Por: Balmore González Mira

Recuerdo, y muy seguramente a muchos de Ustedes amables lectores les pasa, cuando tomamos el primer tinto hace ya algunos años en nuestra infancia o adolescencia. El mío fue especial, no precisamente por su producción premium o gourmet, o por su preparación en expreso o americano,  sino por todo lo contrario; una chocolatera, agua, media libra de panela y un pocillo de café de supia, así se le conocía a lo que llegaba en bolsas con diferentes marcas, la Bastilla, Colcafé, Nescafé, Sello Rojo entre otros, lo hervían en un fogón de leña y a tomar tinto se dijo.

En cambio ahora, cuando estamos más excelsos, se pide café, por nada del mundo llegue a un buen lugar de venta de buen café a pedir un tinto. Pida un café y diga de una vez que lo quiere americano o expreso, es más, descreste si corto o largo, y hasta atrévase a preguntar dónde y a qué altura y en qué finca es cultivado, como fue cosechado y por cual método procesado, tiempo de tostión y los premios con que haya sido distinguida la bebida que va a tomarse; en cuáles exposiciones estuvo y cuál fue la mejor taza en esa cata, si es un café de origen, y lo más importante si es orgánico o no y cuál es el sello de esa familia campesina que lo produce. Vaya más allá y pregunte si de este ya están exportando y a cómo están vendiendo la libra en dólares y hasta indague si ese cafetero es de los que está cumpliendo con las ventas a futuro de las que tanto hemos oído hablar, ahora que el precio del café ha tenido el valor más alto en la historia de nuestros cafeteros. Donde se puede adquirir a granel y en qué almacenes de cadena se puede comprar. No vaya a mezclarlo con azúcar pues muchos especialistas creen que no debe hacerse con nada. Y si por alguna razón solo lo tolera con dulce pida azúcar negra u orgánica o panela en polvo también de nuestra tierra, bien procesada. O un endulzante de stevia para que suene aún más caché.

Debo aclarar que de café poco sé, o no sé nada, que hasta en lo que he escrito me he equivocado varias veces en su enunciado, pero quiero en mi ignorancia hacer un homenaje sincero a los cafeteros de mi patria, a esos que con empeño y dedicación hoy con orgullo empacan su propio producto, han aprendido a cultivarlo, a procesarlo y a tratarlo con amor, a los que vienen haciendo la tarea. Da mucha alegría ver a nuestros campesinos y productores en los parques, en los mercados campesinos y en cuánta exposición vamos, hablando del grano con una propiedad que contagia, ofreciendo una degustación del que para ellos es “el mejor café del mundo” y hasta catadores nos han vuelto, ya distinguimos un sabor más dulce, frugal o aromatizado de uno más fuerte o menos o más ácido y en medio de este desconocimiento somos tan atrevidos que llegamos a exclamar con aire de suficiencia,  es más bueno este que aquel, aunque ellos con humildad también nos dicen que hay sabores para todos los gustos. Ya en las casas y oficinas es común ver los equipos o máquinas personales para preparar un buen café, por lo menos una prensa francesa o una italiana hacen parte del inventario hogareño para disfrutar de nuestro producto emblema, ya los jóvenes a menos edad consumen esta bebida de los dioses, unas veces estigmatizada y muchas otras glorificada, hoy la ciencia habla de sus bondades consumida con moderación y también de sus riesgos cuando se hace en exceso. Otros dicen que la medida está en cada organismo que lo consume y que el cuerpo humano es tan sabio que sabe hasta qué hora y cuántas tazas de café debe consumir.

Gracias a nuestros cafeteros por entregarnos el mejor producto que llega a nuestro paladar y a mis lectores si aún lo están haciendo, los invito a que cuando vayan a los parques de nuestros pueblos pregunten si allí procesan café y compren el producto también para llevar y cuando vayan a las exposiciones de nuestros campesinos caficultores no sólo degusten, lleven una muestra del producto para la casa o para dar de regalo a un consumidor, es un buen detalle que se valorará y con esa bolsa ayudan a la economía de nuestras familias campesinas y se llevan un pequeño fragmento de la historia de ese pueblo donde se produjo ese café, es una buena costumbre a imitar.

Esta narración aplica igual para el cacao cultivado en neutras tierras y ni que decir el maridaje de un trozo de chocolate negro en barra, con un excelente café de nuestras montañas, tal vez el menos costoso, pero  el más delicioso deleite  que la naturaleza pueda darnos.

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