La esencial virtud de la docencia, del educador, no es simple y llanamente la de transferir conocimientos, es inspirar cambios positivos en la mentalidad de la gente y en especial en las nuevas generaciones.”.

Autor: Héctor Jaime Guerra León*

Científicamente está demostrado que materia y conocimiento están permanentemente en trasformación, en constante evolución. Los cambios de la materia, obviamente se deben a múltiples y sorprendentes fenómenos de la naturaleza que no vamos a poder analizar ahora. El cambio y/o avance del conocimiento indudablemente se produce como consecuencia directa de los procesos de aprendizaje que el ser humano va entronizando durante su existencia, mientras va aconteciendo su ciclo vital, en su transcurrir existencial, en su intercambio y contacto con el medio en que se vive e interactúa.

Desde el aparecimiento de la humanidad misma (homo sapiens), podría decirse que se inicia el proceso de enseñanza-aprendizaje que, como lo dijo el gran estudioso de estos temas Emilio Durkheim, “la educación, es el proceso a través de la cual se aprende el conocimiento, es la trasferencia de experiencias y de saberes de los adultos a las generaciones jóvenes”. Educar es enseñar al individuo a asumir adecuadamente el proceso de inserción al mundo, aprendiendo a vivir y ser útil en su entorno comunitario, político y social.

Inmensa significación tienen, en el proceso de aprehensión de conocimientos, las formas y métodos que el ser humano ha venido implementado y perfeccionando para que cada día sea más integral, dinámico, universal y productivo el binomio enseñanza-aprendizaje. Una de esas estrategias, sin duda alguna, es la docencia, noble profesión que -de generación en generación- ha venido formando y fortaleciendo a la humanidad, entregándole los más esenciales instrumentos y saberes que se requieren para poder vivir en comunidad, de manera civilizada y poder enfrentar con éxito los distintos retos y exigencias que los seres humanos de manera individual y/o colectiva nos hemos propuesto como formas de vida, como metas y/o como simples formas de entender y comprender el mundo, sus fenómenos y el medio en el que día a día nos desenvolvemos.

Sea cual fuere el grado de educación o formación en que nos encontremos, es innegable que de alguna manera hemos tenido que contar con el apoyo y la sublime misión de aquellos –muchas veces ignorados e ingratamente subvalorados– que tanta significación, méritos y atributos le han aportado al proceso de desarrollo y crecimiento social, político, económico, cultural e institucional de nuestra nación y del mundo entero. La esencial virtud de la docencia, del educador, la de  nuestros maestros, no es simple y llanamente la de transferir conocimientos; es ética y moralmente inspirar cambios positivos en la mentalidad de la gente y en especial en las nuevas generaciones.

La misión fundamental y básica de la importante profesión de la docencia, es trascender, es ir más allá de los meros enunciados y brindar la posibilidad de que los educandos; es decir, quienes se están formando, puedan de una manera didáctica y clara, entender y aprender a expresar (dar de lo que reciben) lo mejor, lo más recomendable y propicio para su crecimiento individual y colectivo. Es enseñarse a vivir con honestidad y a sortear -lo mejor posible- las inmensas dificultades que se pueden presentar en un medio tan hostil y difícil como el que se pone de presente en un país- sistema social, político y cultural- tan injusto e inequitativo como el nuestro, en el que es realmente complejo y difícil mantener procesos integrales de convivencia socialmente pacíficos.

La docencia es, incuestionablemente, una de las más trascendentales y útiles tareas a las que se pueda dedicar un ser humano y, entre ellos, están aquellos a quienes, por lo que son y han significado para nosotros y para el bienestar de nuestras instituciones y de toda la sociedad, tenemos el deber de considerarlos nuestros maestros. Con razón siempre se ha dicho en el proceso de aprendizaje que un verdadero maestro es aquel que permite sin egoísmos ni vanidad alguna- con sus enseñanzas y conocimientos- que sus discípulos logren ser mejores que él, o como afirmó el gran filósofo Emmanuel Kant “Tan solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él”.

A través de su incansable e invaluable tarea, la docencia, los educadores (muchos de los cuales son verdaderos y abnegados maestros), están forjando un mejor país, una vida superior para todos, facilitando los caminos de redención, de cambio y de perfeccionamiento que nuestras generaciones y las del porvenir están necesitando, para que Colombia y el mundo entero sean mejores. Por ello es que en el tipo de educación que podamos recibir está también la posibilidad de hacer más agradable, significativa y dignificante nuestra función como integrantes de una sociedad cuya grandeza ética, moral y política dependen –incuestionablemente- del tipo de valores y principios que seamos capaz de aprehender y defender con gran valor civil todos y cada uno de sus asociados; pues lo que nos pueda suceder en el futuro, como nación, como organización social, e inclusive, como civilización humana, dependerá exclusivamente de la forma como todos y cada uno de nosotros asumamos ese inmenso compromiso: Ser cada vez más y mejores seres humanos.

*Abogado Especialista en Planeación de la Participación y el Desarrollo Comunitario; en Derecho Constitucional y normas penales. Magíster en gobierno.