Por Iván de J. Guzmán López

El traje nuevo del emperador, también conocido como El rey desnudo, es un cuento de la cosecha hermosa del escritor danés Hans Christian Andersen, publicado en 1837. Desde mi infancia, a la voz dulce de mi madre, llevo a  Andersen en el corazón, por la belleza de sus cuentos, por la realidad que encarnan esas joyas de purismo, sensibilidad y maestría narrativa y porque, la vida misma de Andersen (como él mismo lo dijera alguna vez) es un cuento maravilloso.

Pues bien, cuando vaya al puerto de Copenhague, frente a su majestuosa Sirenita, ofreceré disculpas al autor que me hizo ver, desde niño, un mundo de sensibilidad, de ternura, de maravilla, y ahora de realidad. Y le entregaré mis disculpas, porque hoy trastoco el título de su cuento, para hablar de un personaje que si bien no es emperador, sí es alcalde de Medellín, en virtud de nuestra bendita democracia.

El cuento, dice así:     

“Había una vez un emperador al que le encantaban los trajes. Destinaba toda su fortuna a comprar y comprar trajes de todo tipo de telas y colores. Tanto que a veces llegaba a desatender a su reino, pero no lo podía evitar, le encantaba verse vestido con un traje nuevo y vistoso a todas horas. Un día llegaron al reino unos impostores que se hacían pasar por tejedores y se presentaron delante del emperador diciendo que eran capaces de tejer la tela más extraordinaria del mundo.

– ¿La tela más extraordinaria del mundo? ¿Y qué tiene esa tela de especial?

– Así es majestad. Es especial porque se vuelve invisible a ojos de los necios y de quienes no merecen su cargo.

– Interesante… ¡entonces hacedme un traje con esa tela, rápido! Os pagaré lo que me pidáis.

Así que los tejedores se pusieron manos a la obra.

Pasado un tiempo el emperador tenía curiosidad por saber cómo iba su traje pero tenía miedo de ir y no ser capaz de verlo, por lo que prefirió mandar a uno de sus ministros. Cuando el hombre llegó al telar se dio cuenta de que no había nada y que los tejedores eran, en realidad,  unos farsantes, pero le dio tanto miedo decirlo y que todo el reino pensara que era estúpido o que no merecía su cargo, que permaneció callado y fingió ver la tela.

– ¡Qué tela más maravillosa! ¡Qué colores! ¡Y qué bordados! Iré corriendo a contarle al emperador que su traje marcha estupendamente.

Los tejedores siguieron trabajando en el telar vacío y pidieron al emperador más oro para continuar. El emperador se lo dio sin reparos y al cabo de unos días mandó a otro de sus hombres a comprobar cómo iba el trabajo.

Cuando llegó le ocurrió como al primero, que no vio nada, pero pensó que si lo decía todo el mundo se reiría de él y el emperador lo destituiría de su cargo por no merecerlo así que elogió la tela.

– ¡Deslumbrante! ¡Un trabajo único!

Tras recibir las noticias de su segundo enviado el emperador no pudo esperar más y decidió ir con su séquito a comprobar el trabajo de los tejedores. Pero al llegar se dio cuenta de que no veía nada por ningún lado y antes de que alguien se diera cuenta de que no lo veía se apresuró a decir:

– ¡Magnífico! ¡Soberbio! ¡Digno de un emperador como yo!

Su séquito comenzó a aplaudir y comentar lo extraordinario de la tela. Tanto, que aconsejaron al emperador que estrenara un traje con aquella tela en el próximo desfile. El emperador estuvo de acuerdo y pasados unos días tuvo ante sí a los tejedores con el supuesto traje en sus manos.

Comenzaron a vestirlo y como si se tratara de un traje de verdad iban poniéndole cada una de las partes que lo componían.

– Aquí tiene las calzas, tenga cuidado con la casaca, permítame que le ayude con el manto…

El emperador se miraba ante el espejo y fingía contemplar cada una de las partes de su traje, pero en realidad, seguía sin ver nada.

Cuando estuvo vestido salió a la calle y comenzó el desfile y todo el mundo lo contemplaba aclamando la grandiosidad de su traje.

– ¡Qué traje tan magnífico!

– ¡Qué bordados tan exquisitos!

Hasta que en medio de los elogios se oyó a un niño que dijo:

– ¡Pero si está desnudo!

