Por Iván de J. Guzmán López – Periodista –Escritor

Siempre me han impresionado las cifras del hambre en el mundo. Debe ser por mi romanticismo acendrado y mi sensibilidad irremediable por la naturaleza, por los animales y por los asuntos humanos. Advierto, eso sí, que no encuadro ni poquito en la denominación de castrochavista y en ninguna de esas detestables militancias terminadas en “ista”, que solo instan a la ignorancia, a la mente cerrada, al caudillismo y al dogmatismo, que poco o nada construyen.

 Me ocurrió en uno de los tantos centros comerciales que el modernismo cambió por la añorada plaza de mercado o el concurrido parque de antaño. Este fue el escenario y el diálogo:

-Siéntese, padre, mientras pido el almuerzo -dijo la señora ya entrada en años, al tiempo que fijaba una mirad con visible afecto sobre la humanidad del presbítero-. Qué quiere almorzar, preguntó.

-Mijita, le anticipo que no tengo hambre -respondió el padre-.  Y sus ojos azules, algo exótico para nuestro medio, se posaron en mí, sentado exactamente frente a él, a dos metros de distancia, como lo ordena la norma sanitaria en estos tiempos de pandemia.

Lo miré con simpatía, y animado por la idea de hacerle agradable el rato, a propósito del “…no tengo hambre”, dije:

-Padre, qué bueno que el pueblo colombiano todo pudiera decir, “no tengo hambre”.

El padre dejó escapar una sonrisa amistosa, complementada con una mirada tristona, y fue entonces cuando se atrevió a decir:

-Ojalá, mijo. El hambre está hasta en el Palacio de Nariño.

La chanza y las risas compartidas permitieron el acercamiento rápido, y fue entonces cuando el padre se animó a contarme que tenía un comedor para niños pobres, pero que no sabía si alegrarse o entristecerse, porque muchos de esos niños se le quedan por fuera por física falta de recursos; que su parroquia cumple por estos días 75 años de creación, que la pandemia esto, que el desempleo en el barrio, aquello. Lo decía con una transparencia infantil, elemental y pura, a tal punto que pude adivinar en él al hombre sencillo, al hombre santo que cumplía su ministerio a cabalidad, como pocos los hacen hoy en día.

A poco llegó la persona que yo esperaba y me despedí del padre, no sin antes prometerle escribir sobre el tema en cuestión: el hambre.

Y es que las estadísticas son dolorosas. Y se hacen más lastimeras si se las compara con la concentración de la riqueza, a tal punto que uno puede rotular el hambre, como un pecado capital de la humanidad:

Según la Organización Mundial de la Salud, OMS, en su informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, publicado el 13 de julio de 2020, se estima que casi 690 millones de personas pasaban hambre en 2019 (un aumento de 10 millones de personas desde 2018 y de casi 60 millones en cinco años). Según las previsiones del informe, la pandemia de covid-19 podría provocar, a finales de 2020, un aumento de 130 millones en el número de personas afectadas por el hambre crónica en todo el mundo.

Se reconoce que El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, es el estudio mundial más fidedigno en torno al seguimiento de los progresos realizados hacia la erradicación del hambre y la malnutrición. Está elaborado conjuntamente por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y la Organización Mundial de la Salud (OMS). En el prólogo, los responsables de los cinco organismos advierten que cinco años después de que el mundo se comprometiera a poner fin al hambre, la inseguridad alimentaria y todas las formas de malnutrición, seguimos sin realizar progresos suficientes para alcanzar este objetivo en 2030.

El informe advierte una realidad espantosa: “el hambre crónica comenzó a crecer lentamente en 2014 y sigue en aumento”.

Las cifras que cita el informe, son escalofriantes: Asia (¡quién lo creyera!) sigue albergando al número más elevado de personas subalimentadas (381 millones). África ocupa el segundo lugar (250 millones), seguida de América Latina y el Caribe (48 millones). La prevalencia mundial de la subalimentación (es decir, la tasa general de personas hambrientas), del 8,9 %, ha variado poco, pero los números absolutos vienen aumentando desde 2014. Esto significa que en los últimos cinco años, el hambre ha crecido al ritmo de la población mundial. A su vez, ello oculta grandes disparidades regionales: en términos porcentuales, África es la región más afectada —y lo es cada vez más—, ya que el 19,1 % de la población está subalimentada. Este porcentaje duplica con creces la tasa de Asia (8,3 %) y de América Latina y el Caribe (7,4 %). Sobre la base de las tendencias actuales, para 2030, más de la mitad de las personas aquejadas de hambre crónica en el mundo se encontrarán en África.

Las cifras del hambre en Colombia, no son como para dormir tranquilos:

Según el especial de Caracol, denominado: En Colombia siguen muriendo niños por falta de alimentación, “En Colombia, 10,8 % de los niños y niñas menores de 5 años sufren de desnutrición. Esto, de acuerdo con un informe realizado por la Gran Alianza por la Nutrición en la que se encuentran la ANDI, Banco de Alimentos y Alimentando Sueños, entre otros, que buscan luchar contra la malnutrición”. Las cifras más recientes son de tal gravedad que el 54,2 % de los hogares en Colombia presenta inseguridad alimentaria con mayor impacto en Choco, Sucre, Vichada, La Guajira y Putumayo. En el informe se establece que los menores de 18 años se alimentan básicamente con arroz, pasta, seguido por algunos tubérculos. La proteína de mayor consumo en este sector de la población es el huevo y en segundo lugar los granos secos.

Llorar sobre la leche derramada no ayuda en nada; sólo sirve a los promotores de tempestades, confiados en pescar en rio revuelto, a costa del hambre y otros males acumulados por décadas, por no decir centurias de indolencia y de políticas inapropiadas o inexistentes. Confiamos en que, a partir de un mapa confiable de la realidad, todos, como sociedad, con el gobierno a la cabeza, empecemos a implementar los correctivos a la producción de alimentos; a trabajar en la mitigación adecuada de la pandemia y a implementar un programa de choque que permita recuperar los empleos perdidos, para así empezar a afrontar el hambre que, a esta altura, con las estadísticas que presenta la OMS, se convierte en una vergüenza de todos, una vergüenza de la raza humana. Un pecado capital de la humanidad.