Por: Misael Cadavid MD

Los nombres y apellidos nos ayudan a identificarnos y diferenciarnos del resto de las personas.

En el caso de los apellidos, muchos lo consideran un legado que nos dejan nuestros padres y por el cual estamos obligados a honrarlos, ya que representa a toda una familia. Sin embargo, hubo una época en la que no existían y tan solo bastaba con tener un nombre.  

En la antigüedad, los seres humanos estaban organizadas en pequeñas aldeas, por lo que se conocían unos con otros y no era necesario ofrecer más que un nombre para referirse a alguien.

En la Edad Media comenzaron a formarse ciudades más grandes y feudos con poblaciones numerosas, por lo que se hizo necesario diferenciar mejor a las personas, momento en el que aparecen los apellidos. En un inicio, los apellidos correspondían al lugar de origen de la persona, su oficio o bien a características físicas distintivas. Un tipo de apellidos son los que hacen alusión a un nombre. Como ejemplo podemos tomar el apellido Rodríguez, que significa hijo de Rodrigo. Otro caso son los que se refieren a una ocupación. Si un hombre se llamaba Carlos y su oficio era la fabricación de zapatos, al tener que adoptar un apellido se usó su ocupación, pasando a ser Carlos Zapatero. Del mismo modo,  otros apellidos responden a una característica física que distinguía a la persona que lo adoptó, tal como Blanco, Delgado o Cabello, entre otros tantos.

En la antigüedad, no existían los apellidos. Por ejemplo en la biblia a los personajes se les conocía por su nombre: Abraham, Moisés, Pedro, Juan, Mateo, Jesús, María y José. No había tal cosa como Juan Pérez, Mateo Delgado o José García.

Iscariote no era el apellido del traidor Judas, ni Tadeo el del santo; ni Pedro el de Simón, ni Cananeo el del otro Simón, eran simplemente apodos.

Con el tiempo, surgieron las dudas: —Llévale este mensaje a Juan. — ¿Cuál Juan? —preguntaba el mensajero. —Pues Juan, el “del valle” —explicaba para distinguirlo del otro Juan, el “del monte”.

En este caso, los apellidos del Valle y del Monte, tan comunes hoy en día, surgieron como resultado del lugar donde vivían estas personas.

Estos se llaman “apellidos topónimos”, porque la toponimia estudia la procedencia de los nombres propios de un lugar. Da Vinci era el lugar de nacimiento de Leonardo, Nazaret de Jesús, Arimatea de Jose.

En esa misma categoría están los apellidos Arroyo, Canales, Costa, Cuevas, Peña, Prado, Rivera que hacen referencia a algún accidente geográfico y Ávila, Burgos, Vasco, Madrid, Toledo que provienen de ciudades en España.

Otros apellidos se originan de alguna peculiaridad. Si la persona vivía cerca de varias torres, o cerca de fuentes, detrás de una iglesia, al cruzar un puente, o en un palacio. Pues ahora entendemos el porqué de los apellidos Torres, Fuentes, Iglesias, Puente y Palacios.

Es posible que haya algún ancestro que tuviese algo que ver con la flora y la fauna. Quizás criaba corderos, cosechaba manzanas o tenía una finca de ganado. De ahí los apellidos Flores, Rosas, Cordero, Manzano, Manzanero, Toro, Becerra, Canario, Cuervo, Cabral,

Cordero, León, Gallo, Vaca y Zorrilla.

Los oficios o profesiones del pasado también han producido muchos de los apellidos de hoy en día. ¿Conoce a algún Labrador, Pastor, Monje, Herrero, Vaquero, Pedrero, Labrador, Barbero, Escudero, Sacristán o Carpintero?

Pues ya sabe a qué se dedicaban nuestros antepasados durante la Edad Media.

Otra manera de crear apellidos era a base de alguna característica física, o un rasgo de su personalidad o de un estado civil. Si no era soltero, entonces era Casado; si no era gordo, entonces era Delgado; si no tenía cabello, era Calvo; si su pelo no era Castaño, era Rubio; si tenía buen sentido del humor, era Alegría; si era educado, era Cortés.

Hay otros relacionado con la naturaleza tales como: Pomar, Manzanero, Castañeda, Almendros, Avellaneda, Perales, Olivares, Pineda, Piñero, Alameda y Poveda.

Y si los personajes de marras tenían alguna característica u oficio relacionado con el agua lo identificaban como Arroyo, Bahía, Barco, Canales, bahía, barco, Costa, Laguna, Nieve, Pantano, Pescador, Rivera o Ríos.

Quizás la procedencia más curiosa es la de los apellidos que terminan en -ez, como Rodríguez, Martínez, Jiménez, González, entre otros muchos que abundan entre nosotros los hispanos.

El origen es muy sencillo: ez significa “hijo de”. Por lo tanto, si su apellido es González es porque tuviste algún antepasado que era hijo de un Gonzalo. De la misma manera, Rodríguez era hijo de Rodrigo, Martínez de Martín, Jiménez de Jimeno, Sánchez de Sancho, Álvarez de Álvaro, Benítez de Benito, Domínguez de Domingo, Hernández de Hernán, López de Lope, Ramírez de Ramiro, y así por el estilo. Igual ocurre en otros idiomas: Johnson es hijo de John en inglés (John-son); MacArthur es hijo de Arthur en escocés; Martini es hijo de Martín en italiano.

También hay algunos apellidos que fueron adoptados por los esclavos, que se les llamaba con el nombre de sus amos: en algunos casos se les anteponía al apellido la preposición “De”: De Santiago, De Francisco y otros.

Es así como, poco a poco, durante la Edad Media, comienzan a surgir los apellidos. La finalidad era, pues, diferenciar una persona de la otra. Con el tiempo, estos apellidos tomaron un carácter hereditario y pasaron de generación en generación, con el propósito de identificar no solo personas, sino familias. Faltan aquí algunos apellidos, por ejemplo aquellos que tienen ver con colores, como Rojas, Blanco, Marrón, Rosado; y otros.

Un dato llamativo es que los miembros de la familia real británica legalmente no tienen apellido. Actualmente, los nobles ingleses provienen de la casa de Hamburgo, pero al ser demasiado alemán, cambiaron al apellido Windsor.

¿Y cuál es el origen de su apellido?

Enviado desde mi iPhone=