Por Iván de J. Guzmán López – Periodista – Escritor

Releyendo al poeta Federico García Lorca (1898-1936), a la par que recordando los desastrosos índices de lectura en Colombia, me encontré nuevamente con un texto clásico, un discurso inteligente, un opúsculo de apenas 30 páginas, cuyo título es Dime qué lees y te diré quién eres. El texto, de una brillantez esperada a la altura del poeta y de una sobriedad exquisita, se me antoja debe ser documento de trabajo en escuelas, colegios y universidades. ¡Cómo no!, pues es sabido por simple estadística que no tenemos gusto por la lectura y, obviamente, ¡no sabemos leer! Adicional, somos un país fácil y delicioso para los ignorantes.

Fuente Vaqueros, la vega más hermosa de Granada (a decir del mismo García Lorca), en España, vio nacer al poeta el 5 de junio de 1898. Pero no pretendo ahora recordar mucha de su bella obra, que no es poca cosa en calidad y extensión: por algo es el poeta de mayor influencia y popularidad de la literatura española del siglo XX; y como dramaturgo, se le considera una de las cimas del teatro español del mismo siglo, al lado de Valle-Inclán y Buero Vallejo. Quiero demostrar, sí, el valor de la lectura y la escritura, como proceso de crecimiento personal y social.

Para una tierra como Colombia (cuyo índice de lectura /promedio / año/ persona /, no sobrepasa los 1.5 libros), este es un texto revelador que debería ser materia de estudio, y degustado en los hogares, las escuelas, colegios y universidades. En el primer párrafo del citado escrito, dice así el autor de La casa de Bernarda Alba: “Antes de nada yo debo deciros que no hablo sino que leo, y no hablo, porque lo mismo le pasaba a Galdós y, en general, a todos los poetas y escritores nos pasa, estamos acostumbrados a decir las cosas pronto y de una manera exacta, y parece que la oratoria es un género en el cual las ideas se diluyen tanto que sólo queda una música agradable, pero lo demás se lo lleva el viento”.

Y continúa, nuestro bardo: “Siempre todas mis conferencias son leídas, lo cual indica mucho más trabajo que hablar, pero al fin y al cabo la expresión es mucho más duradera porque queda escrita y mucho más firme puesto que puede servir la enseñanza a las gentes que no oyen o no están presentes aquí”.

Nótese que el texto arranca muy a gusto con lo expresado por García Márquez, muchos años después, cuando dice el Nobel: “lo que quiero contar, lo hago por escrito, solito en mi cuarto, y con mucho trabajo. Es un trabajo angustioso pero sensacional. Vencer el problema de la escritura es tan emocionante y alegra tanto que vale la pena todo el trabajo; es como un parto”.

En la página 8, hablando de la necesidad del libro y la lectura, dice García Lorca: “Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento, de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada. No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan, sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales, que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social”.    

Y luego de un rápido y cuidadoso recorrido por la vida del libro y las civilizaciones (como lo haría después Alberto Manguel, en un libro erudito y delicioso, de nombre Una historia de la lectura), dice: “Y ¡lectores!, ¡muchos lectores! Yo sé que todos no tienen igual inteligencias, como no tienen la misma cara; que hay inteligencias magníficas y que hay inteligencias pobrísimas, como hay caras feas y caras bellas, pero cada uno sacará del libro lo que pueda, que siempre le será  provechoso y, para algunos, absolutamente salvador”.

Su discurso (que de no haber sido escrito, se lo hubiese llevado el viento de la hermosa vega de Granada; y yo no lo estaría hoy recomendando), culmina así: “Que esta biblioteca sirva de paz, inquietud espiritual y alegría en este precioso pueblo donde tengo la honra de haber nacido, y no  olvidéis este precioso refrán que escribió un crítico francés del siglo XIX: Dime qué lees y te diré quién eres. He dicho. Septiembre de 1931”.

La realidad de Colombia está diciendo a gritos que necesitamos muchos libros y muchos lectores (por escrito lo dicen cada año los resultados de las pruebas saber, las encuestas, los horrores que leemos en alguna prensa y las redes sociales, donde se detectan cantidades de baldados en materia de lectura y escritura). Dime qué lees y te diré quién eres: si Colombia fuera un país de lectores, otra suerte tendría y otro futuro se aseguraría para nuestros hijos.

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