El vergonzoso eclipse de la educación en Colombia

0
188

Por Iván de J. Guzmán López

La Fundación Razón Pública, Periodismo Independiente, en cabeza de Hernando Gómez Buendía, “es una entidad sin ánimo de lucro ni carácter partidista, constituida en 2008 para servir como un punto de convergencia y un instrumento para la expresión de los intelectuales colombianos comprometidos con el proyecto de una sociedad pacífica, democrática, legal, justa y productiva”. La educación, es uno de sus temas nodales, y en sus publicaciones, siempre del cuño de autores de alta reputación en la materia, se extraen cuestionamientos que nos duele a fondo a quienes de una u otra manera amamos el asunto educativo. Me parece que el Ministerio de Educación Nacional, los maestros, Fecode, los políticos, las universidades y los empresarios, tendrían que ser sus usuarios asiduos, analistas de lo urgente, lectores juiciosos y analíticos.

Razón Pública (podría citar otras fuentes), habla en sus artículos de una situación educativa calamitosa, comparativamente con América Latina (¡para qué referenciarse con el mundo!) y que exige, de manera inmediata, correctivos urgentes. Algunas de sus conclusiones, son lamentables y definidoras de la pobreza económica, espiritual, social, e institucional; de los malos gobiernos, de la corrupción desenfrenada, de los índices de violencia, drogadicción y delincuencia generalizada, en especial, en el gobierno Petro.

Hay avances en cobertura y permanencia –se concluye en artículos como “La deficiencia educativa retrasa a Colombia”, del experto Ángel Pérez–; pero en la vida cotidiana sufrimos por la falta de sentido crítico y los problemas causados por la deficiencia de formación en ciudadanía (convivencia, participación, democracia, derechos)”. Las evidencias son tangibles en la corrupción y el narcotráfico, los altos niveles de embarazo y violencia juvenil, la baja productividad económica, las exclusiones de todo tipo y las transgresiones permanentes a la ley, por la delincuencia común y la de cuello blanco. Diversos estudios señalan que la mala calidad de la educación tiene efectos en el desarrollo económico del país, en la productividad de la economía, en la redistribución del ingreso, en los resultados de pobreza y en la creciente violencia.

Y agrega:

“La Federación Colombiana de Trabajadores de la Educación (Fecode) ha cumplido con el objetivo central de un sindicato: lograr mejores salarios para los docentes, estabilidad y políticas de bienestar social. Pero han pasado a ser secundarias la calidad de la educación y la preocupación de cómo responder a las necesidades educativas de los estudiantes más pobres.

Después del movimiento pedagógico de los años ochenta y noventa, en la junta directiva de Fecode se impuso la línea ideológica de quienes creían que la esencia del sindicato era participar en la lucha partidista y defender la posición política de los movimientos de izquierda, sin dejar a un lado la estabilidad laboral y las garantías salariales. Además, Fecode ha sido parco en utilizar el concepto de calidad de la educación. Según Fecode, El tema de la calidad ha sido utilizado como justificación para impulsar políticas privatizadoras de la educación, debilitar la educación pública y acondicionar los sistemas educativos a la lógica del mercado y en pos de la productividad del capitalismo”.

Triste balance el de un sindicato tan poderoso y que tiene entre su masa a maestros (¡que los hay, los hay! Y muchos) estudiosos, responsables, humanistas y con buen dominio pedagógico. Tal vez en su dirigencia está el fermento de las conductas que malean a la educación.

Sería tema de ensayo hablar de cifras, de indicadores, de pruebas Saber, Pisa… Las pruebas PISA 2022, por ejemplo, confirman que el sistema educativo de Colombia es de mala calidad; que estamos lejos del promedio de la OCDE. Es de gran vergüenza el saber que otros países latinoamericanos, con menos atributos, nos superan ampliamente en materias como matemáticas, lectura y ciencias.

Aparte de los temas sesudos en materia de formación de maestros, de salarios, de competencia en lectura y escritura; habilidades matemáticas, resolución de problemas, de infraestructura escolar,  de administración educativa, de legislación educativa, me preocupa hondamente el tema de la formación humanística; la supremacía de acumular datos vacuos, la preferencia del “tener” sobre el “ser” que, en definitiva, define a una sociedad fundada en los valores, en las humanidades, en el pensamiento, en el respeto a la persona, al ciudadano, a la institucionalidad y a la vida.

Al respecto, no puedo dejar de citar una lección de vida de más de 200 años, pero que hoy debería de estudiarse, amarse y practicarse en los ambientes educativos, empezando por el congreso, la presidencia y las dependencias públicas:

Dicen los cronistas que en 1820, el presidente Abraham Lincoln, escribió una carta al profesor de su hijo, de este tenor: 

“Querido profesor:

Mi hijo tiene que aprender que no todos los hombres son justos ni todos son veraces. Enséñele que por cada villano hay un héroe, que por cada egoísta hay un generoso. También enséñele que por cada enemigo hay un amigo y que más vale moneda ganada que moneda encontrada. Quiero que aprenda a perder y también a gozar correctamente de las victorias. Aléjelo de la envidia y que conozca la alegría profunda del contentamiento. Haga que aprecie la lectura de buenos libros sin que deje de entretenerse con los pájaros, las flores del campo y las maravillosas vistas de lagos y montañas.

Que aprenda a jugar sin violencia con sus amigos. Explíquele que vale más una derrota honrosa que una victoria vergonzosa. Que crea en sí mismo, en sus capacidades, aunque quede solito y tenga que lidiar contra todos. Enséñele a ser gentil con los buenos y duro con los perversos. Instrúyalo a que no haga las cosas porque simplemente otros lo hacen; que sea amante de los valores. Que aprenda a oír a todos pero que a la hora de la verdad decida por sí mismo.

Enséñele a sonreír y a tener el humor cuando esté triste. Y enséñele que a veces los hombres también lloran. Enséñele a ignorar los gritos de las multitudes que sólo reclaman derechos sin pagar el costo de sus obligaciones.

Trátelo bien, pero no lo mime ni lo adule. Déjelo que se haga fuerte solito. Incúlquele valor y coraje pero también paciencia, constancia y sobriedad. Transmítale una fe firme y sólida en el Creador. Teniendo fe en Dios también la tendrá en los hombres.

Entiendo que le estoy pidiendo mucho pero haga todo aquello que pueda”.

“Educad al niño y no tendréis que castigar al hombre”. Animosa y esperanzadora resulta esta frase de Pitágoras, un filósofo y matemático que vivió en los siglos VI y V a. de C.

Según los expertos en educación, se concluye que en Colombia preferimos castigar a los hombres que educar a los niños. ¡No hay cárcel para tanta gente!, argumentaba alguna vez un merluzo ministro de Justicia.

Y lo más aterrador: ahora, en Colombia, la cárcel trocó en premio: hoy, el “gobierno del pueblo” estimula al delincuente; algunos “jóvenes” que aportaron su furia anarquista a la “primera línea”, reciben subsidios y  hasta Ministerios (como el de Educación, por ejemplo), mientras otros millones de ellos, honestos en su gran mayoría, deambulan sin oportunidad de estudio o de empleo, sin mucha esperanza, pero apegados a la legalidad; a otros, felices “elegidos”, se les entrega hasta un millón de pesos “para que no maten”; otros, muy amados por el régimen, probados delincuentes ellos, se les posesiona (mediando juramento, pompa y acto oficial) como presidentes de gremios, jefes de dependencia oficiales, senador, embajador o gestor de paz.