Por: Balmore González Mira

Un asiduo lector y amigo me pidió el favor que escribiera algo más agradable y menos fuerte que lo que venía reflexionando en mis últimas columnas;  que esa que había escrito sobre el café y el chocolate era mucho más suave y dulce y caía como un bálsamo en los momentos de tanta lectura ácida y cítrica de las campañas y de los escándalos diarios de nuestra República.

Desde las montañas verdes de mi tierra, de mi natal Frontino, no podía menos que escribir sobre el dulce sabor de nuestra panela. Ahí le va a quienes logran degustar ese sabor con las descripciones que se hacen en las letras y que nos logran transportar por la infancia, los cañadulzales y los trapiches dónde se fabrica esta golosina alimenticia que hace parte de la cultura, idiosincrasia e historia de los hogares colombianos.

Hace 50 años Frontino era el emporio panelero de Antioquia, me cuentan algunos paisanos de la época que más de 400 trapiches hacían las delicias de las haciendas, grandes y pequeñas que cultivaban la caña para convertirla en panela, con un potencial cercano a las  20.000 hectáreas de caña mal contadas en toda su geografía. Todas las familias sabían del dulce producto y sus derivados, que iban cobrando sus nombres entre los trabajadores de las moliendas, y así fuimos conociendo  del blanquiao, el subido, la oreja,  el cangarejo, la yuca y la mazorca caladas en miel hacían las delicias de nuestra infancia ante la ausencia de tantas golosinas que hoy llenan las vitrinas de las confiterías y dulcerías comerciales.

La aguapanela con leche, el más famoso tetero de nuestras abuelas, jamás faltaba en las alacenas y como si fuera poco la aguapanela sola caliente en la mañana con quesito migado tampoco podía faltar, bien esa aguapanela sola o mezclada con chocolate o café negro, dentro de una olleta, montada en un fogón de leña que mantenía su calorcito para cualquier hora del día, con unas brasas interminables que jamás se apagaban. Pero también recuerdo que la aguapanela con leche no era solo el tetero en los hogares pueblerinos, también era la sobremesa permanente de grandes y pequeños, el refresco después de jugar una tarde entera y el frasco a llevar en la lonchera a la escuela. Luego aparece el delicioso refresco de aguapanela fría con limón, llamado guandolo o limonada natural, a esta hoy le mezclan esencias como canela o yerbabuena, dependiendo del chef que la prepare.  Eso sucedió durante años, hasta que empezaron a llegar al mercado los famosos morescos y anilinas para refrescos que fueron desplazando la gran vitamina que antes se consumía con alegría y satisfacción. Y ni qué decir de la aguapanela caliente con limón en las noches, para sacar los resfriados y las gripas de las frías noches de nuestras montañas, las abuelas aliviaron a muchos enfermos con esta maravillosa fórmula.

Los sembrados de  caña se fueron mermando en nuestro pueblo y con ella los trapiches pasaron a ser menos, pero más tecnificados; los pre limpiadores y la producción sin químicos pasó a cobrar relevancia en el territorio. El sello verde y el buen tratamiento de los suelos y las semillas, hizo que este producto se mejorara y hoy pueda degustarse con mayor tranquilidad.  Pasar por las vitrinas de productores y vendedores de panela de mi pueblo hoy, hace que las papilas degustativas nos hagan llenar la boca de ganas de esos blanquiaos, panelas en formas y tamaños, en polvo o granulada,  con sabores, con limón, jengibre, frutos rojos o frutos amarillos, ya lista para preparar. Y las deliciosas panelitas con coco, hechas con pura panela, con su sabor indescriptible que hacen que nunca pares de comer.

Los comerciales en televisión ya hablan de consumir panela como un beneficio nutritivo y si todos consumiéramos nuestro producto nacional natural, la economía de nuestros campesinos hasta podría mejorar, como mejora el día una buena taza de mazamorra, fría o caliente, con un buen pedazo de panela de nuestras tierras dulces frontineñas.

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