinados”; y que: “la ignorancia es el peor enemigo de un pueblo que quiere ser libre”; y creía, pensando en una educación de verdadera calidad, que ella no es para llenar una memoria, sino para dar ánima a un espíritu; …. Y estaba de acuerdo con Nelson Mandela, cuando afirmaba que: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”. 

Somos un pueblo sin memoria; un pueblo, con la costumbre intonsa de desconocer lo verdaderamente valioso y nuestro; y por eso, ese pasado 29 de abril de 2023, diciendo unas palabras en la parroquia de santa Teresita, con el beneplácito de doña Pastora (su esposa) y sus hijos, recordé  el poema El viaje definitivo, de  Juan Ramón  Jiménez, el mismo que mi madre me cantaba de niño, con una secreta e indescifrable nostalgia en sus ojos y en su corazón:

… Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;

y se quedará mi huerto, con su verde árbol, y con su pozo blanco.

Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;   

y tocarán, como esta tarde están tocando,

las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;

y el pueblo se hará nuevo cada año;

y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado, 

mi espíritu errará nostálgico…

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol

verde, sin pozo blanco,

sin cielo azul y plácido…

Y se quedarán los pájaros cantando.           

Usted se ha ido, querido doctor Javier del Río Maya; se ha ido sin hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y plácido; pero nosotros nos quedamos con su imagen de hombre bueno, de hombre inteligente, de hombre pulcro, que echó raíces en el corazón de tantos, sabiendo que usted fue ¡un héroe de la educación y de la vida!