Por: Balmore González Mira

Comienzo este homenaje sin describir el motivo de la conmemoración mundial del día de la mujer el 8 de marzo, que ya es conocido por todos,  para hacerlo en primer lugar con esos millones de mujeres anónimas que han forjado la historia del mundo, a esas jamás nombradas, y con ello resalto a las madres universales, a las de carne y hueso como la mía,  que parió 14 hijos y muy tempranamente quedando viuda invirtió toda su vida para formar a su numerosa familia. A mi esposa y madre de mis hijos, a todas las mujeres, hijas hermanas, tías, abuelas, que cada día luchan y dan todo por mejorar las condiciones de la humanidad, en un trabajo silencioso pero constante. A las miles de médicas y enfermeras, científicas y personal de la salud femenino que velan por la integridad de los seres humanos. Ni que decir de esos cientos de policías y soldados mujeres que se juegan la vida por nuestra seguridad. A las maestras que nos enseñaron a leer y a escribir nuestras primeras letras. A esas dirigentes comunales y esas valiosas campesinas que todos los días labran la tierra para proporcionarnos alimentos saludables y frescos.

A esas mujeres del común,  pero universales que prestan sus servicios domésticos y a las de “los tintos”,  que muchas veces son mal tratadas verbal y hasta físicamente. A las que son jefes y saben serlo, con amor y respeto. A las compañeras de trabajo, comunicadoras y periodistas, artistas,  

Abogadas y en fin a ese universo del maravilloso ser llamado mujer.

La mujer es el ser más extraordinario que haya creado Dios y que haya habitado el universo, a todas ellas este pequeño pero sentido homenaje, a los millones de mujeres de a pie, a las que nunca vemos, a las que nunca  conocemos, pero que ahí están y sabemos que están siempre y por siempre.  

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