Por Iván de J. Guzmán López

La semana pasada, el precandidato a la presidencia de Colombia, Lui Pérez Gutiérrez, tuvo que salir a los medios para aclararle a Juan Manuel Galán Pachón, hijo del inmolado candidato presidencial Luis Carlos Galán Sarmiento, sus conceptos, a propósito de las palabras calumniosas, pronunciadas en un debate público, contra Pérez Gutiérrez. Es triste que el precandidato Galán Pachón, desconociendo la herencia histórica de su padre, un hombre que, como nadie, mostró y demostró a Colombia en su vida pública y política, que estaba lleno de méritos morales y políticos, incurra en semejantes injurias.

A propósito de los cuestionamientos recibidos por Pérez, de parte del candidato Galán, el exgobernador Pérez Gutiérrez, se vio precisado a recordarle al delfín: “fui Rector de la Universidad de Antioquia, Director del Icfes, Alcalde de Medellín y gobernador de Antioquia; he sido, quizá, el Gobernador que más ha transformado el territorio. Nunca he tenido ningún tipo de sanción por actos de corrupción, he tratado siempre de servir y ser un funcionario ejemplar, me he ganado los premios de transparencia en la contratación pública; por eso me sorprende que él salga a buscar insultos contra mi persona. Juan Manuel Galán me pidió una cita, cuando yo era gobernador de Antioquia; lo recibí con toda amabilidad, pero me sorprendió que el llegara a pedirme contratos públicos para sus amigos…“.

Yo, que desafortunadamente no soy abogado, hablo de injurias; quien sea abogado, deberá entenderlo como animus injurandi, descrita esta expresión, como: “la voluntad o ánimo que tiene un individuo para injuriar a otro con frases o expresiones que atenten contra su honor. En el derecho romano era necesario, para la existencia del delito de injurias, que la persona que profiere expresiones injuriosas, lo haga de forma voluntaria y con ánimo de ofender; en caso contrario no existirá delito”. En la legislación colombiana, existe el delito de la injuria. Me pregunto hasta cuándo, en Colombia vamos a convivir con el delito de injurias, pues es claro que los que echan mano de la honra de una persona para destrozarlo ante los medios y ante la comunidad, lo hacen con calculada alevosía y buscando sacra ventaja.

La definición de Injuria, dice que: “es la acción o expresión que lesionan la dignidad de otra persona, menoscabando su fama o atentando contra su propia estimación. El bien jurídico que se protege en los delitos de injurias y calumnias, es el honor, basado en la dignidad de la persona”.  Y agregan los legos en la materia: “los ataques que se realizan al honor, susceptibles de catalogación dentro del delito de injurias, son aquellos que tangan la naturaleza de ataques inmediatos contra la dignidad de la persona, en su autoestima y fama (heteoestima)”.

¿Cuánto tiempo debemos esperar los colombianos, para escuchar un debate con altura, con principios, con respeto por el adversario (al fin y al cabo, en el caso que nos ocupa, un colombiano en carrera presidencial), con argumentos, con ideas y sin injurias?

¿Será esta o aquella persona, lenguaraz y ligera, un hombre o una mujer  a la altura de la presidencia de Colombia? ¿Un hombre o una mujer a quién yo pueda llamar con orgullo “mi presidente”?

Mi abuelo decía que “la piedra hace más daño a quien la tira que a quien la recibe”. La piedra de la injuria debería decirnos que “ese” o “esa” no puede ser presidente de una nación tan bella como Colombia. Ese, esa, no puede ser “mi presidente”.

La cultura política nos hace mucho bien; la escasa o ninguna capacidad política nos hace mucho mal. La cultura política exige candidatos honestos, de estatura moral, despojada su lengua y ajeno su corazón de esa lacra personal y social, denominada la injuria.