Por Iván de J. Guzmán López

El Espectador, en su edición de ayer 20 de marzo de 2022, publica un artículo cuyo nombre me pareció curioso, y, tal vez por ello, lo leí de inmediato, como si fuera una profecía perentoria. No sé si el título es de esos que se le ocurren a los buenos escritores y columnistas, para atrapar lectores desde la primera página, como recomendaba Nietzsche. El artículo se titula: “En defensa de la poesía”. Así, en presente indicativo.

Para comentar el articulillo del periodista Andrés Osorio Guillott, cosa curiosa, periodista de deportes del Espectador,  yo le puse interrogantes. Cómo así que “¿En defensa de la poesía?”. ¿En defensa de quién, de qué se debe defender la poesía? La poesía no necesita defensa alguna. Aquí aplica lo que tanto ocurre en Colombia: los pájaros tirándole a las escopetas. La poesía está viva, nunca ha tenido tan buena salud. Nunca ha necesitado defensa. Es que hoy estamos confundiendo poesía con otra cosa; con lloriqueo, con rimbombancias, con deseos reprimidos y otras porquerías, que en buena cantidad, es lo que crece silvestre en la pradera. Confundimos la poesía cargada de valores estéticos, de imágenes y de lenguajes, con redacciones de quejas y preguntarios. El verdadero poeta, la verdadera poesía (como el buen escrito, sea crónica, reportaje, novela o cuento) no necesita defensa, porque ella se tiene que defender sola. “No podemos confundir poeta con “poetiso”, nos decía hace ya buen tiempo el poeta Jaime Jaramillo Escobar, X504, mientras rumiaba cada palabra. Y las decía una a una, con rumia, masticándolas, como recitando un poema de su autoría, para que no lo olvidáramos. Desde entonces le tomé gran respeto a la poesía y por ello no “defiendo” poemas o poetas; simplemente, los disfruto y recomiendo.

A propósito del cuento de “defender la poesía”, el poeta, ensayista, crítico literario, profesor de las universidades de Maryland, de Iowa y de Chile, a más que Premio Nacional de Literatura de Chile, 2012,  Óscar Arturo Hahn Garcés,  argumenta, en un artículo suyo aparecido en el periódico El Mercurio:

“Aunque su muerte se ha anunciado hace rato, la poesía goza de muy buena salud. Las nuevas tecnologías se veían como su golpe de gracia, pero poetas y amantes usaron sus herramientas para preservarla y ponerla al alcance de la gente.

La poesía no está solo en los poemas, se extiende también a otras manifestaciones del lenguaje, como las letras de canciones. La Academia Sueca lo reconoció recién con el Nobel de Literatura a Bob Dylan.

Es un arte inagotable. En la lectura, la poesía aún no agota sus posibilidades. Hay lectores activos y lectores potenciales. Estos últimos no saben que en su interior hay una atracción latente, hasta que por casualidad cae un poema en sus manos y los transfigura.

Los poemas son resistencia. Dijo un pensador chino que la principal decadencia de un país y de una cultura era la degradación del lenguaje. En tiempos difíciles, la poesía es resistencia. Mediante ella, el lenguaje resiste el deterioro.

Se defiende muy bien sola. A la poesía no la defienden los poetas, sino los poemas. Si los poetas escriben poemas deficientes, no hay defensa. La poesía se salva o se condena por sus propios medios.

La poesía toca el cielo. El poeta alemán Novalis, dijo: “El idioma es una invención poética”. La poesía es el punto en el cual el lenguaje toca el cielo (pienso en San Juan de la Cruz) o el infierno (pienso en Baudelaire). Es la gramática alcanzada por la gracia. Mientras exista el lenguaje, existirá la poesía.

Es vida humana. Hölderlin, dijo: “lo que queda lo instauran los poetas”. El arte y la poesía son señales de que hay vida humana en este planeta”.

El maestro Manuel Mejía Vallejo, en su sápida madurez de escritor y trotamundos, nos decía de manera dura, pero sensata: “si tienen que defender lo que escriben, no sirve. Lo bueno se defiende solo”.

