Por Iván de J. Guzmán López

Pasada la euforia del subcampeonato mundial del futbol femenino Sub 17, donde nuestra niñas lo entregaron todo, en una muestra de valentía, dedicación deportiva, tenacidad de mujer, amor por sus familias y por Colombia, debo seguir convencido en mi tesis de hace muchos años, en la cual sostengo que nuestros mejores embajadores ante el mundo son los deportistas.

En esta oportunidad, como en las pasadas eliminatorias al mundial de Qatar, nos damos cuenta que nuestros dirigentes deportivos son muy inferiores a nuestros deportistas: nuestras muchachas, encabezadas por una bella y humilde niña de nombre Linda Caicedo, estuvieron a punto de arrebatarle el campeonato mundial a las encopetadas españolas (que a todas luces son bien pagadas, reconocidas y respetadas por la dirigencia de La Madre Patria), no obstante la puñalada que recibieron en plena competencia de boca de un dirigente tan mediocre y oportunista como Ramón Jesurún Franco, al ser preguntado por los premios para nuestras jugadoras. Su vergonzosa respuesta le dio la vuelta al mundo: “¿A qué premios te refieres? Los premios sólo se dan a los futbolistas profesionales, ellas son unas muchachas amateur (aficionadas)”.

Todos pensamos que tras el fracaso de nuestra selección nacional en las eliminatorias al mundial de Qatar (que nos deja ahora haciéndole fuerza a Ecuador), cuya eliminación tuvo un protagonista de primer orden como lo fue la dirigencia del futbol colombiano, esta iba a ser removida en su totalidad: no pasó nada.

No obstante el gran papel de las colombianas Sub 17 (que llenó de orgullo a todo un país tras ser subcampeonas del mundo), en contraste con la triste minimización a que fueron sometidas ante el mundo, negándoles de entrada premios (que para los hombres son multimillonarios) más allá de medallitas,  resulta que el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol (FCF), sigue siendo Ramón Jesurún Franco.

Para continuar con estas historias de dirigencias acomodadas, que sólo sirven para sacar provecho propio, trabajar para terceros, viaticar en dólares y posar de jeques ante el mundo, debo contar que recibí un audio donde Santiago Escobar Saldarriaga, se duele del esperpento que desde el 2 de noviembre de 2022 presenta Netflix a su teleaudiencia del mundo, el cual  califica (con sobrada razón) de producción “perversa y asquerosa” y como  “una falta de respeto a la memoria de Andrés”. Y yo diría de Atlético Nacional y de Colombia. De Nacional, porque en la serie, sin contar con la familia de Andrés, ni con Atlético Nacional, ni con autoridades de Colombia, nos muestran a sus anchas como lo peor del mundo.

Y la dirigencia deportiva, como siempre, en silencio; y Jesurún, como hace tiempo, sigue fungiendo como presidente de la Federación Colombiana de Fútbol (FCF). Nadie se manifiesta ante la trapeada con el nombre de Andrés Escobar, la imagen del Club Atlético Nacional y la dignidad de Colombia.

Han pasado 28 años desde el asesinato de Andrés Escobar, para entonces, un joven lleno de vida, de talento, de amor por su familia y por Colombia, cuyo único pecado fue haber cometido ese fatídico autogol, en un esfuerzo sobrehumano por evitarlo precisamente, frente al onceno de los Estados Unidos.

Lo más triste es señalar que esa producción se hizo de la mano de los directores colombianos  Andrés Ruiz Navia y Carlos Moreno (creador de cosas como Perro come perro), que seguramente no conocen a la familia de Andrés, a la Familia de Sachy Escobar, familias estas de gente más buena que el pan, pero que, tal vez por eso, por encarnar los valores antioqueños más altos, son despreciados por sus compatriotas mismos. Triste e intonsa realidad la de nosotros, los colombianos, el creer que lo nuestro no vale nada, y como tal, es lícito despreciarlo y venderlo por lentejas.

¿Qué pasaría si Andrés Escobar fuera italiano, o alemán,  o francés; que pasaría si Atlético Nacional fuera un club argentino; qué pasaría si la afrenta fuera contra el pueblo Norte Americano?

“Aquí no ha habido muertos – dijo -. Desde los tiempos de tu tío, el coronel no ha pasado nada en Macondo”. En tres cocinas donde se detuvo José Arcadio Segundo antes de llegar a la casa le dijeron lo mismo: “No hubo muertos”.

Qué tristes deben estar hombres honrados como nuestros queridos Hernán Darío “El Arriero” Herrera, René Higuita, Hernán Darío Gómez, Pedrito Sarmiento o el trabajador e incansable Leonel de Jesús Álvarez, al ver pisoteada la imagen querida de uno de sus compañeros más admirado por sus gestas, por su don de gentes, por su vida deportiva, por su amor a su familia y a Colombia, ¡hoy tratado como un rufián!

No tengo el gusto de conocer a Santiago Escobar, tampoco a la familia del recordado Andrés. No soy hincha de Atlético Nacional, pero sí conozco la gesta de Nacional y quiero a Colombia, y gocé cuando nuestras niñas de la Sub 17 nos dieron honor y gloria, y rabié cuando el señor Jesurún negó premios a un puñado de niñas humildes, porque son simples “aficionadas”.

Santiago Escobar ha dicho que demandará a Netflix; el resto de gentes dice que aquí no ha pasado nada.

Por la memoria de Andrés Escobar, me uno a las huestes de Santiago Escobar Saldarriaga, hasta promover 32 insurrecciones como el coronel Aureliano Buendía, ¡aunque todas las perdamos!