El  indiscutible dueño  de la  paz  somos todos

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El  indiscutible dueño  de la  paz  somos todos

 Por:   Iván Echeverri Valencia  

Colombia ha convivido durante muchas décadas con las diferentes manifestaciones de violencia, originadas por múltiples factores, siendo los más relevantes, la lucha partidista entre liberales y conservadores, zanjada por un acuerdo que dio origen al Frente Nacional y mediante  éste se gobernó al país buena parte del siglo XX. Posteriormente surgieron los grupos guerrilleros, influenciados por ideologías foráneas, se fortalecieron con el producto del secuestro y  alianzas  con grupos de narcotraficantes, degradando sus formas de lucha y cayendo en vejámenes abiertamente atentatorios contra  los derechos humanos. 

Todos los presidentes han hecho ingentes esfuerzos para pasar la hoja de esta cruenta guerra, que ha dejado más de ocho millones de víctimas y unas huellas dolorosas y difíciles de borrar.

Rescatable lo hecho por los Presidentes de la República como Turbay Ayala, Belisario Betancur, Cesar Gaviria, Andrés Pastrana, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, que se la  jugaron con diversos procedimientos desde la confrontación directa, el diálogo y los despejes de amplias zonas. Formas que han sido exitosas algunas y otras un total fracaso, pero, que han dejado grandes experiencias y sobre todo enseñanzas de lo que no se debe repetir.  

Ante la frustración del Caguán, que se convirtió en una verdadera burla a la institucionalidad; el pueblo colombiano reaccionó buscando una alternativa para  combatirlos, y fue así, como ungió al exgobernador Álvaro Uribe de toda la gobernabilidad, para que lo hiciese, a fe  que lo intentó, con toda la vehemencia acorde con su slogan de campaña “mano firme corazón grande”.

Como una continuidad a la “Seguridad Democrática”, asumió al poder Juan Manuel Santos, provisto de toda la experiencia por cuanto fue ministro de varios presidentes e inclusive  del gobierno de Uribe, cuando se desempeñó como jefe de la cartera de la Defensa Nacional.

Como se le reconoce de gran jugador de póker, Santos, se retroalimentó de las experiencias vividas en el pasado y se asesoró de expertos nacionales e internacionales, noveles de paz, mandatarios de otras naciones para construir su proyecto de paz, lo que le permitió con sobrada sapiencia y en el tiempo preciso auscultar unos posibles diálogos con la guerrilla.

Obtuvo por parte de las farc una respuesta positiva, la que se concretó en la Habana, sorteando toda clase de dificultades y la desconfianza entre las partes por lo sucedido en procesos anteriores, se acordó, por fin, iniciar las conversaciones en secreto, en medio del conflicto y sin ningún despeje de territorio.

En el trascurso de los diálogos, cayeron abatidos por la fuerza pública, 10 cabecillas del estado mayor de las farc, dejando entrever que semejante golpes minarían el ánimo de los plenipotenciarios de la guerrilla a continuar en la mesa de negociaciones, pero, pesó más las ganas de la paz, que los reveces y, estos no fueron óbice para continuar en la búsqueda de una salida política al conflicto más cruento que ha sufrido durante muchas décadas el país y más largo del continente.

La firma de la paz con la guerrilla más sanguinaria y antigua de Colombia, se constituyó en un halo de esperanza para todos los colombianos, la que permitió la dejación de las armas de más de 8.000 combatientes, que soñaban con reconstruir sus familias y poderse reintegrar a la sociedad.

La paz,  no es de Santos ni de otros presidentes que coadyuvaron hacer camino al andar, sino de todos los colombianos, que siempre hemos soñado con ella, por eso, es vergonzoso, que por egos, orgullos y politiquería barata, pretendan desconocerla, atacarla, destruirla sin sopesar las incalculables consecuencias negativas que podría traer  e inclusive a empujarnos por un desfiladero sin salida.

Inducir al pueblo en su contra, sería retroceder a un mar de violencia, a sabiendas que todavía estamos por caminos farragosos.

Al presidente Santos hay que reconocérsele el carácter, el valor, la persistencia, la terquedad y el estoicismo de encontrar la paz, ante una oposición irracional que solo jugaba al fracaso. 

Nuestra dirigencia todavía está en deuda con el país, necesitamos corazón grande en apoyar la paz, para que esta sea plena y de largo aliento para que nuestros hijos la disfruten y las víctimas puedan soñar con la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición.