Por Iván de J. Guzmán López

No creo que exista en este planeta –y sospecho que en ninguno otro– un ser más útil, amoroso y venerado, como la MADRE.

Útil, porque en su cuerpo es donde anida la vida; y es su pecho el que nos alimenta cuando más desvalidos nos hallamos, y sus brazos siempre están abiertos para darnos cobijo en la soledad del mundo, y la ternura de su corazón hará puentes visibles e invisibles para  ayudarnos a emprender los caminos de la vida. Su comprensión alcanza los momentos tristes o los ratos más felices. Y a menudo llora por nuestras desgracias o por nuestros logros. Lágrimas de sus ojos brotan con nuestra tristeza, o se derraman con la alegría que vivimos. Si llora por nuestros dolores, es porque quisiera tomar ese dolor para ella; si llora de alegría, es porque a su generosidad de madre la embriaga la felicidad sabiéndonos felices.

No hay otro ser más amoroso que la madre. Ella, toda, emana un amor incomparable, sencillo, puro, capaz de llegar al sacrificio por el hijo, por la hija, que es el motivo de su corazón; por el hijo que da luz a su vida, y a veces, es tristeza; por la hija que es su todo, su tesoro, y, a veces,  su dolor. Amorosa desde que se levanta y aun hasta cuando dormita, vencida de cansancio, de desvelos, y, a ratos, de soledad.

Madre útil, madre amorosa, es la madre que nos presenta Gabriela Mistral, seudónimo de Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, la poetisa, diplomática y pedagoga chilena, en su poema La madre triste:

Duerme, duerme, dueño mío,

sin zozobra, sin temor,

aunque no se duerma mi alma,

aunque no descanse yo.

Duerme, duerme y en la noche

seas tú menos rumor

que la hoja de la hierba,

que la seda del vellón.

Duerma en ti la carne mía,

mi zozobra, mi temblor.

En ti ciérrense mis ojos:

¡Duerma en ti mi corazón!

Ser útil, amorosa y venerada es la madre. Venerada con una alegría presente y pura, si está viva;  si ya muerta, venerada minuto a minuto,  con una constancia que más dolorosa imaginar no se puede. Dolor de madre,  dolor de ausencia, veneración vuelta añoranza por siempre, como en el poema Quién volviese a tener…, de la poeta y prosista Argentina, Marilina Rébora:

¡Quién volviese a tener, para que nos cubriera,
una madre de noche, los párpados febriles,
quién un rozar de labios en la frente sintiera
despejando el fantasma de temores pueriles!

¡Quién tuviese, otra vez, sobre la cabecera
un rostro de ternura en pálidos marfiles
y quién bajo una mano que al fin nos bendijera
sintiese disipar las penas infantiles!

Habría que tornar a la distante infancia
a los antiguos días de los alegres años,
esos tiempos de ayer en los que la fragancia
era toda de miel, bálsamo y ambrosía,
en los cuales la cura de los mayores daños
se lograba con solo tu beso, madre mía.

La MADRE es el ser más útil, amoroso y venerado. Mi MADRE, aunque ya fallecida (falleció el trece de mayo de 2020), siempre será para mí, el ser más útil, amoroso y venerado.