Y todo el pueblo comenzó a gritar lo mismo pero aunque el emperador estaba seguro de que tenían razón, continuó su desfile orgulloso”.

Recordé el cuento, porque H. C. Andersen debe estar en el corazón de los hombres y en el nochero de los buenos lectores; pero también lo traigo por simple asociación con la realidad, al leer esta semana pasada al doctor Juan Gómez Martínez, quien ya ha vestido el traje nuevo de alcalde y ningún niño (mucho menos el pueblo) pudo decir que iba desnudo.

Dice el exalcalde y exgobernador, Juan Gómez Martínez, en su columna del 3 de noviembre de 2022:

“Que no me vengan a decir que yo tengo algo contra el alcalde, que no le reconozco nada de su mandato o de su personalidad. Debo confesar que le admiro su persistencia en algunos temas. Tanto, como si tuviera algún interés personal.

Desde cuando llegó de la capital a su campaña para alcanzar la alcaldía de Medellín, ha sido persistente en algunos temas como es el deseo de acabar con las Empresas Públicas de Medellín. También el de hacer colapsar la gran obra de Hidroituango, aunque es una central de grandes beneficios para todo el país, pero es de EPM y, a él, no le gustan. Llegó a la antes llamada “tacita de plata”, cosa que le molestaba mucho y, para acabar con ese apelativo, dejó llenar de basuras las calles y las zonas verdes, y de huecos el pavimento de las vías, que no existían; abandonó la solución de taparlos de inmediato cuando aparecían y ahora están por todas las calles con consecuencias dañinas para los vehículos, para sus ocupantes y, por supuesto, para la ciudad.

Ha sido persistente en darles grandes contratos a las firmas de ingeniería, de tecnología y otros temas a los chinos. Tanto como si tuviera un gran interés personal. Lejos de pensar en eso, pero sí me asalta la inquietud. Ahora ha conseguido que la continuidad de las obras civiles, en la mencionada central hidroeléctrica, pase a manos de unas firmas, entre las cuales hay una de aquel país oriental.

Esa persistencia en algunos temas ha llegado hasta buscarles defectos y problemas al grupo de empresarios antioqueños que le han dado tanto renombre a nuestro departamento y su capital. El Gea, que significa Grupo Empresarial Antioqueño, le molesta. Quisiera acabar con todas las empresas que han trabajado por nuestra ciudad y por el departamento de Antioquia. Todo lo que signifique desarrollo y buen nombre para Antioquia y su capital le molesta, y esa molestia lo ha llevado a hablar mal de sus dirigentes.

Ni para qué hablar de EL COLOMBIANO. Desde su llegada a la alcaldía prohibió anunciar en este periódico, aunque, con esa actitud, viola la obligación de publicar los avisos de convocatoria a interesados en las obras para la ciudad, o avisos de servicios públicos en el diario de mayor circulación. Su odio y persistencia en acabar con las empresas antioqueñas, lo hacen incumplir sus obligaciones.

En manos de él estamos y nos lo tenemos que aguantar hasta la terminación de su período, porque las vías legales no han servido para sancionar a quien no cumple con sus deberes y compromisos con el territorio bajo su mandato. Con todo eso, con su comportamiento, con sus actitudes, con su ego, que no había mencionado, seguirá hasta terminar el año que viene. Su actitud, su odio por Medellín, por sus obras, por sus servicios y su gente, lo acompañarán hasta el fin de su mandato y nosotros lo recordaremos como el peor funcionario que ha pasado por la alcaldía de la ciudad”.

Se colige fácilmente, que mi paisano Juan Gómez Martínez (que ya no es un niño), está viendo desnudo al alcalde Daniel Quintero Calle. 

¡Y todo el pueblo!, ingenieros, arquitectos, políticos, concejales, sacerdotes, periodistas, nadies, nadias…; todos sus secretarios, y el séquito que lo venera, incluyendo liberales, conservadores, verdes y enchufados, se dan cuenta de que no hay nada y que los tejedores son en realidad unos farsantes pero les da tanto miedo decirlo y que todo el reino piense que son estúpidos o que no merecían sus cargos, que permanecen callados y fingen no ver la tela.

– ¡Pero si está desnudo!

“Y todo el pueblo comenzó a gritar lo mismo, pero aunque el emperador estaba seguro de que tenían razón, continuo su desfile orgulloso”.

Y  lo más triste: ¡Parece que la historia se repite, a nivel nacional!