Por Iván de J. Guzmán López

Dicen que nada aprieta más que cuña del mismo palo, y así lo demuestra el exmilitante del M-19 Carlos Alonso Lucio, a la hora de hablar de Gustavo Petro. Lo hace con la vehemencia que le caracteriza, a la hora de hablar de regímenes totalitarios, luego de la experiencia amarga (supongo yo) de su paso por el M-19, el mismo grupo terrorista que tiene a cuestas e historia la toma a sangre y fuego del Palacio de Justicia, asalto denominado (eufemísticamente, como gusta hacerlo a la delincuencia para disfrazar la realidad), “Operación Antonio Nariño por los Derechos del Hombre”.

El golpe fue perpetrado en Bogotá, el miércoles 6 de noviembre de 1985, afectando a todo el edificio del Palacio de Justicia, ubicado en el costado norte de la Plaza de Bolívar, frente a la sede del Congreso y a una cuadra del Palacio de Nariño, sede de la residencia presidencial. Así, la acción demencial del M-19, mantuvo a cerca de 350 rehenes entre magistrados, consejeros de Estado, servidores judiciales, empleados y visitantes del Palacio de Justicia, hasta la retoma, 28 horas después, de un edificio convertido en llamas y unos magistrados suplicantes, ante los ojos incrédulos  del mundo. La incursión violenta del movimiento guerrillero, del cual Petro ya era militante, se extendió hasta el jueves 7, dejando al país el “patriótico” saldo de 101 muertos (entre ellos 11 magistrados) y 11 personas desaparecidas.

Hoy, 39 años después, el presidente de Colombia, por obra y gracia de la democracia, es Gustavo Petro Urrego, el mismo que ondea a placer la bandera del M-19 en plaza pública; el mismo que pidió le llevaran la espada de Bolívar al momento de su posesión. Como no es bueno olvidar o desconocer la historia, digamos que el robo de la espada de Bolívar fue el primer acto público de la guerrilla Movimiento 19 de Abril (M-19), que la sustrajo el 17 de enero de 1974 de la Quinta de Bolívar, una casa museo en el centro de Bogotá donde estaba en exhibición, lugar en el que dejaron la proclama: “Bolívar, tu espada vuelve a la lucha”.

Y la simbología y el romanticismo trasnochado sigue en el corazón de quien hoy debiera pensar en Colombia toda y no en reivindicar un pasado tan oscuro, sangriento y terrorífico: ahora quiere (ante la pasividad de millones de colombianos) que el sombrero que acompañó las andanzas de uno de sus máximos jefes, el guerrillero Carlos Pizarro, sea símbolo nacional: por la fuerza del poder, el 18 de junio de 2024, el Ministerio de Cultura y el mismo presidente Gustavo Petro, reconocieron al sombrero de Carlos Pizarro como Patrimonio Cultural de la Nación; el país político, social, académico  y empresarial, no. Al contrario; lo repudió.

Hace poco, en una entrevista concedida a la Revista Semana, Carlos Alonso Lucio, excompañero de Petro, como ya se dijo, lanzó duras advertencia sobre la sociología, la sicología, el actuar y las oscuras intenciones del hoy Presidente de la República. Sus palabras, como siempre, vehementes, tienen mucho de verdad y de cruda advertencia:

Aquí hay una cosa muy grave que hay que entenderla, y que el país no ha comprendido a cabalidad. Gustavo Petro, en sus discursos, él no le habla a la nación como debiera hablarle un Presidente de la República. Gustavo Petro les habla sobre todo a sus bases ideológicas y militantes; ¿para qué?, para provocar unos ánimos y resentimientos y polarizaciones y profundización de sus radicalismos, porque el proyecto de Gustavo Petro no es un proyecto de la democracia que vivimos en la constitución del 91, sino, por el contrario, de destrucción de esa democracia, y por eso Gustavo Petro no está gobernando; Gustavo Petro está provocando crisis y esto responde a una estrategia muy concreta  -que además no es ni mucho menos nueva-. Si ustedes revisan el ABC de la estrategia marxista leninista, siempre todo pasa por generar lo que se llaman las crisis; por eso en la provocación de crisis, Gustavo Petro encuentra los argumentos para después pasar y pisotear la Constitución. Por eso inclusive he hecho el mayor esfuerzo e insisto en esto ¡ojo!, nos ha provocado con el cuento de La paz total, la crisis de seguridad y orden público más grave en la historia del país; nos ha provocado ya y lo ha propiciado desde el gobierno, una crisis fiscal y presupuestal enorme, que está teniendo ya una de las enormes (sic) consecuencias de crisis económica. Está propiciando una enorme crisis social fundamentalmente a través de haber colapsado el sistema de salud de todo lo que construimos los colombianos a lo largo de 30 años. Y ojo con esto, por favor Vicky, por favor Jairo, por favor colombianos (sic), tenemos que impedir que logre colapsar el sistema electoral de las elecciones del 2026, porque si logra esto, logra finalmente el colapso del sistema democrático, y lograría imponer la tiranía de su proyecto antidemocrático; en eso tenemos que tener cuidado, por eso preguntabas, Vicky, “pero bueno… qué quiere el presidente haciendo eso, mire como lo recibió el país de mal” (sic); es que él ya no le está hablando, el problema de él ya no es la reconciliación y la búsqueda de la unidad nacional; él le está hablando a la radicalización de sus bases sociales, de sus primeras líneas, de sus sectores de radicalismo ideológico, eso es lo que a él le interesa porque él está en plan de confrontación caos y crisis y no en función de gobierno democrático”. 

Lo que afirma el señor lucio, es evidente: “Blanco es, gallina lo pone, frito se come”, decimos en Antioquia, para significar que algo es evidente.

“El que tenga ojos para ver, que vea; y el que tenga oídos para escuchar, que oiga”, versa una sabia parábola bíblica de Mateo 13:9, que no se trata de religión, sino que tiene que ver con ojos que ven y no miran y oídos que oyen y no escuchan, advierte el amigo columnista guatemalteco Jorge Alvarado, en un sesudo artículo suyo, publicado en el diario digital Relato.

Amigo Lucio, usted conoce más a Petro, que Colombia misma. Cómo no creerle, si sus palabras son refrendadas día a día, y hasta… noche a noche.