Por: Balmore González Mira

Estaba revisando dónde poder aplicar una estrategia de política pública que nos permita realmente un crecimiento económico que conlleve todas las características de mejoramiento de la calidad de vida de la población vulnerable  y me encontré con que en el ámbito público y político es permanente el lenguaje incluyente, como suele decirse ahora, de creer que todo lo resumimos diciendo que esto es Inversión social, cuando lo que requerimos es inversión real.

Se critica el neoliberalismo porque no hace Inversión social en los más vulnerables, que para el discurso no es más que entregar subsidios a diestra y siniestra sin ningún control; familias en acción, por ejemplo,  genera un disparo de ventas de licor en los municipios cuando los recursos  son entregados, por los general a los padres del hogar, y dónde las reclamaciones de las madres se multiplica porque la rumba dura dependiendo del recurso económico que reciba ese padre el día de la entrega de los subsidios. Lamentable, pero cierto. Desmontar esto por parte de cualquier gobierno sería el “estallido social”, que debería ser un  estallido real, porque ahí se diría que estas personas se van a morir de hambre, cuando realmente esos dineros son malgastados en un gran porcentaje de la población. Luego de pasados unos días de la entrega de los subsidios, con pocos o nulos procesos de verificación de buen uso, las filas siguen largas en las puertas de las alcaldías, donde estas mismas personas están demandando los Kits de alimentos, la alimentación del PAE para sus hijos y una colaboración económica para el pago de los servicios públicos, para comprar medicamentos o para pagar arriendos. No son todos, pero si una gran mayoría. Entregar y entregar subsidios sin una estrategia de control en su gasto real no es una verdadera  inversión social. Lo que quiero significar es que la incluyente expresión social viene siendo mal utilizada por unos y aprovechada por otros en procura de buscar un equilibrio social, que debería mejor llamarse equilibrio real. Y no estoy diciendo que los subsidios todos deben desmontarse, pero para que haya un crecimiento real de la economía y de la calidad de vida, estos deben ser bien invertidos, vigilados en los hogares dónde hay niños para nutrir su crecimiento y entregados con unos criterios de verificación real que permitan realmente cerrar un poco las brechas, por eso la sabia enseñanza de que “hay que enseñar a pescar y no regalar pescado”,  siempre tendrá vigencia en estos casos.

Me contaba recientemente un servidor público, que apenas inicia sus labores con el estado y que se desempeña como funcionario de un municipio pobre en el sector salud, que era completa su confusión de como a su despacho y al del alcalde todos los días llegaban y llegaban personas demandando subsidios, que pocos pedían trabajo y que esos mismos eran los que más subsidios recibían, me indagaba con preocupación cómo acabar con ese círculo vicioso de que los padres, como lo expresé arriba, recibieran esos recursos y los destinaran a la ingesta de licor y a los tres días volvían a las filas de sus despachos. Un tema “social” que es real y que vale la pena revisar.

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