Por: IVÁN  ECHEVERRI  VALENCIA

Estábamos acostumbrados a seguir como simples espectadores las guerras, atentados, desastres naturales, injusticias sociales, el hambre y la miseria en que se subsumen muchos países del  mundo.

Nos llegó la pandemia y no como testigos lejanos de sus horrores sino como sujetos activos y pasivos de la misma, hoy tenemos que convivir con ese enemigo invisible, que nos asecha y que nos puede atacar en cualquier momento, nadie está libre de ella por más meticuloso que sea en el acatamiento de las medidas sanitarias.

Virus que lo podemos contraer de cualquier manera y de la forma más inesperada, como el de encontrarnos con una persona que lo posea, con un asintomático, el tocar cualquier objeto o llegar a un lugar que se encuentre infectado, es decir, estamos atados, en el que difícilmente podemos pulsar una cosa, hablar, respirar y movernos, so pena de caer en semejante desgracia.

En medio de la desolación, el miedo, el pesimismo y la impotencia, se ha hecho muy visible, la crisis humanitaria que actualmente se vive en Colombia, porque la  desigualdad e inequidad es toda una bomba de tiempo a punto de estallar. La gente se está muriendo de hambre, desde hace rato, donde la clase dirigente ha ignorado el problema y el Estado ha pecado por su indolencia. Las limosnas de comida que se reparten por estos días, son y serán insuficientes por la magnitud del problema que nos cobija,  el  que requiere soluciones profundas, no paños de agua tibia.

Hoy luchan contra la muerte y otras adversidades, atrincherados en su ética, centenares de servidores de la salud, como: médicos, enfermeras, paramédicos, laboratoristas, empleados de droguerías, conductores de ambulancias, camilleros y vigilantes, que sin las condiciones adecuadas de bioseguridad para la prestación del servicio,  ni al pago de un salario digno, por causa de un sistema de salud perverso, que solo le interesa enriquecer a unos pocos  y, de una tercerización demoníaca en la contratación, los tiene totalmente desamparados y pauperizados, pero en un acto de profesionalismo, siguen dando lo mejor de sí, exponiendo su propia vida a cambio de salvar muchas otras.

El sacrificio de los servidores de la salud, los convierten en unos verdaderos ángeles, tratando de ayudar al mayor número de personas, en una lucha desigual, contra un virus que aún no se descubren la vacuna ni el antídoto contra sus  efectos nocivos.

Hay otros, como la Fuerza Pública, que además de ser héroes de la patria, también los podemos considerar como unos ángeles, ya que trajinan en medio del peligro, combatiendo la inseguridad como el  de poder contraer el virus. Alejados, muchas veces de sus familias,  hacen honor a su Institución. Con su vocación de servicio continúan en su trabajo de ayudar a la sociedad, haciendo presencia no solo en los centros urbanos sino también en los lugares más recónditos de nuestra geografía nacional.

No podemos olvidar otras Instituciones como la Cruz Roja, los bomberos, la Defensa Civil, los Grupos de Voluntarios y otros que provistos de un gran altruismo apoyan en la contingencia, llevan ayudas y colaboran con las más personas más vulnerables.

A los héroes y a los ángeles que siempre aparecen por fortuna en las peores dificultades, no hay porqué estigmatizarlos ni injuriarlos, por el contrario, hay que apoyarlos, valorarlos y tenerles toda la consideración, afecto y respeto por su misericordia y humanitaria gestión.

Cuando pasemos este trago amargo, ojalá sea pronto,   necesitaremos muchos héroes y ángeles para reconstruir al país, porqué nos tendremos que reinventar, poniendo a prueba toda nuestra  capacidad innovadora y creativa. El país y el mundo va a tener cambios sustanciales en su manejo y desarrollo, los negocios se van a direccionar de manera diferentes y las relaciones comerciales y personales se van a encontrar con unas variables inimaginables.

Las personas que tengamos la suerte de sobrevivir, contaremos la historia, que un simple virus importado de la China, en caída libre y en escasos días, aterrizó y cambió al mundo, un mundo lleno de vanidades, superficialidades, iniquidades, insolidaridad, egoísmos, competencia, apegos y avaricia.

Estoy seguro que los colombianos, que estamos hechos para el sacrificio, no nos quedará grande el reto de salir de este pinchazo, como hemos salido de otros tantos, para ello, tendremos que caminar juntos como una sola nación. El camino será tortuoso, pero nos llenaremos de aliento y de ánimos cuando avizoremos en el horizonte nuestra bandera, como símbolo de unidad y de desarrollo.