Nada bueno resulta para el ejercicio de las libertades públicas y el cabal desenvolvimiento de nuestro Estado Social y Democrático de Derechos, los gobiernos que emanan de propuestas, pensamientos, ideologías y/o partidos de extrema”.

Autor: Héctor Jaime Guerra León*

Hoy coinciden en nuestro país muy importantes efemérides: la Navidad y el advenimiento del año nuevo, con la campaña política (que también es otra fiesta por la manera como se vive y la gran cantidad de expectativas y emociones que despierta en la ciudadanía y en toda la nación). Por estos tiempos se revive uno de los acontecimientos más trascendentales de la humanidad, el surgimiento de uno de los pensamientos (corriente o movimiento) que más ha calado en el concierto institucional y social de toda la humanidad, no obstante existir muchas otras formas de pensar en materia religiosa, el cristianismo ha penetrado en lo más profundo del alma Universal y, en especial, de quienes profesamos sus creencias y mandamientos.

Estas festividades son en todo caso momento propicio para la reflexión y el análisis serio, consciente y desprevenido sobre nuestro futuro. Las festividades de la Navidad nos recuerdan la urgencia que tenemos de ser cada vez mejores personas y de recomponer y corregir muchas de nuestras actuaciones, para que cuando llegue el año nuevo emprendamos -como personas y/o como Nación- un camino también nuevo (ojalá distinto) lleno de nuevas esperanzas –renovados propósitos y de los grandes retos que siempre hemos tenido y que profesamos periódicamente en cada Navidad, en la llegada de cada año y, desde luego, en cada proceso electoral que nos toca afrontar con entusiasmo y mucha fe en el porvenir. Siempre se tiene la creencia que estos tiempos y acontecimientos son propicios para entrar definitivamente en un nuevo mundo, en una nueva vida llena de plenitud, esperanza, con mayor prosperidad más bienestar, con renovadas y más agradables realizaciones.

Los seres humanos, sea cual fuere nuestra condición religiosa, económica, social y/o política, siempre tenemos ese gran reto de pensar –en medio de la religiosidad y en estas épocas de especial recogimiento y contrición- en cuál habrá de ser el destino que le queremos trazar al país, nación o sociedad donde vivimos, en materia dirigencial y/o gubernativa.

Debemos pensar y decidir si seguimos manteniendo un statu quo, hoy liderado –en nuestro país- por quienes ejercen el poder económico y político, o giramos en busca de otras experiencias y expectativas, hacia mejores formas de vivir en comunidad, o buscamos una propuesta medianera que -sin necesidad de los extremos- conduzca al país hacia puertos más moderados y establezca consensos más participativos y democráticos que los que pudieran liderarse desde uno cualquiera de los extremos políticos e ideológicos que hoy –por lo que se avizora en el mundo político electoral- pudieran acceder al manejo del poder público nacional y, de manera muy especial, desde el ejecutivo, con todas las desventajas que ello implica para las demás ramas del poder, cuando a la presidencia llega un agente de extrema, llámese de izquierda o de derecha, pues estas formas de gobierno suelen tener mayor incidencia y especial énfasis -por no decir que interferencia- en el normal desarrollo de las demás ramas de poder: legislativa y judicial. Inclusive casi siempre este tipo de ejercicio gubernativo termina teniendo gran incidencia en la prensa, el libre ejercicio de los derechos de expresión y de asociación, los cuáles -en estos gobiernos- terminan siendo coartados- limitados, cuando no vulnerados abierta y flagrantemente.

En términos generales, nada bueno resulta para el ejercicio de las libertades públicas y el cabal desenvolvimiento de nuestro Estado Social y Democrático de Derechos, los gobiernos que emanan de propuestas, pensamientos, ideologías y/o partidos de extrema, pues dichos ejercicios no son precisamente los más participativos; no obstante ser democráticos, pues en todo caso son estilos y formas de gobierno que -estando previstas en los regímenes políticos y teniendo su origen precisamente en el ejercicio de la democracia- terminan -casi siempre- en manos de los caprichos y los excesos de sus dirigentes y/o protagonistas, desconociendo los clamores y los anhelos de las mayorías. No se tiene conocimiento, por lo menos en nuestro continente, que los gobiernos que han sido de dichas tendencias e ideologías (extrema o derecha), no se hayan visto untados con las “mieles” de la corrupción, vicios, excesos y abusos a que infortunadamente estos regímenes se ven atraídos. Por el contrario, infortunadamente dichas gobernanzas han generado ingratas experiencias para el sistema democrático, para el ciudadano del común y los grupos poblacionales débiles; pues la arrogancia, el despotismo y los desafueros en que suelen incurrir este tipo de gobiernos, terminan afectando a los más vulnerables.

Sea pues cualquiera la posición que se tenga al respecto, lo cierto sí es que ahora en nuestro país y en pleno jolgorio de la Navidad y año nuevo, nos aprestamos a tener que afrontar -y ojalá de la mejor madera- para bien del país, de su institucionalidad y de todos, un proceso electoral que apenas comienza, pero que nos conducirá inexorablemente, para bien o para mal, a la renovación de los cuadros directivos dirigenciales y políticos de carácter nacional con la elección del nuevo Congreso de la República.

*Abogado. Especialista en Planeación de la Participación Ciudadana y el Desarrollo comunitario; en Derecho Constitucional y Normatividad Penal. Magister en Gobierno.