“Los regímenes con ímpetu o afines al caudillismo, a pesar de su innegable presencia en el orden mundial, empiezan a ser revisados y amonestados por los pueblos; prueba de ello es el intempestivo e inesperado cambio de gobernanza en el más poderoso imperio del norte, los EEUU”.

Por: Héctor Jaime Guerra León*

Hay muchos estilos y formas de gobernar. No cabe la más mínima duda que a pesar de lo que se haya dicho o prometido a los electores, el gobernante elegido establece un modo, una orientación, una forma especial a su actividad gubernamental y, ello, finalmente, es lo que hará que los ciudadanos reciban –con o sin agrado- el ejercicio de dicha actividad y que la misma; al igual que su titular, quede gravada en la  historia y para siempre, por buena, mala o regular y, en algunos casos, inclusive hasta de pésima gestión, como cuando dicho estilo no logra sintonizarse bien con la ciudadanía, con el común de los gobernados.

Así las cosas, un gobierno puede ser más o menos cercano al pueblo, todo dependiendo de la forma en que se asuma la tarea que se le ha encomendado: gobernar, dirigir y/o administrar los bienes que son del pueblo que lo elige para tales fines.

A nuestro juicio y, por fortuna ya en decadencia, en nuestros tiempos se han venido imponiendo estilos y posiciones propios del totalitarismo que –según la teoría política, es aquel gobierno que se caracteriza “por ser dirigido por un partido político que pretende ser o se comporta en la práctica como partido único y se funde con las instituciones del Estado”. En este tipo de ejercicio gubernamental, que es el que se observa no solo en nuestro país, sino en nuestro continente y en muchas otras latitudes internacionales, a pesar de enmarcarse dentro de un gobierno democrático; es decir, de origen en decisiones adoptadas por las mayorías, una vez en ejercicio, asumen un estilo caudillista, alejándose –unos más y otros menos, desde luego, del principio democrático y pluralista que le ha dado origen, recobrando vigencia y haciéndole honor a la famosa frase de uno de los cultores más famosos de estos estilos, Luis XIV, cuando en la Francia del siglo XVI, queriendo abrogar los poderes de la Corte Suprema de esa antigua nación, dictaminó en tono arrogante, dictatorial e impetuoso “El Estado soy yo” (l’Etat c’est moi).

En estos gobiernos, los organismos de control institucional, al igual que las demás ramas del poder público, suelen empezar a ser cooptadas – yo diría manipuladas, por el soberano, llámese gobernante o presidente de turno, que aprovechándose de la potestad que le otorga su partido y/o influencia política, económica militar, etc., restringe el acceso a la dirección del Estado solo a personas afines a su ideología o la del partido que le ha permitido ascender hasta tales puestos de privilegio, abriéndose así las puertas para la adopción de prácticas personalistas, caudillistas y/o partidistas que en poco o en nada requieren de la participación o consulta a los gobernados, para la toma de decisiones, pues se sienten con facultades omnímodas (absolutas, plenas) para gobernar, sin consultar a nadie más que a su propio y egoísta interés o los mandatos y caprichos que le imponga la ideología que respalda su gobernanza. Ello, claro, no es sano, ni legítimo y genera serios riesgos, no solo a los principios y valores que deben regir el Estado de derechos, con el cual tiene compromisos muy serios el gobernante de origen popular, sino que también rompe con el equilibrio de poderes que debe existir, para la buena marcha de la institucionalidad, en un verdadero Estado Social y Democrático de Derechos.

Cualquier parecido con nuestra realidad no es solo coincidencia; pues pareciera -de cierta forma- que la arrogancia y las posturas personalistas y ególatras de algunos de nuestros dirigentes, fueran las premisas fundamentales que –en los últimos tiempos, impulsan y favorecen liderazgos caudillistas y mesiánicos que se esgrimen social, económica y políticamente como auténticas tablas de salvación y como la solución a los inmensos problemas y flagelos sociales que afronta la nación, cuando realmente lo que están produciendo y acrecentando son las inmensas brechas de desigualdad, injusticia e inequidad social y política que ya de por sí son demasiado grandes y preocupantes, pues afectan -cada vez con mayor rigor- a inmensos grupos poblacionales y, en especial, a aquellos de menores recursos y oportunidades para defenderse en ese tipo de situaciones.

Los regímenes con ímpetu o afines al caudillismo, a pesar de su innegable presencia en el orden mundial, empiezan a ser revisados y amonestados por los pueblos; prueba de ello es el intempestivo e inesperado cambio de gobernanza en el más poderoso imperio del norte, los EEU.

*Abogado. Especialista en Planeación de la Participación Comunitaria; en Derecho Constitucional y Normatividad Penal. Magister en Gobierno.