Por:  LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS

Cuando observo el campo desolado y sin arar, cuando los aperos de labranza están olvidados, cuando la tierra está quebrada y abandonada, me parece pertinente, preguntarnos: ¿dónde estarán las manos de nuestros gobernantes? Cuando observo la injusticia, la corrupción, el que explota al débil; cuando veo el prepotente y pedante enriquecerse del ignorante y del pobre, del obrero y del campesino carentes de recursos para defender sus derechos, me parece pertinente preguntarnos: ¿dónde estarán las manos de nuestros gobernantes? Cuando contemplo a un anciano(a) olvidados; cuando sus miradas son nostálgicas y balbucean todavía algunas palabras de amor por el hijo que los abandonó, me parece pertinente preguntarnos: ¿dónde estarán las manos de nuestros gobernantes para protegerlos?

 Cuando veo al moribundo en su agonía lleno de dolor; cuando observo a su pareja y a sus hijos deseando no verle sufrir; cuando el sufrimiento es intolerable y su lecho se convierte en un grito de súplica de paz ante los criminales de este país, me parece pertinente que nos preguntemos: ¿dónde estarán las manos de nuestros gobernantes?  Cuando a esos menores de edad que deberían soñar en fantasías los veo arrastrar su existencia con un fusil al hombro y en sus rostros se refleja ya el hastío de vivir, y buscando sobrevivir, se juegan la vida desesperadamente, o salen a vender su cuerpo, me parece pertinente preguntarnos: ¿dónde estarán las manos de nuestros gobernantes?

Cuando aquellos jóvenes me ofrecen a las cuatro de la madrugada su periódico, su miserable cajita de dulces sin vender; cuando los veo dormir en la puerta de un zaguán tiritando de frio, con unos cuantos periódicos o colcha hecha retazos que cubren su frágil cuerpo, cuando sus miradas me reclaman una caricia, cuando los veo vagar sin esperanzas con la única compañía de un perro callejero, o un niño en sus brazos, me parece pertinente preguntarnos: ¿dónde estarán las manos de nuestros gobernantes?

 Cuando me enfrento a estas situaciones tan difíciles no me queda otro remedio que interrogarme a mí mismo e invocar a Dios y preguntarle: ¿”dónde están tus manos, Señor, para luchar por la justicia, para dar una caricia, un consuelo al abandonado, rescatar a la juventud de las drogas, dar amor y ternura a los olvidados”?  Después de un largo silencio me parece escuchar una voz que me reclama: “no te das cuenta que tú eres mis manos.  Atrévete a usarlas para lo que fueron hechas, para dar amor y alcanzar los objetivos propuestos en tu proyecto de vida.

 Hoy, he comprendido que las manos de nuestros gobernantes y de Dios somos tú y yo, los que tenemos la voluntad, el conocimiento y el coraje para luchar por una Colombia más humana y justa, aquellos cuyos ideales sean tan altos que no puedan dejar de acudir a la llamada del destino, aquellos que, desafiando el dolor, la crítica, la blasfemia, el engaño y la injusticia, se reten a sí mismos para ser las manos de Dios y crear consciencia en los gobernantes de defender la verdad, la libertad y la justicia.

“Señor, los colombianos ahora nos estamos dando cuenta que nuestras manos están sin llenar, que no han dado lo que deberían dar, te pedimos perdón por el amor que nos diste y que no hemos sabido compartir con los demás, las debemos usar para amar y conquistar la grandeza de la creación de un nuevo proyecto de nación en que se pueda cifrar la esperanza de la patria”.

Colombia necesita esas manos, llenas de ideales, de principios y valores, cuya amalgama sea contribuir día a día a forjar una nueva civilización del amor por la patria; que busquen valores superiores, que compartan generosamente con sus gobernantes lo que Dios nos ha dado y puedan llegar vacías al final porque entregaron todo el amor, para lo cual fueron creadas, y Dios seguramente dirá “¡estas son mis manos!”

 Finalmente, apreciados compatriotas: Pregúntense a sí mismos ¿qué surgirá de sus manos, desaliento, destrucción, vandalismo, violencia, agresión? O serán unas manos dispuestas a construir una Colombia mejor, a edificar un significativo proyecto de vida, a realizar un mundo de justicia y amor, manos dispuestas a dar una caricia, un consuelo, manos dignas y limpias de la corrupción, que no se venden a los poderosos, que no traicionan su misión de colombianos, dispuestos a luchar por la justicia y la paz, unas manos que como ciudadanos de bien y gobernantes íntegros se atrevan a ser las manos de Dios.

Seguramente, Dios entrega a los gobernantes-líderes extraordinarios y a los ciudadanos de bien su don más preciado, el carisma del amor para defender a Colombia de las garras de la criminalidad, la violencia, la guerra, el narcotráfico, la injusticia y la extrema izquierda que buscan triturarla en su propia esencia.

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS