Por Iván de J. Guzmán López – Periodista – Escritor

Nuestros niños y jóvenes creen que se trata de un chiste, cuando los más entrados en años contamos con nostalgia que a muchos nos tocó vivir (¡cuánto hace!) una época linda en que las puertas de las casas permanecían abiertas y en la mesa se ponía un plato de más por si llegaba de improviso un visitante.  De esa época en que las puertas de las casas permanecían abiertas, ya nadie se acuerda. O mejor: casi nadie. Yo si me acuerdo, tal vez porque sigo siendo un romántico de atar, y para colmo, periodista, escritor y buen lector.

A propósito de este asunto (el de las puertas abiertas en el día y hasta altas horas de la noche), releyendo al gran poeta, periodista y escritor polaco Czeslaw Milosz, premio Nobel de Literatura de 1980, encontré estos versos hermosos, pertenecientes a su bien logrado poema Ars Poética:

El fin de la poesía es recordarnos

Cuán difícil es ser una sola persona,

Pues tenemos la casa abierta, no hay llaves en las puertas,

E invisibles huéspedes entran y salen a su gusto.

Pienso en dos cosas, a propósito de este escritor magnífico y sus citados versos: La primera, el celebrado encuentro obligado de los grandes periodistas con la literatura y, específicamente, más allá, con la poesía. Sobra citar, para fundamentar esta afirmación, a mis grandes preferidos periodistas de nuestra historia nacional y mundial, que finalmente se instalaron (sin abandonar el periodismo, ¡Dios nos libre!), en la espléndida literatura, como los colombianos Rafael Pombo, Jorge Isaac, Porfirio Barba Jacob, Luis Tejada,  Hernando Téllez, Julio Vives Guerra, Álvaro Mutis, Germán Castro Caycedo, Gabriel García Márquez, William Ospina y Juan José Hoyos, por citar algunos; los muy italianos Edmundo de Amicis y Oriana Fallaci; los norteamericanos Edgar Allan Poe, Truman Capote, William Faulkner y Ernest Hemingway, el peruano Mario Vargas Llosa, el catalán Manuel Vázquez Montalbán, la chilena Isabel Allende y el español Arturo Pérez-Reverte, por no hacer muy larga la lista al lector.

La segunda: la delincuencia. Trivial, un oxímoron si se la compara con la primera; pero definitiva, rotunda, viva como una pandemia en la vida de los colombianos. La que se tomó a Medellín, a Antioquia, a Colombia entera, creo yo. La delincuencia. La desesperante delincuencia, llena de capos, amos y señores de las calles, barrios, pueblos, villorrios, ciudades y departamentos. Delincuencia tajante que contradice los versos de mi admirado Milosz, la que no nos deja ser una sola persona, la que no nos deja tener la casa abierta, la que no permite que huéspedes visibles (y menos invisibles) entren y salgan a gusto.

Extraño país este, el mío, donde la delincuencia camina a sus anchas, se les debe llamar a todos y cada uno de “don”, como si se tratara de Académicos; o de “señor”, como si el fulano viniese de alguna potestad, nobleza o dinastía, o fuese referente de alguna clara ínsula de origen cervantina. El “don” y el “señor”, se han convertido en títulos nobiliarios de cientos de delincuentes colombianos que, comandando hordas de tunantes armados sin Dios y sin ley, han hecho que las puertas de los colombianos deban permanecer con candados, aherrojadas de día y de noche, apocados y con vigilancia privada por cuenta del bolsillo propio.

A veces, ante tanta puerta cerrada, tanto ciudadano temeroso, tanto “don” y tanto “señor”, se me antoja que Enrique Santos Discépolo fue un profeta de los tantos que tuvimos en el viejo Guayaquil:

…“Hoy resulta que es lo mismo / ser derecho que traidor, /  ignorante, sabio, chorro, / generoso, estafador.

Todo es igual… nada es mejor…  /  Lo mismo un burro  / que un gran profesor. / No hay aplazaos,

ni escalafón… / Los inmorales nos han igualao…

Si uno vive en la impostura /  Y otro roba en su ambición / da lo mismo que si es cura, / colchonero, rey de bastos, / caradura o polizón…

¡Qué falta de respeto! ¡Qué atropello / a la razón! / ¡Cualquiera es un señor! / ¡Cualquiera es un ladrón!”….

¡No sé a dónde va este país mío!, y lo triste (sin ser ave de mal agüero), es que las cosas van de mal en peor, tirando a negro. Poco falta para que recordemos a la vieja Santa Fe de Bogotá con su Chorro de Padilla, San Victorino, su iglesia de Egipto y otras  vejeces, recitando aquello que el pueblo repetía con desesperanza, el siglo pasado: “De luto está la liberal bandera / porque ha muerto el general Herrera; / y si lo anterior no fuera bastante / está gravemente enfermo, / el general Bustamante”.

Hoy, como en ninguna otra época, los delincuentes se pavonean como dueños y señores de Colombia (a tal punto que algunos se creen congresistas, gobernadores, alcaldes, o cosa parecida), mientras el aparato judicial, con toda su parafernalia, su multimillonario presupuesto y sus miles de hombres, recién se da cuenta de quiénes mataron a Álvaro Gómez Hurtado, y ello en virtud de declaración propia de los bandidos.

Y si lo anterior no fuera bastante, está gravemente enfermo, el general Bustamante.

¡De esa época en que las puertas de las casas permanecían abiertas, ya nadie se acuerda!

2 Comentarios

  1. Que bien se deja el mensaje, de la pobre Colombia sumergida en delincuencia y sin mandatarios dignos de defendernos, y podríamos decir De. Ivan Guzmán , ” y no cedo la horrible noche” como no la hacen repetir en nuestro himno nacional.

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