POR: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS  

Pregonar la paz cuando lo que se ha sembrado, desde tiempo atrás, es odio, violencia, terrorismo, torturas, secuestros, vandalismo, corrupción y crímenes de lesa humanidad, es la mayor estafa y engaño para el pueblo colombiano.

San Agustín decía que: “la ira engendra el odio y del odio nacen el dolor y el temor” según Goethe, “el odio constituye un pesado lastre que hunde profundamente al corazón en el pecho y grava, como una losa sepulcral, sobre todas las alegrías”.  Es el odio la antipatía y aversión hacia alguna persona o cosa cuyo mal se desea y representa una enfermedad moral que aqueja a una gran porción de la humanidad.  Como ocurre con otros sentimientos negativos de reconcentrada intensidad maléfica, tales como la envidia y los celos, el odio es altamente contagioso, ya que la virulencia de su manifestación termina por arrasar a las voluntades débiles.

En Colombia hemos evidenciado que el sentimiento de odio intenso representa, como cualquier exaltación intensificada de las sensaciones, una exacerbación pervertida de la sexualidad humana, que adopta, una modalidad destructiva para el ciudadano colombiano.  La sinergia del odio puede tener diferentes destinos: el más común es su función multiplicadora y caótica; puede también sublimarse como fuerza motivadora de destrucción de la espiritualidad y las artes o, en su forma más abyecta, depravarse, para explorar bajo la justificación del rencor y la venganza, impulso sádico de muchos de nuestros coterráneos.

La mayoría de los sujetos odiosos son sádicos, que mediante el desborde de sus sensaciones eróticas pervertidas alcanzan un orgasmo psicológico que se prolonga a través del tiempo.  Esto explica la intensidad recurrente de pasiones como la ira, los celos y la violencia, y la dificultad para controlarlas.  Las sensaciones muy intensas provocan una proyección del magnetismo animal del hombre y la mujer.  En el caso de los colombianos, el odio eleva a una extraordinaria potencia el sentimiento destructivo del individuo, quien emite su propio magnetismo, saturado de intención moral.

El que odia archiva una vibración destructiva en su energía personal y en su magnetismo, proyectando esta energía a la persona o cosa que tanto detesta.  No me cabe la menor duda que el primer perjudicado, al archivar el odio, es el propio hombre o mujer odiosos, puesto que por representar esto una pasión de naturaleza destructiva y maléfica, desordena, disocia, mancha, perturba y contamina el ambiente social, político, económico, cultural y educativo con el consiguiente daño para la salud integral del pueblo colombiano.

Son muchas las personas que contraen graves enfermedades debido a la odiosidad que las aqueja.  El resentimiento, el odio, la envidia, la destructividad constituyen tonos psicológicos desarmónicos y destructivos emitidos por nuestra propia psiquis, que actúan como emisarios de muerte en las células del cuerpo.  La influencia destructiva de las emociones negativas es plenamente aceptada en medicina y algunos científicos concuerdan que no existe ninguna enfermedad excéntrica de un factor psicosomático.  Se ha observado, por ejemplo, que la recuperación pos-operatoria es mucho más rápida y profunda en sujetos alegres y armónicos, con una familia que los ama, que, en los casos de sujetos odiosos, solitarios, resentidos y amargados.

Estoy seguro que los que se aman jamás se cansan de mirarse a los ojos ya que el deleite que experimentan proviene del hecho de compartir sus nobles sentimientos y sus respectivos fluidos magnéticos.  Las personas que se odian, sin duda alguna, son emisores de magnetismo portador de mandatos de muerte y destrucción, que proviene del archivo de sus vibraciones de odio.  Estos archivos se convierten en fuente de proyección vibratoria, que al ser captada por otras personas penetran en la corriente magnética de sus cuerpos, influyendo destructivamente sobre sus centros vitales, intelectuales y emocionales.

El que es odiado se sentirá deprimido, decaído y desanimado, empezando a su vez a detestar lo que nunca le había molestado.  El odio y la mayoría de los vicios de los colombianos son extremadamente contagiosos y ésta es la causa por la cual ciertas formas de corrupción pueden extenderse de forma tan dramática en todos los ámbitos de la sociedad.  Por causa del odio, hay personas que, con el curso de los años, en vez de perfeccionar su conducta, la deterioran, volviéndose más cínicas y agresivas.  La interpretación deshonesta de su propia circunstancia vital contamina y ensucia sus sentimientos, debido al hecho de culpar a fuentes externas, grupos o instituciones, de la desgracia o infelicidad que las aqueja, siendo en realidad, de responsabilidad personal.

En conclusión: el odio, tal como la envidia, constituye un pecado contra toda forma de vida, castigado severamente por el rebote natural a su aviesa actuación.

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                           Medellín, junio 9 de 2022