La buena educación de los colombianos marca el camino para modelar el alma y el cuerpo de la justicia y la libertad y de toda la belleza y perfección que son capaces, para orientar el nuevo proyecto de nación hacia la consolidación de una paz total.

Por: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS

Impelidos por un optimismo pedagógico saludable que, evidentemente, no niega las limitaciones de todo proceso formativo, hemos de reconocer de inmediato el valor de la educación en Colombia para lograr la paz total.  Sin ella la personalización quedaría detenida.  El ser humano sin educación queda confinado en los límites de la animalidad.  La persona se descubre en relación interhumana.  Particularmente en la infancia necesita a los demás para su seguridad física y para adquirir informaciones, destrezas, actitudes y valores.  Sin esa ayuda, cuidado, afecto y orientación de los adultos no sería posible una vida verdaderamente humana.  La manera de proporcionar el alimento, la calidez, las sonrisas, etc., constituyen el repertorio educativo familiar básico que se brinda al neonato y que paulatinamente, sobre todo con la entrada a la institución educativa se torna más complejo, sistemático e intencional.

El recorrido educativo más o menos formalizado, se extiende a toda la vida, pero es en los primeros tramos donde adquiere capital importancia.  Por eso esta reflexión que hoy expreso, enlazadas con el concepto de personalidad, apuntan a las etapas educativas iniciales.  Para empezar, procede señalar que la impronta de un ambiente educativo rico se refleja en los rasgos fundamentales del sujeto.  La emergente personalidad, al margen de imprevistos biográficos o de cualquier otra circunstancia incontrolada, se “moldea” en función de la educación proporcionada.  Como cabe suponer, no se trata de esculpir la personalidad infantil, sino de facilitar que el propio alumno o alumna asuma paulatinamente el protagonismo en el proceso de construcción personal e integral.

La personalidad cinco estrellas.

 Cualquier teoría pedagógica tiene finalidad práctica, pues necesariamente se encamina a mejorar la educación.  La acción formativa se ve así condicionada por sus fundamentos científicos, pero también por la época histórica.  Desde mi punto de vista, en el contexto sociocultural que nos toca vivir en este siglo XXI, solo una educación adscrita a un paradigma neohumanista puede fomentar una personalidad saludable, por dos razones principales.  La primera, porque otros modelos, pese a sus contribuciones técnicas, han resultado deficitarios para desplegar la compleja realidad personal.  La segunda, porque el retroceso psicosocial experimentado exige una respuesta educativa integradora que preste especial atención a la ética.

Debe agregarse que, en la actualidad, el mundo educativo no cuenta con una teoría de la personalidad ampliamente aceptada que guie la acción formativa de los educadores en Colombia.  Quizá esto explique que las instituciones educativas, en general, no cultiven como debiera el despliegue integral de la personalidad de los educandos, sino aspectos aislados.  El resultado de una formación artificial e incompleta.  Por supuesto, la pretensión de ofrecer una teoría completa sobre la personalidad, explicativa de su desarrollo excede las posibilidades en este artículo.  No obstante, y con la oportuna cautela, me animo a señalar que el referente de personalidad básica a promover educativamente se define por las siguientes notas: sensibilidad, apertura, cordialidad, respeto, empatía y responsabilidad que describo a continuación de modo sumario:

  • La sensibilidad es la facultad de sentir. La persona sensible es receptiva a cuanto acontece a su alrededor, reacciona ante los acontecimientos y vibra con los sentimientos y necesidades de los demás.
  • La apertura refleja la tendencia a actuar conforme a criterios amplios, así como a aceptar y valorar las diferencias. Esta característica es incompatible con la intransigencia y cerrazón.
  • La cordialidad expresa la orientación afable hacia los otros, tal como se pone de manifiesto en el trato afectuoso y en la cooperación. La cordialidad verdadera constituye uno de los fundamentos de la convivencia y, por tanto, debe cultivarse a diario.
  • El respeto nos lleva a mirar al otro con deferencia y empatía, esto es considerada, comprendida y racionalizada cortésmente. En el respeto y empatía encuentra su asiento la comunicación asertiva personal.  Constituye, por tanto, una ley básica de toda interacción humana cuyo quebranto torna imposible la relación.
  • La responsabilidad equivale a actuar con reflexión y compromiso, así como a aceptar las consecuencias de los hechos realizados. Equivale a responder a las demandas de la vida social y a implicarse en la construcción de la convivencia.

En esta columna sostengo que una educación genuinamente humanista favorece el despliegue saludable de la personalidad, al menos en los cinco aspectos esenciales citados.  Estos rasgos configuran lo que podríamos denominar la personalidad cinco estrellas, en la que se descubre una clara influencia de los “cinco grandes” factores de personalidad procedente de la ciencia sicológica.  Las características mencionadas se ven matizadas por el influjo de otros factores, entre los que cabe señalar el impacto de la genética, el proceso de crecimiento o la circunstancia social.  Lo que ha de quedar fuera de toda duda es que una educación como la propugnada, en un ambiente congruente, permite aprehender la realidad personal del otro y, a la vez, enriquecer la propia en los rasgos señalados.

La metáfora ofrecida, más allá de su evocación empresarial o publicitaria de la educación, permite ilustrar la organización medular de la personalidad.  El compromiso educativo con la personalidad estelar de los colombianos no debe aplazarse.  Así como su cultivo dilata los territorios del corazón y la cabeza, su desatención formativa reduce considerablemente las posibilidades personales y profesionales para construir la paz total de los colombianos.

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                              Medellín, julio 30 de 2022