Dice el artículo de nuestro colega, experto en deportes: “El Espectador celebra esta semana 135 años. Por el Día Mundial de la Poesía, que se festeja mañana, recordamos a poetas que han pasado por este diario, enriqueciendo y complementando el periodismo con sus versos y convicciones. Defender la poesía en la prensa y el periodismo en general para recordar que las historias pueden ser narradas desde otros ángulos y esos ángulos pueden llevarnos a abrir puertas y encontrar otros mundos que a priori no habíamos imaginado al momento de leer un periódico en las mañanas. Defender la poesía como lo ha hecho El Espectador, que celebra esta semana 135 años, y defenderla es permitir que por sus páginas hayan pasado poetas que hicieron parte de la redacción, que colaboraron en alguna ocasión o que resultaron siendo columnistas de opinión”.

Es cierto lo que dice el colega: que El Espectador cumple esta semana 135 años;  que por sus páginas pasaron inmensos poetas colombianos, como el cantor de la vida profunda, y que hoy es el día de la poesía, pero no podemos hablar de defender la poesía. La poesía, valga decir, la buena poesía, se defiende sola. 

Eso sí, el artículo de mi colega me trae a la memoria dos anécdotas, que tienen como referente a grandes poetas, en relación con la comunidad y con la prensa, entre ellos al citado Barba, siendo honor para nuestra prensa, el contar con grandes poetas en sus páginas. Lo triste de reseñar es que hoy parece que nuestra prensa no entiende el valor de la poesía y de los buenos poetas. ¡Han desaparecido de sus páginas!, ¡quién sabe que diablillo los ahuyentó!, cuando hasta hace poco, eran referentes obligados de El Espectador, en Bogotá; o de El Colombiano, en Medellín. 

Van las anécdotas:

“En una ocasión, Pablo Neruda y Federico García Lorca fueron invitados a dar una conferencia en un pueblo lejano de la España de Franco, pero en la estación del ferrocarril nadie les recibió. Les dijeron que habían ido a encontrarlos pero no los reconocieron porque esperaban que fueran vestidos como poetas. ‘Es que somos de la poesía secreta’, respondió Lorca, con su alegría y sencillez andaluza”.

Y la otra, que la cuento como la escuché, no recuerdo de labios de quién:

Estaba cumpliendo años el periódico El Espectador (como esta semana), y aprovechando la estancia en Bogotá del poeta Barba Jacob, don Fidel Cano le propuso que escribiera un artículo para celebrarlo.

-¿Cuánto es el presupuesto para ese artículo?-, preguntó el poeta, siempre necesitado de dinero.

-Cinco pesos, contestó don Fidel.

-Está muy bien, don Fidel, -Respondió el bardo.

 Así pues, que el artículo apareció en la fecha exacta de la efeméride, y fue comentado y gustado por lectores, críticos y poetas de la capital. La sensación.

Tiempo después, el periódico El tiempo estuvo de cumpleaños y, queriendo emular a su vecino, invitó a Barba Jacob para escribir una nota laudatoria.

-¿Cuál es el presupuesto, doctor Santos?, para ese artículo.

-Tres pesos, -contestó el aludido.

-Está muy bien, -respondió el santarrosano-, pero me parece poco.

-Usted es un gran amigo de este diario, amigo Barba Jacob, -atinó a decir el doctor Santos-, y esperamos que su artículo supere al que escribió para El Espectador.   

El día de la celebración, obviamente, apareció el artículo a manera de editorial. Se hizo la celebración, el brindis como se acostumbraba en la Bogotá decimonónica de la época, pero nada pasó con el citado artículo. Nada se dijo, nada se comentó a favor del texto. Más bien se dejaron oír, con algo de ruido, algunos comentarios cargados de sorna y humor negro, como se acostumbraba en las veladas con cuchuco y chocolate santafereño.

Cuando el poeta se presentó a cobrar los tres pesos, el director preguntó en tono casi suplicante:

-Poeta, qué pasó. Su artículo de El Espectador fue sensación, bien comentado; y el de nosotros, ¡nada!

-Director –contestó el poeta-: es que no es lo mismo un artículo de cinco pesos que otro de tres pesos. 

Volviendo a la poesía, específicamente, digamos que la poesía no necesita defensa. Qué triste de aquel que no la viva, de aquel que no la resista, de aquel cuya manquedad lo inhabilite para recibir esa caricia divina.

“Lo que el escritor persigue es una verdad poética”, decía Gabriel García Márquez. Es lástima que de esta verdad, perseguida y lograda con sangre, y con lágrimas, las más de las veces, ¡algunos digan asumir su defensa!