El servicio, nos permite ser personas con consciencia de paz y cumplir con la voluntad de Dios

Por: Dra. Claudia Jaquelina González Trujillo | Fuente: Catholic.net

Al escuchar las palabras de SS Francisco I “El verdadero poder es el servicio” recordamos el Evangelio de San Mateo 25, 34-40:

“Vengan, benditos de mi Padre, tomen posesión del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era un extraño, y me hospedaron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y fueron a verme.

Entonces le responderán los justos: Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento y te alimentamos; sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo fuiste un extraño y te hospedamos, o estuviste desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les responderá: Les aseguro que cuando lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron.”

Ante uno de los textos bíblicos esenciales del cristianismo, surgen algunas ideas de reflexión:
En primer lugar, la fraternidad, la unión entre los seres humanos como hermanos, por el amor que tenemos a los demás, no sólo a los amigos, sino también a los enemigos. Asimismo, surge la preocupación por crear condiciones fraternales en el mundo.

En segundo lugar, el entendimiento del amor, no como idea abstracta, sino como obras concretas. Jesús nos habla claramente de obras concretas: dar de comer, vestir, visitar a los enfermos, entre otras.

Y en tercer lugar, el Amor a Dios a través de nuestras acciones con los demás, Viendo a Jesús en el otro. Si amo a Dios, no puedo dejar de amar a mi hermano.

Jesús se identifica con las personas en desventaja, los más necesitados, los que no tienen las mismas oportunidades que nosotros.
El acoger a los miembros más abandonados de la comunidad, a los despreciados, los que no tienen a dónde ir, los que no son bien recibidos, es reconocer a Jesús en el otro.

El servicio, nos permite ser personas con consciencia de paz y cumplir con la voluntad de Dios.

Retomando en Evangelio de San Mateo 10:42: “Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa.” De esta manera, en el Servicio cumplimos con lo que Dios quiere y le demostramos nuestro amor al ver a su hijo en el otro”.

En esta celebración de Pascuas de Resurrección, celebrando a Jesús vivo, proclamemos un humanismo cristiano activo, reconociendo que nuestra labor en la familia, en la escuela, en la comunidad, se cumple solamente en la formación de hombres y mujeres con actitud de auténtico servicio. De tal manera el servicio es el poder, como lo indica Francisco I. Es el poder para transformar a través de la responsabilidad conjunta, de servir a la persona y a la sociedad para la animación cristiana del orden temporal.

El cristianismo no consiste sólo en rezos y posturas piadosas. Esto, indudablemente, tiene su valor y es un medio válido para vivir la fe, pero no es lo único, ni lo más esencial. Celebremos actuando, en el servicio como Jesús nos enseñó. Veamos a Jesús en el otro.

El verdadero amor a Dios se vive realmente en el prójimo. Jesús nos lo dice claramente “lo que hiciste a mis hermanos más pequeños, a mí me lo hiciste” y además con ejemplos prácticos. Esta caridad brota naturalmente del amor a Dios.

El espíritu cristiano de servicio a los demás es la promoción de la justicia social. Es necesario promover el bien, reconociendo a la persona a partir del principio de filiación divina, como Ser creado por amor y a quien Dios ama por sí mismo, así como una cultura de encuentro y fraternidad universal basada en los valores fundamentales del cristianismo, apoyando a los débiles, los necesitados, los que se encuentran en desventaja.

La práctica de estos valores permite alcanzar la superación personal y lograr una convivencia social más humana a través de la solidaridad, subsidiariedad y reciprocidad.

El servicio también se refiere a conocer y discernir éticamente las estructuras inhumanas que generan y mantienen la pobreza y la degradación humana.

La participación es un deber para la edificación de una sociedad digna, incluyendo la ecología humana y la ecología natural, cuyo desarrollo favorezca la verdad, la libertad, la justicia y la caridad.

Dra. Claudia Jaquelina González Trujillo
Universidad de Monterrey
 

Tomado de Catholic.net