El  Control Fiscal está perdiendo el pulso  con la corrupción         

                          Por:                   Iván Echeverri Valencia 

Antes que llegara la comisión Kemmerer a Colombia, existía en nuestro país desde 1604 la Corte o Tribunal de cuentas. A partir de la Ley 42 fue creada la Contraloría por  el Congreso de la República, atendiendo las recomendaciones de los expertos norteamericanos. Las funciones iniciales era la de contar los elementos de propiedad del Estado, ejercer el control de las estampillas y el de examinar y verificar las entradas y el licenciamiento  de los efectivos de la policía y del ejército nacional.

La Contraloría, en 1932 fue organizada como una oficina de control fiscal y de contabilidad y a la cual debería rendirse cuentas sobre el manejo de los recursos y bienes públicos.

Al ente fiscalizador se le dio rango constitucional en 1945  y se indicó los mecanismos de elección del Contralor y el período del mismo. Veinte y tres años después se le otorgó la facultad al Congreso de la República de nombrarlo para un período de cuatro años.

La figura del control previo, perceptivo  y posterior, nace con la Ley 20 de 1975, quien además ordena fiscalizar a los particulares que manejan recursos públicos como  también refrendar los contratos de deuda pública.

Con la reforma de 1991,  infortunadamente se eliminó  el control previo, priorizando el control fiscal en el posterior y selectivo, dando lugar a que se abriera  el grifo para el desangre actual de los presupuesto oficiales. El control posterior, es extemporáneo e incapaz de redimir el daño, el de prevenir las irregularidades y de neutralizar el sinnúmero de mañas con que cuenta hoy en día los corruptos y sus aliados para defraudar al Estado.

En el año 2000,  la Ley 610 , definió el concepto de Gestión Fiscal, determinó los elementos y fundamentos de la responsabilidad , creó la figura de la caducidad y de la prescripción y extendió la responsabilidad fiscal a los herederos en caso de fallecer el responsable.

 Después de este pequeño prolegómeno  sobre los inicios de la Contraloría, nos adentramos en el presente sobre la efectividad y eficacia  de estas instituciones a nivel nacional, regional y local. 

Hoy en Colombia,  lamentablemente se sustraen de los Entes del Estado, cifras astronómicas que pueden superar los 50 billones  de pesos, sin  que los órganos de control ni los judiciales logren evitarlo y mucho menos recuperar siquiera una  mínima parte, como lo expresa el Contralor General de la República: “que solo su despacho puede recuperar el 0.4% de lo que se investiga. Todo lo demás se pierde”.

Estamos viviendo una época de antivalores, del más sagaz , artero y ladino que buscan  cualquier oportunidad para alzarse con lo que no es suyo y, estos inescrupulosos circundan permanentemente  como buenos roedores las instituciones públicas, con el único propósito de saquearlas sin importarle el daño que puedan causarle a la sociedad.

Esta clase de malandrines no sólo existen dentro del sector público sino también en el sector privado, actuando en la mayoría  de las veces en contubernio para desfalcar las arcas del Estado. Los últimos escándalos que se han dado en el país, sobre el detrimento patrimonial contra el Estado, siempre aparecen los particulares o entes privados manipulando pliegos, ofreciendo coimas , sobornos , incumpliendo contratos , conformando carteles y carruseles de la contratación , malversando anticipos, sobrecostos  y entregando obras  inconclusas y de mala calidad .

La corrupción nos carcome,  es el mal de la época y más peligroso que todas las manifestaciones de violencia, convirtiéndose en el  verdadero  combustible de la pobreza y de la inequidad que conlleva siempre a la desigualdad generando toda clase de injusticias en el pueblo colombiano.

Los órganos de control ante su rezago y politización vienen perdiendo  el pulso ante los corruptos, sus argucias superan ampliamente la capacidad de reacción de los fiscalizadores, por lo que requieren toda clase de apoyos y de dotarlos de las suficientes herramientas legales y tecnológicas  para ponerlos a tono con la difícil realidad. Los entes fiscales requieren ser  autónomos, fuertes, capaces de dar la dura batalla contra este flagelo ignominioso, por lo que no debemos ser tan cicateros en proveerlos de  todo lo que necesiten.

De los padres de la patria, por obvias razones, no podemos esperar mucho de ellos para fortalecer el control fiscal, disciplinario y penal, por lo que tiene que darse una presión real a través de una movilización  social, para exigirles la expedición  de leyes  menos complacientes con los delincuentes y sobre todo que faciliten la intervención oportuna, eficaz y eficiente de los órganos de control. 

Debemos pensar que debemos emprender  cuanto antes una guerra sin cuartel contra la corrupción, sin  paños de agua tibia, sino con medidas de fondo que enfrenten de una vez por todas este flagelo, agilizando los procesos fiscales y disciplinarios, endureciendo las  sanciones,  llevando a la  cárcel a los responsables, imponiendo  penas ejemplarizantes , no otorgando  ninguna clase de beneficios o subrogados, aplicándoles la muerte política e inhabilidad permanente para ejercer cargos públicos o poder acceder a cualquier tipo de contratación.

Inadmisible que los gremios se entrometan en la reforma del control fiscal y totalmente desesperanzador cuando el Contralor General de la República,  le informa al país que  el articulado del proyecto de Ley, fue conciliado con ellos. Ante semejante adefesio, no sería raro pensar, que nos va a tocar entre muy poco ver al Ministro de Justicia conciliando el Código Penal con el clan  del golfo u otra chusma. Puede ser un chiste de mal gusto,  pero en Colombia, todo es posible.

Me enerva observar  como se irrespeta los roles de la Contraloría y de las funciones del Congreso, cuando los gremios quieren incidir en sus decisiones a sabiendas que cuentan entre sus afiliados con eventuales sujetos a hacer investigados por el ente fiscalizador. Flaco favor le prestan a la lucha contra la putrefacción, cuando pretenden actuar como juez y parte. ¿Acaso esa intromisión no se constituye en un tráfico de influencias o en un conflicto de intereses?

La corrupción invadió todos los sectores y niveles de la sociedad, da grima observar como se pasean  por todas partes sin ninguna vergüenza, ante la indiferencia de muchos y la perplejidad de otros. Si el enjambre de delincuentes supera la capacidad del Estado, los grandes damnificados seremos todos.

No olvidemos que en tiempos de corrupción, por razones obvias, a los ratones no lo podemos poner a cuidar el queso.