Por : Misael Cadavid MD

Recuerdo alguna vez cuando empecé en las lides políticas me llamo la atención que muchas personas que conocí como “ciudadanos de a pie” y por destinos de la vida o mejor por aquello de la rosca política en unos casos o la rosca de la dinámica electoral en otros, hacían una metamorfosis en su personalidad no con el ánimo de impregnarse de humildad, mansedumbre, sencillez y vocación de servicio, sino que se tornaban prepotentes, soberbios, omnipotentes e inservibles. Y no dude en preguntarle al exalcalde de Medellín, gran consejero y amigo Dr. Omar Flórez Vélez persona que sin lugar a dudas reúne el primer grupo de valores, ¿por qué la gente cambia con el poder? Su respuesta fue muy corta en prosa pero profunda cuan tratado de psicoanálisis: “¡hombre! no es que cambien, es que demuestran lo que realmente siempre han sido “me exclamo sin reparo alguno.

Y es que para llegar al poder ( entienda el lector como cualquier mecanismo de ascenso individual ya sea político, laboral, académico e incluso económico ) hay que enfocarse en el, utilizarlo como un mecanismo puesto al servicio de los demás, que ayude realmente a contribuir a mejorar las condiciones de vida de la sociedad desde un enfoque altruista y filantrópico, servir con amor y ver feliz al otro produce un gran placer y felicidad , que no se compra en Carulla ,en el Éxito o en Falabella. Es la sensación más extraña que se puede experimentar, muy parecida al enamoramiento por primera vez, aquello de las maripositas pero no en el estómago sino en el corazón.

Quien no tenga introyectado la vocación de servicio y la sensibilidad social podría dedicarse a tener una vida más relajada pero menos feliz , como asociarse a un gran club, cuidar de su salud en un spa, seguir a influencers o simplemente permitirse otros intereses que le hagan la vida más light.

Estar en el poder es hacer el trabajo con total desapego de sus frutos, no buscar fama, gloria, dinero y reconocimientos efímeros y además bizantinos.

Nuestra sociedad, está, sin embargo, frente a un panorama delirante, en dónde pareciera que ser idiota, estúpido e imbécil es el requisito fundamental y mejor argumento para llegar al poder.

Y es que ahora precisamente los paradigmas de un verdadero líder que serían la antítesis a lo anterior es la inteligencia, la humildad, la sensatez, la lógica, la ética y sobretodo la cercanía con el pueblo y la interpretación de sus necesidades, por aquello de que la política es el arte de hacer posible lo deseable, en donde las palabras utopía y quimera no deben estar en el diccionario de un verdadero líder.

Nuestra cultura y sistema democrático heredera de las monarquías y los imperios, prefiere presidentes, gobernadores y alcaldes que fungen como reyes temporales (algunos como reyezuelos). Casi siempre buscamos inconscientemente pseudo líderes sobre protectores, machos alfa, sabelotodo, soberbios embriagados en su prepotencia que exclaman sin pudor alguno: “me hice elegir”, en lugar de recordar con sentimiento de gratitud que lo escogieron por mayoría y no por aclamación, para una tarea temporal por no decir efímera.

Esos poderositos sí que son implacables: llegan pisando duro, gritan, ordenan, mal-tratan, ofenden, acosan psicológica y sexualmente, quiebran y arrancan, todo lo consideran suyo, se sienten en este mundo como si estuvieran en la casa de la moza millonaria y por demás fea, que ni siquiera agradecen el aire que respiran, pues lo prefieren con elixir a chanel, les gusta los escoltas o mejor sus mensajeros familiares y que ellos paren el tráfico para pasar y sentirse victoriosos.

Por otro lado hay unos que no llegan pisando duro porque temen romper el frágil tejido humano y social.

Creo firmemente que los líderes que dudan ante las tentaciones del poder y temen a sus laberintos sean los verdaderamente llamados a orientar los destinos de la sociedad.

Es momento que elijamos poderosos vulnerables, que duden de sus ideas, que cohesionen, que acompañen con compasión y amor, que su lógica máxima sea interpretar las necesidades colectivas, que ejerzan una vida con un amplio espectro mental, que curen esa enfermiza obsesión del poder mal concebido, que no sean carangas resucitadas, que ejerzan un liderazgo colectivo y no mesiánico. Tendremos que ser capaces de elegir a personas prestas a cambiar de opinión, disciplinadas y que tengan aberración y fobia a los asuntos y ventajas materiales que da el poder.

Mientras tanto traigo a colación una anécdota con un amigo exalcalde cuando le pregunte qué era lo que más extrañaba cuando salió de la Alcaldia y sin sonrojarse me dijo que ver pasar la camioneta y el escolta mientras se tomaba un tinto solito en la plaza del pueblo…. ¡pobre pueblo!!!

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