Hoy, me gustaría subrayar una característica esencial del quehacer universitario de siempre, algo que lo cualifica y sustenta sobre lo que ha llamado nuestra atención desde la universidad en nuestros días: el amor a la verdad.
POR: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS
Si todos los antioqueños desean naturalmente conocer, si es propio del hombre y la mujer, por ser inteligentes, buscar la verdad, adherirse a ella al encontrarla, y comunicarla a los demás, todo esto es aplicable de un modo mucho más vital a cuantos han hecho profesión de las tareas científicas y educativas. En nosotros, la búsqueda tenaz, honrada y sin prejuicio de la verdad, la aceptación admirativa y lealmente comprometedora de lo que se revela verdadero, el deseo alegre y generoso de participar a otros lo que se ha descubierto, ha de ser la actitud vehemente y habitual del espíritu, el nervio vigoroso de nuestra profesión de educadores, la característica que más radicalmente la sustancie. Cuando por lo contrario, este acicate esencial del universitario se desdibuja y el educador se convierte en burócrata de la ciencia, sin ilusión, sin entusiasmo, será inútil cualquier intento de solución para las universidades antioqueñas, que quedarán marchitas, sin alma, desvalida, juguete de cuantos quieran instrumentalizarla e ideologizarla, sin luz ni fuerza de atracción.
El objetivo genuino del universitario, su contribución más valiosa y cualificada a la sociedad es su labor de captación porfiada de la verdad, perseguida con estudiosidad y serena reflexión en el campo de la disciplina que cultiva, tal como se sedimenta a lo largo de los años; consiste en su tenacidad y perspicacia para desentrañar nuevos conocimientos en una tarea de investigación que es siempre apasionante, aunque de ordinario sea bien trabajosa; consiste también en decantar los saberes adquiridos para ofrecerlos en forma asequible, atrayente y sugestiva a las generaciones jóvenes y a la sociedad entera; en contagiar a los demás su afán por la verdad, los métodos adecuados para alcanzarla, la actitud rigurosa y crítica ante las cuestiones que se plantean; y es, así mismo, procurar adquirir una visión completa, unitaria y coherente de la realidad, con amplitud de perspectiva y con la razonable congruencia interna.
Es cierto que las limitaciones personales obligan a circunscribirse a campos cada vez más restringidos del saber, renunciando a otras áreas. Esto supone un tributo de humildad que hay que rendir, que estimula a la cooperación de unos con otros, al respeto y consideración por la ciencia ajena, y a la responsabilidad para ser autoexigentes y estrictos en aquella a la que uno mismo se dedica. Con todo, en el conjunto de una universidad se debería cultivar, ya que no todas, una amplia gama de ciencias diferentes, en la que estén suficientemente representados los distintos saberes desde la teología a las diversas ciencias de la naturaleza, pasando por las ciencias humanas. Y en todo universitario, cualquiera que sea su especialidad, no habrían de faltar aquellos conocimientos que son ciertamente de la mayor trascendencia para el hombre y la mujer.
Porque hay algunas verdades que son necesarias a todos, otras que son útiles a muchos, y numerosas que basta sean conocidas por pocos. Las hay que iluminan un ámbito reducido de la realidad, otras que arrojan su luz sobre áreas más amplias y algunas que resultan de suma trascendencia, porque dan sentido a nuestra vida entera. Prescindir de estas últimas verdades equivaldría a cultivar una ciencia que por interesante y dilatada que fuese, quedaría chata y sin sentido, desconectada de cuanto más importa. Si las cosas no hablan al hombre y la mujer de su fuente; si éste desconoce su significación, su finalidad; si el mismo hombre o mujer no es consciente de su naturaleza y dignidad, de su destino, del valor que deben tener para él o ella los demás hombres y mujeres y toda realidad, no puede sorprender que por muy experto que se sea en una determinada ciencia, se permanezca a oscuras, se disponga de una visión truncada y parcial del mundo, y se puedan provocar los daños más impensables o caer en las más degradantes aberraciones.
Por esto el universitario debe de ofrecer la verdad particular en congruencia con la verdad total. Y así el conocimiento se hará vida, quedará integrado en una ciencia más profunda y se hará uso de él con rectitud. La ciencia, la verdad, es de una parte luz que libera; pero de otra, compromete, porque se convierte en criterio, en camino a seguir.
La Universidad Antioqueña sabe que la necesaria objetividad científica rechaza justamente toda neutralidad ideológica, toda ambigüedad, todo conformismo, toda cobardía: El amor a la verdad compromete la vida y el trabajo entero del científico, y sostiene su temple de honradez ante posibles situaciones incomodas.
Hemos de procurar, por tanto, estar cada vez más sólidamente cimentados en esas verdades capitales que dan sentido a las demás y esforzarnos para que no sólo se asienten en nuestra inteligencia, sino que se hagan vida, que nos muevan a ser también en la conducta plenamente auténticos, veraces. Sólo así, en la enseñanza y en la investigación, en las clases y en las publicaciones, en las mil oportunidades de nuestra vida de universitarios, ofreceremos a nuestro rededor no una verdad fría y desgajada, sino una verdad congruente, vital, provista de una luminosidad que esclarece al hombre y la mujer su sentido.
La humanidad, como apreciamos a diario anda inquieta, agria, desorientada, en contradicción consigo misma. Quiere paz y enciende peleas; pide justicia y atropella derechos; anhela bienestar y se angustia por la ambición; reclama comprensión, convivencia y solidaridad y a la vez se muestra intransigente y egoísta; añora libertad y se esclaviza. Contribuir a que la humanidad recobre su norte, a que se desvanezca la densa bruma de confusión en que se encuentra envuelta, es también atrayente responsabilidad del universitario.
La fidelidad a la verdad con todas sus consecuencias, nos plantea un reto difícil, exigente e incómodo. Pero ante él, la vocación de los universitarios cobra su valor más pleno y fascinante.
Aun cuando sintamos que nuestra voz es débil y que las limitaciones personales son bien manifiestas y abundantes, el pensar en la grandeza de la responsabilidad que tenemos contraída con la juventud estudiosa espoleará nuestro ánimo. Porque Colombia, Antioquia y Medellín, aunque no lo parezca, tiene auténticas ansias de verdad y corresponde a la Universidad Antioqueña contribuir a que pueda alcanzarla.
Es bueno que tengamos muy presente al desarrollar, hoy, las actividades académicas
sin conflictos, esta gran convocatoria al amor comprometido a la verdad.
LUIS FERMANDO PÉREZ ROJAS Medellín, octubre 9 de 2024